La imagen de Federico Jiménez Losantos sentado en el banquillo de los acusados y abandonado por quienes le siguieron en sus improperios y en sus estrategias de desestabilización de las instituciones es significativa de lo que está pasando en el interior del PP y en el seno de la propia Iglesia Católica. Estamos asistiendo al final de una época en la que el odio fue la pátina que envolvió todas las propuestas de la derecha española y la Iglesia bendijo esos exabruptos difundiéndolos por las ondas.
Hay una pregunta que no tiene respuesta: ¿por qué nadie pide a los católicos que se abstengan de apoyar económicamente a esta Iglesia que emplea el único medio de comunicación que tiene para sembrar el odio, la división entre los españoles y la promulgación de la sospecha?
Estamos en época de declaración de la renta y la Iglesia reclama su parte en los impuestos de los españoles a los que colabora en dividir. Una parte inteligente y sensible de la Conferencia Episcopal ha descubierto que ese camino no conduce más que a la soledad de la que ya goza Jiménez Losantos en el banquillo de un juzgado en donde ha sido abandonado por quienes formaban parte de su gabinete ideológico. A Losantos sólo le queda Pedro J. Ramírez y es una compañía efímera porque el director de El Mundo es una especialista en la traición.
Estamos ante una oportunidad especial de acabar con alguno de los cánceres de la democracia española. Si la Iglesia ve peligrar su hegemonía rectificará, porque lleva dos mil años sobreviviendo a todas las catástrofes de la humanidad. Y El Mundo se situará en el universo de los sensacionalismo más abyecto sólo si quienes tienen miedo a la falta de escrúpulos de su director dejan de legitimarle con su cercanía. Empezando por el presidente del Gobierno de España. José Luis Rodríguez Zapatero, que asesorado por sus gurús de la comunicación -alguno de los cuales tiene intereses personales en que La Moncloa no rompa con Ramirez- le baila el agua a Pedro J. pensando que se puede pactar con él.
La crisis del PP es el reflejo de la falta de espacio hegemónico para la barbarie en una sociedad que con todos su defectos defiende esencialmente un proyecto de convivencia en el que la Iglesia de Rouco Varela, el Partido Popular del pasado y medios como La COPE y El Mundo tienen sus días contados, por el simple final de una época de confrontación que ya no tiene futuro.