Enviado a la página web de Redes Cristianas
Hoy, mientras desayunaba, he escuchado, como todos los días, los desayunos de TVE. Y una periodista, de nombre Edurne Uriarte, de AB C, ha insistido en contraponer la insistente petición de ?regeneración democrática??, por parte de los partidos emergentes, con la posibilidad real de que, ahora, en la pós elección, esos partidos no voten siempre la lista más votada. Lo que constituiría, según esa periodista (¿?), una negación de la regeneración democrática. Menos mal que el periodista del grupo Zeta, Miguel Ángel Liso, le ha salido al paso de inmediato, recordándole que una cosa no tiene nada que ver con la otra. A mí lo de la lista más votada, cuando no lo es por mayoría absoluta, me parece una pretensión de imposición contraria a nuestra justicia electoral, y, lo que es más importante, al sentido común. Intentaré explicarlo:
El estilo de votación, en nuestro sistema electoral, es, realmente, indirecto. Esto quiere decir, que en las elecciones generales no votamos directamente quién va a ser el presidente, sino a los parlamentarios que, después de tratos y pactos, lo elegirán. Evidentemente, con una mayoría absoluta, esa hipótesis, aunque sigue siendo válida, no es la más probable. Y en los municipios, no votamos al alcalde directamente, sino a los concejales que lo elegirán. Este sistema es, me parece, el más democrático y sensato, sobre todo cuando el arco parlamentario se abre en numerosos partidos.
Realmente, además, en nuestro ordenamiento, más que elegir personas, se eligen partidos. Por eso, si no hay mayoría absoluta, ni minoría muy mayoritaria, si me vale la expresión, el partido elegido puede serlo por la fuerza de la sigla, o, como ha sucedido en las últimas elecciones, porque un partido, en nuestro caso, el PP, ostentaba el poder, con lo que eso significa, en la inmensa mayoría de los municipios, y en la caso totalidad de las autonomías. En anteriores elecciones, que ocurría la misma circunstancia, si tenía mayoría absoluta, y la tenía, generalmente, muy amplia, era porque los ciudadanos no veían, ni tenían, motivos serios para apartarlo del poder. Cuando, como ahora, esa mayoría se ha convertido en una más bien pequeña minoría, (por ejemplo, un 35% por ciento de aprobación, por un 65% de reprobación), nadie, ni por lógica, ni por ordenación electoral, puede pretender que esa mayoría más votada goce de algún derecho, ipso facto, para obtener, sin más, la gobernación.
Otra cosa que ha olvidado el PP: hacer política es, también, no abusar de la mayoría absoluta, haciendo enemigos, y llenando el camino de cadáveres. El último ejercicio político ha sido, a nivel de Cortes Generales, como de Parlamentos Autonómicos, y hasta de Consistorios Municipales, un delirio de ejercicio de poder prepotente, no concediendo a los adversarios políticos, en muchos casos, ni las migajas de aceptar una proposición sensata de ley, por ejemplo. O una iniciativa a todas luces buena para la Autonomía o el Municipio, solo porque las habían presentado los adversarios políticos. El cambio drástico en el ordenamiento de la elección de los miembros del Consejo de TVE, por ejemplo, rebajando la necesaria mayoría cualificada a una mayoría simple, fue, por su rapidez, -precipitación, todavía mejor-, y drasticidad, un buen ejemplo de abuso de mayoría, que, además, mostraba el camino que el partido en el poder iba a seguir en su mandato. Y, a nivel autonómico y municipal, salidas como las de los alcaldes de Valladolid o Valencia, o del presidente de las Cortes Valencianas, han empujado a los electores, o por lo menos, a la mayoría, a darles la espalda.
Y con esos antecedentes, ¿alguien pretende que no se dé importancia política, y se busquen otros resultados, aunque ese partido haya sido la lista más votada, y haya tenido, en algunas instituciones, mayorías relativas, más bien pequeñas? ¿Es extraño que muy pocos quieran pactar con un partido que ha presentado esa exhibición descarada y prepotente, en el ejercicio del poder?