Cada vez más vivimos bajo la tiranía de los “tópicos”. No sé si la causa es la influencia de los medios de comunicación o una preocupante falta de tiempo y ganas por pensar, lo cierto es que corremos el riesgo de morir ahogados por aquellas afirmaciones que se empiezan difundiendo quien sabe dónde, y que van rebotando hasta convertirse en un lugar común que quiere explicarlo todo.
Entonces la gente exclama, “vivimos en una sociedad compleja” (otro tópico, por cierto) cuando la verdad es que las opiniones tienden más bien a la simplificación y a una visión de la realidad que se sostiene en dos o tres afirmaciones. Por eso surgen partidos políticos solamente xenófobos, o solamente nacionalistas, o solamente preocupados por un único tema (ya sea la lengua, internet, o la defensa de los animales). Al final resulta mucho más fácil esto que asumir que detrás de las simplificaciones hay mil y un equilibrios a realizar para no morir estrellado.
Nos damos cuenta de esta tendencia cuando somos las “víctimas”, ya sea a nivel personal o como personas que formamos parte de un determinado colectivo (ser jesuita y catalán, como es mi caso, puedo asegurar que es todo un aprendizaje en este sentido). Entonces clamamos al cielo ante un nivel tal de ignorancia y desconocimiento de la realidad. Sin embargo, nos cuesta descubrirnos como propagadores, porque la simplificación dicha con convencimiento nos da una fuerza y una autoridad que no hace nada más que esconder la inseguridad ante aquello que no acabamos de entender del todo.
Observad si no muchas de las tertulias o muchos de los “opinadores” estrella, ya sea de la televisión, de la radio o de la prensa. Con un mínimo de pensamiento lógico y crítico sería suficiente para darnos cuenta de que aquellos que hoy se presentan como verdaderos creadores de opinión, en otras circunstancias más propicias, no serían más que pésimos humoristas.