La soledad del Papa -- Jesús Bastante

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Religión Digital

Cuando en abril de 2005 aceptó el cargo, en mitad de la Capilla Sixtina, lo hizo no sin dudas, consciente del peso de la historia que iba a recaer sobre sus débiles hombros. El mando de la barca de Pedro debe ser una misión titánica, más si cabe en mitad de una sociedad aparentemente más alejada de las estructuras eclesiásticas, en eterna búsqueda de un Dios que cada vez cuesta más identificar con determinada jerarquía.

Y, sin embargo, Joseph Ratzinger consintió, juró su cargo, salió al balcón de la plaza de San Pedro con aquella casulla de mangas cortas que dejaba asomar su jersey negro, y se convirtió en Benedicto XVI.

La labor de un Papa, uno de los pocos líderes mundiales en nuestra sociedad globalizada, ha de ser dura, difícil y arriesgada. Con unas profundas dosis de soledad y continuos sentimientos de incomprensión. El mundo exterior no comprende, y cada vez se esfuerza menos por aceptar, la figura de un hombre al que no pocos ven como un «semidios». El «Santo Padre». Las agresiones externas son contínuas. Pero «entran dentro del sueldo». Duelen más, y tardan más en cicatrizar, los ataques desde el interior de la Iglesia, en especial entre los que se supone son los más íntimos colaboradores del Pontífice.

Benedicto XVI acaba de escribir la que probablemente sea la carta más personal, y dolorida, de su vida. Dentro de la Iglesia «se muerde y se devora», ha dicho el Papa. Recuerda, y mucho, el momento que estamos viviendo, a aquella escena (1523) en la que Adriano VI, el Papa que pudo parar el Cisma luterano, se encuentra en sus aposentos, con la sola luz de una vela, inmerso en sus pensamientos. La práctica totalidad de los cardenales ha abandonado Roma por la peste, y traman desde fuera la caída del Pontífice.

Cinco siglos después, por desventura, continúan existiendo clanes: antes fueron los Borgia o los Médici, ahora… Y también, como hace quinientos años, el Papa se encuentra bajo la luz de un candil, tentado de apagar el fuego con la palma de su mano. Sufrimiento y soledad. Muy propios de la Pasión que a punto estamos de rememorar. El Papa se siente solo. Y muchos deberían preguntarse por qué.

baronrampante@hotmail.es