Hace unas semanas un periódico de tirada nacional se despachaba a gusto en portada criticando duramente el viaje de 5 parlamentarios (de PP, PSOE y CiU) a Washington y Nueva York para conocer distintas organizaciones multilaterales (Banco Mundial, Fondo Monetario Internacional, Naciones Unidas, etc). No había podido ver la noticia en papel y se me ocurrió entrar por internet, donde me encontré (esa misma mañana, apenas unas horas después de publicarse la noticia) con dos centenares de airados comentarios de ciudadanos indignados ante el despilfarro, la corrupción y la desfachatez de sus señorías, que sin duda alguna se habían ido a la ciudad de los rascacielos a hacer sus compras navideñas con cargo al erario público.
Es comprensible la indignación ciudadana ante la interminable serie de casos de corrupción que contemplamos estupefactos en la escena política. Pero es preocupante que esta indignación se manipule de manera irresponsable por los medios de comunicación, llevando la situación al absurdo y convirtiendo en noticia “execrable” lo que debería constituir un ejercicio responsable de las tareas políticas (en este caso del Parlamento). España ha incrementado en los últimos años de manera considerable su contribución económica a los organismos multilaterales, en reflejo de una apuesta política por reconocer y potenciar su papel en respuesta a los problemas globales que todos afrontamos. Esta apuesta contrasta con el tradicional desconocimiento e incluso desinterés que su funcionamiento ha despertado entre la clase política, los medios de comunicación y la sociedad en general. Ni los gobiernos (de uno y otro signo) han rendido cuentas de manera habitual de nuestra presencia en dichos organismos, ni el Parlamento ha ejercido de manera estable su labor de control, ni la sociedad ha pedido explicaciones de lo que se hacía. España cuenta con muy pocos funcionarios en estos organismos y generalmente tenemos poca presencia en los espacios de toma de decisión. Un viaje como el que ahora han realizado los parlamentarios, bien enfocado, supone un paso de gigante para empezar a revertir esta situación. Conocer las instituciones y su funcionamiento les puede permitir afinar mucho más en el diseño de políticas y el seguimiento a la actuación del gobierno en esta materia fundamental.
Sin embargo, más fácil que explicar lo anterior (y sin duda más rentable en los kioscos) resulta aprovechar el momento y acusar a los diputados de despilfarradores e irresponsables. Como decía más arriba, ciertamente muchos políticos están haciendo méritos sinceros para merecerse estas y otras presunciones de culpabilidad, pero no deja de resultar llamativo esa focalización de nuestras iras en un solo colectivo. Porque, en contra de lo que reflejan las últimas encuestas del CIS, yo no pienso que el problema esté en los políticos, sino en la doble moral de la que hacemos gala como sociedad. Los corruptos obviamente son ellos, los políticos, no el resto. ¿Que un médico disfruta de un maravilloso viaje “gratis total” regalado por una empresa farmacéutica? Acude a unas jornadas científicas importantísimas. ¿Que una empresa proveedora regala bolsos de Loewe a las esposas de los contratistas municipales? Realiza una labor de Relaciones Públicas y Promoción. ¿Que un funcionario se lleva a casa parte de los suministros del almacén? Es una pequeña compensación ante la congelación salarial… y así a mayor y menor escala, con mayor y menor justificación, vamos adaptando nuestra moral a la conveniencia del momento, porque siempre los corruptos son otros.
Pero si no somos capaces de decir que no a la tentación a pequeña escala que tenemos al alcance de nuestra mano, ¿quiénes somos nosotros para criticar al resto? ¿Lo hacemos con indignación real o es sólo la envidia del que no puede aspirar a hacer lo mismo? En este caso, tal vez lo que está en nuestro ojo sea sólo la paja, pero si no la quitamos primero no tendremos ninguna credibilidad para protestar por la viga.