La revolución de Santa Marta -- Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

Artículo del «Guardián del Areópago»
Me refiero a la residencia, o posada clerical, donde vive el Papa. No debería constituir una revolución el hecho de que un Papa se decida a cumplir algunas de las ideas maestras para configurar el estilo de vida que nos enseñó Jesús, primero con su vida y obras, después con su Palabra. Entenderemos bien lo que quiero decir si leemos el evangelio de hoy, martes de la 2ª semana de Cuaresma:

«En aquel tiempo, Jesús habló a la gente y a sus discípulos, diciendo: «En la cátedra de Moisés se han sentado los escribas y los fariseos: haced y cumplid lo que os digan; pero no hagáis lo que ellos hacen, porque ellos no hacen lo que dicen. Ellos lían fardos pesados e insoportables y se los cargan a la gente en los hombros, pero ellos no están dispuestos a mover un dedo para empujar. Todo lo que hacen es para que los vea la gente: alargan las filacterias y ensanchan las franjas del manto; les gustan los primeros puestos en los banquetes y los asientos de honor en las sinagogas; que les hagan reverencias por la calle y que la gente los llame maestros. Vosotros, en cambio, no os dejéis llamar maestro, porque uno solo es vuestro maestro, y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis padre vuestro a nadie en la tierra, porque uno solo es vuestro Padre, el del cielo. No os dejéis llamar consejeros, porque uno solo es vuestro consejero, Cristo. El primero entre vosotros será vuestro servidor. El que se enaltece será humillado, y el que se humilla será enaltecido.» (Mt 23, 1-12).

Al inicio de su pontificado, algunos aseguraron que Francisco mantendría su vivienda en Santa Marta por unos días, hasta que se le pasara el soponcio de haber sido elegido Papa, y se acostumbrara a todo el protocolo. Incluso oí decir en reuniones de clérigos, y no de los de niveles más elementales, que Santa Marta era más complicado, y más caro, que los aposentos del Palacio Apostólico. Otro argumento de los incondicionales de Benedicto y de Juan Pablo era que con esa actitud ?populista??, así la llamaban, estaba dejando en mal lugar a esos dos papas tan ínclitos, eximios y santos. Mi opinión es casi la contraria: el que deja mal a los papas, y cardenales, y obispos, y monseñores, y monseñorinos, y prelados de su Santidad, y otros merecedores de esas lindezas, no es el bueno de Francisco, sino Jesús de Nazaret, con su estilo de vida, y con sus palabras inequívocas, como las del evangelio de hoy. Además, hay que recordar que no son golondrinas de esas pocas que no hacen verano, sino que son manadas enteras las palabras de Jesús parecidas, y repetidas, proponiendo un estilo de vida sencillo, sobrio, sin diferencias entre los miembros de la Comunidad. ¡Bueno!, sí, con la única diferencia resaltada de que los primeros de la comunidad serán los servidores de todos.

Lo que verdaderamente sorprendente es que, durante siglos, los más altos jerarcas de la Iglesia hayan desconocido olímpicamente las palabras de Jesús, y el ejemplo de los primeros apóstoles y de la Iglesia primitiva. Y que los papas hayan caído en la alabanza-trampa del emperador cuando afirmó que en Roma no podían convivir ?dos soles??. Tal vez lo que su inconsciente le dictaba, pero él no se atrevió a pronunciar, era que no cabían dos dioses. Porque era un carácter divino el que el emperador poseía para sus súbditos, por lo que siempre había alguien, que, a su muerte, veía ascender su alma al cielo. De hecho, a partir de San León Magno, que paró con su pose casi sacra al azote de Atila, los papas son, cada vez más, sacralizados. De ahí el saludo con el beso en el pie, el título de Santo Padre, (cuando durante siglos los papas fueron de todo menos santos), y otros gestos y tratamientos que dejaban en un mal lugar, bastante hipócrita, el título más evangélico del Papa, ?servus servorun Dei??, (siervo de los siervos de Dios), que era, evidente, y penosamente, solo un título para distraer la atención.

De tal manera nos hemos acostumbrado a ignorar, u olvidar, las palabra de Jesús, o que los evangelistas ponían en su boca, que nos da igual, -lo que quiere decir el tipo de criterios y valores que vivían los primeros cristianos-, que nos perecen normales las mitras, -esos exóticos sombreros bizantinos, quienes los recibieron de la antigua moda egipcia-; las insoportables misas pontificales del Vaticano, o de las catedrales de las diócesis, ¡tan parecidas a la última cena de Jesús con los discípulos!; las intragables lecturas de tochos y mamotretos de papas y obispos, en lugar de directas homilías y anuncios del Kerigma; el séquito de ayudas de cámara, de acólitos, de gente de seguridad, del Santo padre, o de sus eminencias, o de sus excelencias, o ?sus ilustrísimas??, (nunca he entendido ese súbito paso y conversión de género, del masculino al femenino, en el caso de los obispos; o el trasiego de los señores y excelentísimos nuncios en sus cenas y fiestas de trabajo diplomático??

Se nos ha endurecido ya el corazón en la Iglesia, admitiendo como normales todas esas aberraciones, muy propias, sí de los protocolos mundanos, pero absolutamente reñidas, o deberían estarlo, con el espíritu de Jesús, y desde luego, con la claridad y aplastante lógica de sus palabras. En nuestra interacción de la misa que celebro con mis pocas, pero muy atentas parroquianas, una de ellas, muy conspicua, pero ingenua, ha afirmado que el papa Francisco ha elegido ese tipo de vida porque tiene un carácter muy sencillo y sobrio. Yo le he respondido que no podemos, ni debemos, imitar la manera de ser de nadie. Y que lo que hace el Papa es por intentar ser fiel a las palabras de Jesús, más que por tener un carácter u otro. Y eso sí que es inherente a los seguidores de Jesús, oír su Palabra y llevarla a la práctica.