Algunos eclesiásticos parecen creer que la salvación de la Iglesia va a venir por la elevación (cuánto más rápida, mejor) de Juan Pablo II a los altares. Tanto es así que, tras haber agitado sin parar el santo súbito, ahora y sin que haya subido todavía el primer escalón de la beatificación, ya piden milagros para su canonización. Y no lo hace cualquiera, sino el mismísimo postulador de su causa, el polaco Slawomir Oder: «Háganme saber posible snuevos milagros…para llevar a Juan Pablo II a la gloria de la santidad».
Una carrera papolátrica. Una carrera que no tiene sentido de la medida. Una carrera en la que hasta se están perdiendo los tiempos y las formas. Todo parece indicar que, para algunos, el Papa es la Iglesia y que hay que glorificar al papado para apuntalar a la Iglesia. Se está incrementando tanto la papolatría que, para amplios sectores de creyentes ultras, es más grave atacar al Papa que atacar a Cristo o discutir un dogma de fe.
Y mientras, la gente (incluida la católica) pasa de jerarquías y de Papas. Deja las estructuras eclesiásticas y se aleja, porque no encuentra en ellas el agua que apague su sed de espiritualidad. Y buscan una espiritualidad sin religión estructurada. Buscan a Jesus de Nazaret. Buscan a Dios y a su Reino. Y, a veces, hasta otros sucedáneos. Porque los seguidores de Jesús en vez de predicar el Reino predican el papado.