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La situación -- Santiago Sánchez Torrado

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A menudo nos asalta en nuestro caminar diario una sensación de densidad ante los diversos hechos y elementos que configuran la situación que vivimos. Una densidad activa o pasiva, directa o indirecta, que nosotros mismos generamos o que nos sobreviene de forma imprevista.
Las cosas adversas que suceden todos los días, repetitivas y tenaces, y que nos brindan selectivamente los medios de comunicación, van creando en torno nuestro un tejido opresivo que a veces llega a asfixiarnos, en el caso de que estos hechos tengan un marcado carácter negativo. Existen también sucesos positivos y estimulantes, que alivian y compensan esa densidad sobrevenida que nos agobia.

Pero muchas veces somos nosotros mismos los factores principales de esa trama espesa que me atrevo a llamar directa o activa: nuestra estructura psicológica, el conjunto de nuestras carencias, la conciencia permanente de nuestra limitación sustancial… Esta conciencia que en ocasiones llega a hacerse agotadora y que solo la percepción paralela y activa de nuestra autoestima puede atenuar o corregir.

Esta misma conciencia –activa o pasiva, directa o indirecta- va generando en nosotros un sentimiento de inercia e impotencia, una carga de inacción que conduce a la tibieza y a la indiferencia, y que nada tiene que ver con la templanza, virtud y actitud positiva que alienta en el justo equilibrio de las cosas. La tibieza, por el contrario, está próxima a la mediocridad, al escaso nivel cualitativo de las cuestiones, de las tareas y de las personas. La banalidad superficial y la opacidad acompañan asimismo a estas actitudes.
Pero existen otras. La persistencia en la indignidad, la práctica sostenida de la mentira, el adoctrinamiento irrespetuoso e invasivo, la permanente confrontación agresiva entre posiciones diversas, todos los elementos que conducen a una alienación de carácter colectivo y que desembocan en aquella sensación de densidad de la que hablaba al comienzo del artículo.

Nos encontramos frente al vacío y al conflicto de carácter existencial que es un atributo esencial de la condición humana y que impregna por entero nuestras horas y tareas. Este vacío existencial se refleja en la vivencia de la desolación y el desabrimiento que la vida a veces nos produce. Observemos el prefijo des, que antecede a cada uno de los conceptos expresados y que indica privación o carencia de algo que debe ser parte sustancial de lo que queremos definir.

Las tecnologías de la comunicación
La tecnificación del mundo moderno, y especialmente la tecnología de la comunicación, sale a nuestro encuentro con toda su sutil ambivalencia. Por una parte resultan incuestionables sus ventajas y prestaciones en múltiples aspectos y dimensiones de la vida social y cultural, de cara a una mayor y mejor aproximación y eficacia cuantitativa -y también cualitativa, ojalá- de sectores diversos.

De otro lado, no puede soslayarse el carácter desmesurado y en parte irracional de las nuevas tecnologías de la comunicación, o al menos de su uso y aplicación a la vida cotidiana, personal y social. Estas tecnologías son, sin duda, una oferta eficaz y un instrumento útil –o por lo menos persiguen la posibilidad de serlo- para construir una convivencia más equilibrada y armoniosa y una ciudadanía más ilustrada y culta.
Algunas experiencias repetidas y frustrantes nos adoctrinan sobre los riesgos de diversos tipos que encierran los avances tecnológicos, y sobre la necesidad de discernirlos y afrontarlos. Las noticias que nos brindan a diario los medios de comunicación nos muestran, al mismo tiempo, los contenidos dinámicos y operativos de tales avances y sus deficiencias o desviaciones. Y ello en distintos campos: la cultura, la ética, la convivencia social…
El hundimiento moral
Entre algunos de los rasgos más sobresalientes de la sociedad (española, especialmente) que solo pretendo esbozar, quiero destacar el que me atrevo a llamar hundimiento moral de la misma. Con ello aludo, por supuesto, al fenómeno profundamente tóxico de la corrupción, pero no solo a él.

Me resulta difícil expresar lo que deseo sin exageraciones ni tibiezas, aunque parezca tarea fácil por lo conocida y repetida. Me ilumina un pensamiento que he visto citado recientemente sobre la imposibilidad de que un pueblo sometido a una dictadura política durante cuarenta años pueda recuperarse plenamente. Ese es precisamente nuestro caso y nuestra historia, con todas sus ramificaciones y derivaciones.
Acaso baste observar con detenimiento y en profundidad el perfil de nuestra sociedad, el escenario cotidiano con toda su riqueza de personajes, dirección, texto argumental, ambientacióny decorados…
No es un escenario social y político precisamente halagüeño el que ahora tenemos, y no es necesario insistir en describirlo porque es llamativo y clamoroso. Si hace unos años nos dijeran que llegaríamos hasta donde estamos ahora, probablemente calificaríamos tal afirmación de exageración superficial.

Pero aquí y así estamos, con unos niveles hasta hoy no superados de degradación moral en la vida política y social, en las personas públicas, en el mundo empresarial… Aunque también con muy dignas y honrosas excepciones de integridad y coherencia, a todos los niveles. Y sobre todo con un cansancio grave y justificado por parte de la ciudadanía. Tenemos delante el cuadro del fracaso moral de una sociedad carente de referencias y convicciones éticas que sean viables y útiles en este complejo, desorientado y confuso mosaico sociocultural.
Alguien ha definido la melancolía como “conciencia de lo incompleto”. Tenemos sobradas razones, pues, para ser melancólicos, pero también para alentar la esperanza, buscando pautas realistas, alternativas y correctivos viables para mejorar nuestra sociedad. La citada melancolía no es solo la conciencia de lo incompleto sino también la percepción y vivencia de lo torcido y defectuoso, de lo nocivo y tóxico, de todo aquello que es portador de malestar y generador de frustraciones y enfrentamientos.

El equipaje personal
Pero queremos hablar de lo positivo y regenerador, de algunas pistas o pautas que nos ayuden a salir de una situación sombría, en una perspectiva transformadora. Como horizonte general destacamos el imperativo -que nos atañe a todos- de llenarnos de las virtudes y actitudes positivas que se aprenden con la práctica de la vida, que son los hábitos del corazón que nos orientan e iluminan, dinamizando nuestra energía interior.

Un primer equilibrio dialéctico que podemos mantener es la relación necesaria entre la solidaridad y la alegría. ¿Cómo compaginar la empatía con el sufrimiento del mundo y un talante personal de serenidad sosegada, de paz interior? Solo un relativo distanciamiento –no de huída, asepsia o indiferencia- puede garantizar este equilibrio. Y también añadir refuerzos o estímulos que potencien dicho sosiego. Ante las situaciones negativas que contemplamos o vivimos es posible ejercitar una tristeza limpia (sugerente expresión) pero no una sorda y estéril irritación, una agresividad inútil. Todo aquello que ayude a la relajación de nuestros nervios y a potenciar la fortaleza de nuestro ánimo será necesario y bienvenido. Aquí el papel de la diversión, la cultura y el ocio son Insustituibles.

Otras parejas dialécticas son también motivo de reflexión. La templanza es deseo de plenitud, y la tibieza, por el contrario, encierra carencias múltiples. Ambas se miran a la cara pero se contradicen y siguen direcciones opuestas. La cantidad y la calidad libran a menudo batallas irreconciliables, y aunque la primera triunfe aparentemente, la calidad es el índice del peso verdadero de las cosas. Todas ellas forman parte, en alguna manera, de nuestro equipaje personal.
La indignación racional
La indignación racional es, al mismo tiempo, punto de arranque y motivación global del proceso de alumbramiento de la ciudadanía, que es lo contrario del absentismo y de la indiferencia por las cuestiones públicas. La llamada a la autenticidad es el núcleo del bagaje moral, que nos abre al mundo de la gratuidad, a los valores de la coherencia personal y de la articulación social.

También el entusiasmo nos ayuda a llevar la vida con dignidad y alegría, a instalarnos lo más placenteramente posible entre las personas y las cosas que nos rodean y hacer rendir nuestras cualidades y atributos. Como muchos autores y pensadores han dicho en distintos tonos y modos, la vida debe tener más “de fiesta y danza que de agobio y de amargura”.
El afán de claridad debe acompañarnos, o lo que viene a ser lo mismo: la lucidez para un discernimiento siempre necesario en el camino de la vida, en todas las encrucijadas y dilemas. Dicha claridad ha de hacerse presente en la solidez de los contenidos pero con una envoltura modesta y moderada de los mismos, elástica y tolerante.
Para mantener vivo el sentido profundo de las cosas, de la existencia que se nos da y que construimos cada día, resulta indispensable preservar el equilibrio y la armonía jnterior a pesar de todas las dificultades.

Aviso para creyentes
Lo dicho hasta aquí vale básicamente para todas las personas por igual, sin distinción de creencias o de referencias religiosas, de iluminaciones que orientan y de orientaciones que iluminan. He expresado aquí un conjunto de pautas y de sugerencias que pueden dinamizarnos para transformar este mundo tantas veces sombrío pero también lleno de posibilidades.
Quienes buscan impregnar su vida con la fe y la esperanza puestas en Jesús de Nazaret encontrarán en esa fe y esa esperanza un refuerzo y un camino, una fuente de sentido y de profundización que fertilice sus actitudes y expectativas.
Santiago Sánchez Torrado
mayo 2016

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