1. El cristiano misionero
30 de octubre del 2007. Aquella noche, en el auditorio del Centro Cultural de Brasilia, manejado por los padres jesuitas, el dominico Frei Betto iba a ser homenajeado con la entrega del título de ciudadano honorario de Brasilia. A pesar del extremo cansancio en que me encontraba al final de aquel día, asistí. La figura del homenajeado me traía recuerdos y lazos de solidaridad de casi medio siglo.
Sobre la celebración de gala de aquella noche quiero atenerme sólo al testimonio del homenajeado, que premió a sus oyentes con un memorable testimonio. De la abundante riqueza de su pronunciamiento quiero entresacar apenas cinco pepitas de oro de elevados quilates.
La primera es la evocación de un período áureo de la Iglesia del Brasil, caracterizado por la creación de la Conferencia Nacional de los Obispos de Brasil (CNBB) y de la Conferencia de los Religiosos de Brasil (CRB); por la celebración esplendorosa del Congreso Eucarístico Internacional realizado en Rio de Janeiro, con movilización de toda la Iglesia del país; pero también por la vitalidad pujante de la Acción Católica especializada (ACE), sobre todo de sus movimientos juveniles (agrario, estudiantil, independiente, obrero y universitario), con sus respectivas siglas: JAC, JEC, JIC, JOC, JUC. Frei Betto fue dirigente nacional de la Juventud Estudiantil Católica, inserta en el medio de la segunda enseñanza. Esos movimientos ya tenían una visión de la Iglesia que poco después sería asumida por el concilio Vaticano II (1962-1965): la Iglesia como pueblo de Dios, comunión y misión, y también como servicio entre sus miembros y servicio a toda la sociedad humana.
En su actuación durante la segunda mitad de los años 50 y en los primeros años de la década de 1960 esos movimientos, sobre todo el estudiantil y el universitario, fueron influenciados fuertemente por el humanismo del filósofo jesuita padre Lima Vaz. Esta influencia extrapoló a los movimientos de Acción Católica e imprimió sus características en el Movimiento de Educación de Base (MEB), patrocinado por la CNBB, así como en los movimientos de cultura popular que actuaron en el seno de la sociedad brasileña de la época.
La segunda pepita fue el descubrimiento vivencial experimentado por Frei Betto de la realidad del ?pobre? en el contexto brasileño. Reconoció que el concepto de pobre con que trabajaba en el tiempo en que era dirigente nacional de la JEC tenía una connotación puramente teórica. Además de que también era teórico el concepto de pobre vigente en la Unión Nacional de Estudiantes (UNE), en aquel contexto histórico. El descubrimiento de la realidad del pobre lo experimentó por vez primera en los cuatro años que estuvo preso en las mazmorras del régimen militar. Como prisionero convivió en aquel período con auténticos representantes de los excluidos de la sociedad brasileña.
La tercera pepita fue el descubrimiento de los pobres en el Estado de Espíritu Santo junto con el descubrimiento de las Comunidades Eclesiales de Base (CEB). Liberado tras cuatro años de cautiverio, rechazó las propuestas para salir al exilio en el extranjero, como era lo normal en la época para los ciudadanos de la categoría de ?persona non grata? al régimen. Aceptó en cambio una especie de ?destierro? en el Estado de Espíritu Santo, fuera del eje neurálgico Rio-Sao Paulo.
Esta elección estaba en el designio de la divina Providencia. En aquella época la Iglesia en el Estado de Espíritu Santo se encontraba bajo la conducción del arzobispo de Vitoria, el carioca Dom Joao Batista Mota, y de su obispo auxiliar, el paraibano Dom Luis Fernández, que habían promovido un espectacular trabajo de implantación de Comunidades Eclesiales de Base.
Envuelto en sus embates políticos a lo largo de la segunda mitad de la década de 1960, Frei Betto no había tenido la oportunidad de acompañar en sus detalles todo el caminar de la Iglesia en aquel período. En realidad las Comunidades Eclesiales de Base son herederas legítimas de los movimientos de la Acción Católica especializada, pero constituyen respecto a ésta un salto cualitativo en términos de institución eclesial.
En efecto, los movimientos jóvenes de ACE padecían de una seria limitación en cuanto movimientos de Iglesia. Sus dirigentes, militantes misioneros y jóvenes sensibilizados por éstos para una vivencia comprometida de la fe no encontraban comunidades parroquiales con visión renovada de Iglesia donde poder insertarse. A partir de 1964 esos movimientos se sintieron desamparados al ser diezmados por el régimen militar. Por otra parte, la visión de Iglesia que los alimentaba fue asumida de manera excepcional y teológicamente articulada por el concilio Vaticano II, con el apoyo del episcopado católico del mundo entero y de sus respectivas Iglesias particulares (diócesis y arquidiócesis).
Al término del concilio el episcopado brasileño era el único que ya había debatido y aprobado por casi unanimidad un plan de renovación de la Iglesia en Brasil en consonancia con la visión de Iglesia preconizada en los documentos elaborados y promulgados por el Vaticano II. Este plan tenía como objetivo apoyar y ayudar a las diócesis a vivir y renovar sus estructuras y su vivencia teologal (fe, esperanza y caridad) en coherencia con las decisiones del concilio. Esta agenda incluía la renovación parroquial. En este contexto adquirió un impulso vigoroso la expansión de las comunidades eclesiales de base, cuya génesis antecedía a la celebración del concilio.
En realidad, la comunidad eclesial de base no constituye un movimiento sino una institución que asume todas las dimensiones de Iglesia para todas las edades y para todas las categorías sociales. En esta condición ella constituye el pivote de renovación parroquial. En el medio rural ella tiene como objetivo la profundización entre los fieles de una fe progresivamente más madura que la simple religiosidad popular, y muchas veces se identifica con la capilla del interior. En el medio urbano, sobre todo en las megápolis, además de la maduración de la vida teologal del pueblo de Dios, que participa en ella, la CEB intenta darle un sello urbano a la comunidad de la Iglesia, que no podía ser provisto por la vigente estructura parroquial. Pues ésta fue copiada en el modelo de parroquia rural y por ese motivo no respondía a la complejidad y a la dinámica de la población urbana.
La cuarta pepita fue la opción tomada por Frei Betto de permanecer como simple religioso dominico y no aspirar al sacramento del presbiterado, ni a puestos de mando dentro de su Orden religiosa, a fin de tener más libertad para dedicarse por completo al servicio de los pobres. Las tribulaciones experimentadas por Dom Paulo Evaristo Arns, Dom Aloisio Lorscheider, Dom Cándido Padim y por otros miembros de la jerarquía católica en menor grado, ilustran de sobra los motivos de esta elección del religioso dominico.
La quinta pepita fue otra opción tomada por este religioso. Al dedicarse al servicio de los pobres no buscó apoyarse en ideologías y corrientes filosóficas extrañas al cristianismo, sino exclusivamente en las exigencias de la Palabra de Dios, especialmente de la Buena Nueva del Evangelio. De esta manera no se sintió enmarañado por las controversias académicas y teológicas, y sus correspondientes prácticas pastorales, que aún hoy agitan a la teología de la liberación.
Esas cinco pepitas constituyen una muestra del extraordinario valor de ejemplo de vida evangélica y de testimonio misionero transmitido por Frei Betto la noche en que, hablando exactamente en el corazón de la capital de la República, fue reconocido con el título de ciudadano brasiliense que le fue otorgado por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal.
2. El ciudadano militante
La solemnidad promovida por la Asamblea Legislativa del Distrito Federal para otorgar a Frei Betto el título de ciudadano brasiliense tuvo la capacidad aglutinadora de reunir a representantes de casi todas las entidades, instituciones y movimientos que se dedican en el DF a promover las causas populares y las iniciativas que tratan de incluir e integrar en la sociedad brasileña al casi 50 % de la población, que a lo largo de los últimos cinco siglos ha sido sistemáticamente segregado.
Cierto que la personalidad del homenajeado, su capacidad de diálogo, la transparencia de sus ideales y propuestas, su búsqueda permanente de construir convergencia y, si es posible, consenso, su desprendimiento de ambiciones personales en cuanto a lo tocante a beneficios económicos y financieros, o a la lucha por el poder?? todas esas cualidades le granjearon este carisma de ser un denominador común en el amplio abanico de tendencias que hoy caracteriza a todos aquellos que buscan sinceramente una democracia en la que cada brasileño y brasileña puedan ejercer con mayor plenitud su ciudadanía política, civil (derechos humanos), económica, social y cultural.
Situado en ese contexto, el testimonio dado por Frei Betto al agradecer el homenaje que se le hacía reveló, entre otras cosas, tres dimensiones que merecen ser resaltadas. Como ciudadano que fue parte del gobierno durante un corto período, Frei Betto fue cauteloso en su lenguaje. Quien dispone, sin embargo, de algún conocimiento de la realidad política brasileña, puede entresacar estas tres dimensiones con la claridad y nitidez que paso a presentar.
La primera fue su posición fundamental como ciudadano militante. Frei Betto se considera no como un líder carismático para conducir a las masas populares, sino como parte integrante y solidaria de todas las iniciativas que buscan los mismos objetivos de inclusión social. Por eso agradeció los homenajes como una manifestación de solidaridad para con la causa de la construcción de la democracia con participación efectiva, y no sólo simbólica y eventual, de toda la sociedad brasileña en la elaboración e implantación de un nuevo proyecto nacional, estadual y municipal.
Reconoció que esta causa es de una envergadura colosal y no puede ser lograda por un acto de magia ni a corto plazo. Reveló que en su juventud creyó que viviría lo suficiente para disfrutar como realidad este salto cualitativo que el Brasil necesita dar para alcanzar el nivel soñado de democracia. Pero confesó que, como un ciudadano mayor, hoy aspira solamente a ser una semilla, cuyos frutos nunca habrá de saborear. Pero confía en que esta semilla germinará algún día y se convertiré en árbol frondoso, junto con otros muchos millones, originando un Brasil sustentablemente desarrollado, capaz de transformar en realidad todo el potencial del que este país fue dotado por el Creador.
La segunda dimensión a ser resaltada en el testimonio de Frei Betto es la limitación de la democracia representativa a través de partidos políticos. En la presente situación los partidos políticos y los (las) elegidos(as) por ellos representan el poder económico e intereses de grupos corporativos. Por eso no logran una efectiva movilización de la sociedad, sino que buscan solamente utilizarla como trampolín para perpetuarse en el poder mediante el voto popular en el momento de las elecciones periódicas.
Los partidos políticos y las instituciones del Estado sólo podrán ser reformados en la medida en que se dé una efectiva movilización y articulación de la sociedad con instrumentos efectivos de democracia directa para influir como un poder, que fundamentalmente le pertenece, en las decisiones a todos los niveles del Estado y de la sociedad brasileña.
Esta constatación introduce la tercera dimensión, la más esencial de todas, sacada del testimonio de Frei Betto. Según él esta dimensión se plantea como tarea de la mayor relevancia y fundamenta su presente actuación como ciudadano militante: movilizar a la sociedad; ayudarla a articularse y a organizarse a corto y mediano plazo desde la base local hasta los niveles más inclusivos de actuación en la totalidad de la nación y del Estado nacional. En la sociedad brasileña hay una exuberante expansión de organizaciones no gubernamentales. Es necesario apoyarlas, ayudando incluso a discriminar a aquellas que no representan los reales intereses de la sociedad, sino que sólo son testaferros de intereses corporativos tradicionales o, quién sabe, extranjeros. Pero hay que actuar con paciencia y constancia, utilizando el apoyo de la plataforma de organizaciones no gubernamentales, a fin de alcanzar nuevos niveles de una efectiva participación popular. Solamente a través de este proceso se alcanzará una verdadera reforma política que llevará a una democracia en la que cada miembro de la sociedad ejercerá en plenitud su ciudadanía.
Este testimonio de Frei Betto hizo también memorable la noche del 30 de octubre del 2007 en el auditorio del Centro Cultural de Brasilia, abriendo un nuevo y prometedor horizonte de esperanza para la actuación de todas y todos los que confían en un futuro más feliz para el Brasil en el siglo 21.
Traducción – Frei José Luis Burguet