«La mayoría de los matrimonios sacramentales son nulos» (El papa Francisco) -- Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

0
55

Enviado a la página web de Redes Cristianas

No estamos acostumbrados a que la alta jerarquía de la Iglesia, y no digamos el papa, llame «al pan, pan; y, al vino, vino». Pero Francisco no es de los que miran para otro lado, ni de los que usan eufemismos dulcificantes, sino es de los que atacan la verdad de frente. Hizo la afirmación en una reunión en San Juan de Letrán, en la que fue interrogado sobre asuntos, temas, y, sobre todo, problemas, en la familia. Y todos le oyeron decir «la mayoría de matrimonios…, etc.», y no «una parte», como pretendió corregir, y suavizar, después, algún órgano de la Santa Sede. Pero todos los periódicos, y todos los portales , escritos o digitales, han reproducido «la mayoría», porque fue eso lo que escucharon. Y lo escucharon de la boca del Papa porque, s su entender, es la verdad.

Y no solo en la percepción del Papa, sino de tantos y tantos curas que conozco, entre los que me incluyo. Y no hablo de obispos, porque éstos suelen tener mucho miedo en reconocer situaciones que obligarían a la Institución eclesial a realizar arduas labores de restauración, así como a reconocer, a posteriori, graves perjuicios a la pastoral matrimonial y familiar. Y no solo a posteriori, sino que acabaría provocando un nuevo planteamiento de todos el sistema canónico, y hasta teológico, sobre el Matrimonio y la familia, que la Iglesia, su jerarquía, sobre todo, ha ido manteniendo siglos y siglo con rigidez, inflexiblemente, y, a veces, con más autoritarismo que Misericordia. El reconocimiento del problema por parte de Francisco es otro paso más en su decidido, valiente, y evangélico caminar hacia nuevos horizontes teológicos y sacramentales, que se convertirán, después, en humanos y sociológicos, y acabarán forzando una grave renovación en el Derecho Canónico dela Iglesia.

He hablado de obispos. Contaré una anécdota que me parece que alguna vez he apuntado en este blog. Cuando nos ordenan de presbíteros, de curas, en un momento dado el obispo, con todo el énfasis y solemnidad de que sea capaz, proclama, dirigiéndose al ordenando: «Te hacemos dispensador de los misterios de Dios, ¡mira bien cómo los dispensas!» En mi caso, esa especie de solemne conjuro, me impresionó. Y uniendo ese texto litúrgico al canon en el Código de Derecho Canónico que declaraba pena de excomunión para un ministro ordenado que expusiera un sacramento a nulidad, te sentías impotente y coaccionado.

La jerarquía de la Iglesia ha pasado tantos siglos, como veíamos ayer, intentando explicaciones imposibles del misterio, que todavía lo oscurecían más, declarando dogmas, emitiendo cánones, y afirmando su autoridad magisterial, dejando tan pocas posibilidades, tan poca autonomía, a los ministros de los sacramentos, que éstos se fueron convirtiendo, más que signos de la presencia de Jesucristo Señor en su Iglesia, eventos sujetos a unas normas administrativas y burocráticas, canónicas, las llamaban, que a los ministros sacramentales más conspicuos solo les ha quedado superar la tendencia al radicalismo y al escrúpulo, algo que no siempre, por desgracia, se consiguió, apelando a agarraderos conscientemente considerados poco serios. Como por ejemplo, ante la fuerte y fundamentada sospecha de nulidad sacramental en las nupcias, o en algunas absoluciones penitenciales sin materia, o sin oros requisitos necesarios, se apelaba, de manera genérica, ya para todos los casos en el futuro, al adagio canónico «omnia parata sunt», (todo está preparado), y que luego fuera lo que Dios quisiera.

Así que a nadie le extrañe que el papa Francisco, que como todo le mundo reconoce, es amigo, defensor, y hasta adalid de la verdad, hay levantado su voz autoritaria, conocedor del bien inmenso que sus palabras iban a hacer a tantos ministros de la Iglesia, apresados entre la espada de la normativa eclesiástica y la pared de su conciencia, en la dispensación, directa o indirecta, (en las nupcias es de este última condición, siendo apenas un testigo necesario), de los signos que Jesús dejó a su Iglesia como modo de su presencia. (Recuerdo una variante de la definición de sacramento, muy apreciada por Schillebeeckx – Edward Cornelis Florentius Alfonsus Schillebeeckx O.P.-, gran teólogo holandés, y asesor teológico conciliar del papa Pablo VI): Sacramento es un signo sensible y eficaz de la presencia de Jesucristo en su Iglesia. (Era más corriente definir «de la Gracia de Dios»).

Ahora viene una época apasionante, sobre todos para los tribunales eclesiásticos, (¿¡tribunales eclesiásticos!?), sí, que aunque el Evangelio no de ni una pista, ni una declaración de intenciones, y ni siquiera de la posibilidad o coherencia de la existencia de esa institución, en la Historia de la Iglesia ha sido decisiva. Pero poco trabajo va a quedar a los tribunales si el propio ministro-testigo corrobora que tiene serias dudas de la validez sacramental de la celebración, y que son exactamente tan serias y persistentes como las del papa Francisco.