Església Plural
Esta semana, la Conferencia Episcopal Española, nos ha obsequiado con un documento, aprobado en la última asamblea general del mes de marzo, donde carga de manera despiadada contra todo el que se mueve fuera del control del que denominan como Magisterio de la Iglesia.
Es un documento muy duro, cargado de violencia y rencor, que intenta estigmatizar a todas las personas y grupos que no se pliegan al dictado de la jerarquía. Es un documento que hay que leer en clave interna, eclesiástica y política, y para consumo, principalmente, de aquellos quien, anclados en búnquers fabricados de dogmatismo, sectarismo y fanatismo, ven peligrar sus privilegios personales y de clase.
Es un documento hecho con mala fe, que simplifica y manipula la realidad, y que pone de manifiesto la necesidad que determinados sectores de la Iglesia tienen de señalar culpables, para que no les señalen a ellos como unos de los principales agentes de la actual crisis que vive la Iglesia y de la indiferencia con que la sociedad percibe el hecho religioso.
Nunca ha estado en nuestro ánimo deslegitimar a aquellas personas que necesitan vivir su fe sobre fundamentos seguros y permanentes, que desean una doctrina clara y con pocos cambios, que necesitan guías en quien personalizar la divinidad, liturgias y cultos inamovibles que sean el principal referente de su relación con el sagrado. Lo respetamos y nos reconocemos como hermanos, nos sentimos en comunión con ellos porque que buscan honestamente vivir y manifestar el Cristo que da sentido a su vida.
La Iglesia necesita la fe de estas personas. Pero al mismo tiempo reclamamos respeto y reconocimiento para quienes vivimos nuestra relación con el Dios de Jesús como una búsqueda constante de la Verdad. Una Verdad revelada que vamos descubriendo día a día a medida que vamos llenando nuestra humanidad del Espíritu de Jesús. Un camino que vivimos como un reto, como un acto de creación permanente, como alguna cosa que nos va recreando y que al mismo tiempo sirve para crear nuevas expectativas del Reino a nuestro alrededor.
El documento de la Conferencia Episcopal Española no representa a las personas de la seguridad, solo las utiliza y las manipula, son la excusa para no hacer frente a una realidad cada vez más patente: el Magisterio de la Iglesia y el ministerio episcopal, ejercido en la forma como lo hacen el sector de obispos que domina la CEE, está llevando a las iglesias hispánicas hacia un callejón sin salida, hacia la marginación social, hacia la pérdida de todo tipo de credibilidad. La Buena Nueva de Jesús, en su boca, se convierte en un mensaje estéril.
La Iglesia española ha tenido, durante más de cuarenta años, carta blanca para hacer y deshacer todo el qué ha querido. Controlaba la enseñanza, el poder político y económico, el ocio, los medios de comunicación, los asuntos domésticos, etc. En definitiva, tenía el control absoluto sobre la vida de las personas y sus conciencias. Todo el mundo, por decreto gubernamental, iba cada domingo a misa, se celebraban todas las fiestas litúrgicas habidas y para haber, tenía todas las posibilidades a su alcance, incluidas las coercitivas, para «evangelizar» y «convertir» a toda una sociedad.
Desde los años cuarenta hasta los ochenta todas las generaciones se vieron sometidas a este proceso «evangelizador». ¿Se han preguntado alguna vez estos jerarcas que no pasa día que no condenen alguna cosa, si la situación actual tiene algo que ver con su actuación durante aquella época?
El documento no quiere crear nuevos escenarios, no quiere encontrar respuestas a la secularización de nuestra sociedad, solo quiere poner entre las cuerdas a aquellos pocos obispos que desde la moderación creen que es necesario cambiar algunas cosas. Es un documento al servicio de afianzar la posición de los sectores más ultras del episcopado, ahora que han visto traquetear su poder.
Es también un documento al servicio de un partido político que ve como día tras día se le acaban los argumentos apocalípticos para derrotar a sus contrincantes, un partido que se ha dejado utilizar por los que tienen peso en la CEE y que ahora reclama el precio, un precio que este sector de Iglesia paga intentado desestabilizar el gobierno actual y dirigiendo el voto hacia el partido que les puede garantizar la presencia social que ella no es capaz de mantener porque se ha encerrado en un autismo destructivo.
Documentos como este no hacen más que confirmar la intuición que muchos vivimos como esperanza de la necesidad urgente de una nueva manera de vivir la fe y de presentar a Jesús a la sociedad. Una manera no excluyente, una casa común de todas las sensibilidades, que acoge la tradición como un factor dinámico de la recepción de la Revelación en cada momento histórico, que reconoce la soberanía de Dios para manifestarse en toda persona de buena fe, profese la religión que profese, que acoge al hombre y a la mujer con todas sus potencialidades y limitaciones, que respeta su libertad y autonomía y no ejerce sobre ellos ninguna clase de discriminación ni coacción, que sufre y se alegra con ellos y que se pone al servicio de los más pequeños y desvalidos, a quien ofrece su apoyo y su voz para denunciar la injusticia allá donde se produce. Esta Iglesia será signo de contradicción y fuente de felicidad para la humanidad.