Los actos morales del hombre pueden ser valorados desde dos puntos de vista argumentativos diferentes. Por un lado está la Ley Natural, y por otro la Razón.
Pero, en realidad detrás de esta divergencia se encierra una pregunta anterior que es la que puede poner luz en este embrollo: ¿el hombre es un ser natural o un ser racional?
En el primer caso, el derecho natural marcaría el juicio moral sobre los actos humanos, y en el segundo caso, el desarrollo evolutivo, la cultura y la progresión social serían los puntos de apoyo para la valoración moral de los actos del hombre.
No cabe duda de que la postura oficial y actual de la Iglesia católica es la primera que presentamos, con las consiguientes consecuencias que eso implica de universalidad e inmutabilidad de juicio en el comportamiento humano.
Dicho de otra forma, todo lo que contradiga lo establecido naturalmente en el hombre estaría en contra de la moral humana y cristiana.
Es de cajón que en la mayoría de los campos de la realidad humana, no se puede buscar y, menos aún, encontrar, una fundamentación ?natural?? para cada acto del hombre.
Por lo tanto, parece errónea la voluntad de valorar moralmente los actos del hombre aislándolos de otras circunstancias relativas al progreso, a la sociedad, al cambio de mentalidad y a la propia evolución, en todos los campos, del hombre como ser racional y cultural.
No se puede olvidar nunca que la razón humana también pertenece a la naturaleza creada del hombre, y por lo tanto sería una barbaridad querer poner en las manos de Dios lo que anteriormente Dios ha entregado al hombre (la razón) para que éste la use libremente.
La ley natural, por sí misma, comete el error de valorar al hombre como un ser estático, fijado intemporalmente.
Es decir que el obrar moral del hombre del siglo XXI debería remitirse para su valoración moral a lo establecido desde siempre por Dios en su naturaleza, independientemente de su ?natural?? desarrollo y evolución a través de la historia.
Esto no puede ser así, puesto que Dios es el que ha otorgado al ser humano la suficiente autonomía, a través de la razón, para realizarse como creatura cada vez más completa y perfeccionada.
Si la creación está en constante desarrollo, porque así Dios lo ha querido, el hombre, necesariamente, y formando parte de la creación de Dios, también está en constante progreso y perfección.
Los actos humanos no pueden ser interpretados aisladamente, y menos aún conforme a su naturaleza, exclusivamente. Los actos humanos se valoran en su contexto y en su entramado general.
Y esto es una función propia de la razón, que los interpreta y valora dentro de un contexto particular.
Entendemos por ley natural el conjunto de normas morales cognoscibles por el hombre con independencia de la revelación. Por ejemplo, el amor a los enemigos no forma parte del derecho natural, sino de la ley revelada por Jesucristo.
Las relaciones homosexuales, tampoco forman parte de la ley natural, por mucho que la Iglesia se empeñe en ello.
Sin entrar en valoraciones morales católicas, la Iglesia no puede argumentar en base a la ley natural, que estas uniones no son morales.
Ciertamente, desde un punto de vista católico, da la impresión de que las relaciones homosexuales son inmorales, pero nunca antinaturales (entendido antinaturales como contrarias a la ley natural y no a la naturaleza de la especie, puesto que ya sabemos que en algunas especies animales se da este tipo de comportamientos).
La ética del comportamiento humano no puede basarse en la ley natural, puesto que ésta hace clara omisión de la razón humana y de su posterior desarrollo a través de la historia y de la cultura.
Dicho con otras palabras, basar la ética del hombre en la ley natural es una ofensa a la especie humana, puesto que en el ser humano está la virtud de sobrepasar el estadio de naturaleza para convertirlo en un estadio superior de ser humano, cultural y desligado de la determinación instintiva.
Entiendo que la Iglesia presente exclusivamente un modelo de familia, pero esa opción se basa únicamente en el derecho natural, en el que un hombre y una mujer se unen en aras de la procreación para la continuidad de la especie.
Lo que no es de recibo es que la Iglesia quiera imponer la ley natural como único y último criterio para juzgar los diferentes modelos de familia.
En este sentido, la naturaleza tiene muy poco que decir, porque ese estadio ha sido ampliamente superado con el tiempo.
Por mi parte, respeto la visión moral de la Iglesia en torno a la familia, aunque no la comparta, pero no puedo admitir que sus argumentos se apoyen en razones relativas al derecho natural.
Precisamente, el desarrollo cultural del hombre es el que le ha permitido pasar de utilizar el sexo como elemento para la procreación, a usarlo como medio para la comunicación, el encuentro, la donación y la expresión del amor entre las personas, sean del mismo sexo o de sexos opuestos.
La argumentación de la Iglesia, proponiendo un único modelo de familia, es tan débil e inconsistente que ni sus propios pastores se atreven a utilizarlo a la hora de defender la postura oficial. No se puede ir por el mundo, en pleno siglo XXI con razonamientos tan desfasados y poco serios.
Me parece muy bien que la Iglesia siga en sus trece con la negativa de aceptar otros modelos de familia alternativos al tradicional, pero por favor, que utilice otra argumentación que no se base en la ley natural, que por ese camino se desprestigia a sí misma y pierde toda credibilidad para poder entablar una discusión mínimamente seria con el mundo.