InicioRevista de prensaiglesia catolicaLa inexistente “solicitud del Obispo” por los sacerdotes casados##Rufo González

La inexistente “solicitud del Obispo” por los sacerdotes casados -- Rufo González

Publicado en

Enviado a la página web de Redes Cristianas

curas-casados-libro“La controversia sobre el celibato” después del Vaticano II (18)
(Comentarios a “Sacerdotalis Caelibatus”, de Pablo VI)
“El derecho y el deber” de los sacerdotes a la ayuda episcopal (n. 91)
Los obispos, en nombre de la Iglesia, “recibieron y destinaron al sacerdocio”, y “les impusieron las manos…”. Estas acciones les vincularon mutuamente. Por ellas, los presbíteros: “están unidos para el honor sacerdotal por el sacramento del orden”; “les hacen presentes en la comunidad de los fieles”; y “toman sobre sí los oficios y la solicitud” de sus obispos. En estas vinculaciones se basa “el derecho y el deber de encontrar en ellos… ayuda insustituible y valiosísima para la observancia más fácil y feliz de los deberes contraídos” (Sacerd. Caelib. n. 91).

Hermoso en teoría. La práctica, muy distinta. Los obispos están atados a la ley. No entienden o no pueden con otro leguaje que la ley: el celibato es “un deber contraído de una vez para siempre ante Dios y la Iglesia”. Como si el compromiso celibatario fuera una opción fundamental por el Reino de Dios. No está en sus manos ninguna solución evangélica. El sacerdote que descubra en su vida como voluntad de Dios el no seguir siendo célibe, no puede entrar en diálogo fructífero con el obispo. No encontrará en él ayuda para ser fiel al ministerio. Tendrá que buscarlo en una comunidad adulta que comprenda y acepte. A lo más, un obispo “atrevido” puede llegar a recomendar: “tener vida sexual fuera de la parroquia” (¡histórico!), o mirar para otro lado, mientras la comunidad lo acepte y no tenga sustituto (“mejor es un cura casado que ninguno”: ¡también real!).

El último párrafo del n. 91 es históricamente incorrecto

“Al elegir el sagrado celibato, han seguido el ejemplo, vigente desde la antigüedad, de los obispos de Oriente y Occidente. Lo que constituye entre el obispo y el sacerdote un motivo nuevo de comunión y un factor propicio para vivirla más íntimamente”.

A los curas actuales no les dejan opción como a “los antiguos”. Ahora se ven obligados “a elegir el celibato”, si quieren recibir el ministerio. Los tres primeros siglos era completamente opcional para obispos y presbíteros. En el siglo IV se empieza a prohibir el uso del matrimonio (“continencia matrimonial”) por motivo de impureza ritual (practicar sexo es “estar en la carne”, confundiendo los textos bíblicos). El concilio de Elvira (a. 306): “todo sacerdote que duerma con su esposa la noche antes de dar misa perderá su trabajo” (n. 43). El Papa Siricio (a. 385) abandona a su esposa al hacerle Papa, y decreta que los sacerdotes ya no pueden aparearse con sus mujeres. El Concilio II de Tours (a. 567) establece que todo clérigo, hallado en la cama con su esposa, sea excomulgado por un año y reducido al estado laico. El Papa Pelagio II (a. 580) permite sacerdotes casados con tal que no pasen la propiedad eclesial a sus esposas e hijos. El Papa Gregorio VII (a. 1074) dice que quien desea ser ordenado debe hacer primero voto de celibato: “Los sacerdotes [deben] primero escapar de las garras de sus esposas”. El Papa Urbano II (a. 1095) ordena vender a las esposas de los sacerdotes como esclavas y sus hijos ser abandonados. El Papa Calixto II, en el concilio de Letrán I (a. 1123) decreta que los matrimonios clericales no son válidos. El Papa Inocencio II, en el Concilio II de Letrán (a. 1139) confirma el decreto del anterior Concilio.

“Responsabilidad y caridad pastoral” sobre un convencimiento dudoso

“Toda la ternura de Jesús por sus apóstoles se manifestó con toda evidencia cuando Él los hizo ministros de su cuerpo real y místico (cf. Jn 13-17); y también vosotros, en cuya persona “está presente en medio de los creyentes Nuestro Señor Jesucristo, pontífice sumo” [Const. Dogm. Lumen gentium, n. 21], sabéis que lo mejor de vuestro corazón y de vuestras atenciones pastorales se lo debéis a los sacerdotes y a los jóvenes que se preparan para serlo [Decr. Presbyter. ordinis, n. 7]. Por ningún otro modo podéis vosotros manifestar mejor esta vuestra convicción que por la consciente responsabilidad, por la sinceridad e invencible caridad con la que dirigiréis la educación de los alumnos del santuario y ayudaréis con todos los medios a los sacerdotes a mantenerse fieles a su vocación y a sus deberes” (Sacerd. Caelib. n. 92).

Supone que los obispos están “convencidos” de la vinculación necesaria celibato-ministerio. Parece que les hacen jurar su convencimiento antes de ordenarles. No todos están “convencidos”. Jurarán por imperativo legal (¡!). Algunos piden públicamente la revisión de la ley, otros, secularizados, han enarbolado la bandera de la libertad celibataria. Su “sinceridad e invencible caridad” les lleva a oír la voz del Espíritu que habita en las asociaciaciones de miles de curas casados por todo el mundo.

“El corazón del obispo” debía ser el corazón de Jesús, libre de la Ley

“La soledad humana del sacerdote, origen no último de desaliento y de tentaciones, sea atendida ante todo con vuestra fraterna y amigable presencia y acción [47] Antes de ser superiores y jueces, sed para vuestros sacerdotes maestros, padres, amigos y hermanos buenos y misericordiosos, prontos a comprender, a compadecer, a ayudar. Animad por todos los modos a vuestros sacerdotes a una amistad personal y a que se os abran confiadamente, que no suprima, sino que supere con la caridad pastoral el deber de obediencia jurídica, a fin de que la misma obediencia sea más voluntaria, leal y segura. Una devota amistad y una filial confianza con vosotros permitirá a los sacerdotes abriros sus almas a tiempo, confiaros sus dificultades en la certeza de poder disponer siempre de vuestro corazón para confiaros también las eventuales derrotas, sin el servil temor del castigo, sino en la espera filial de corrección, de perdón y de socorro, que les animará a emprender con nueva confianza su arduo camino” (Sacerd. Caelib. n. 93).

Es imposible en la práctica ser “superiores y jueces…” y a la vez “maestros, padres, amigos y hermanos buenos y misericordiosos”. Sobre todo en una materia que no es Evangelio, sino ley en una parte de la Iglesia, y que ha producido tantos males. Digo la “la ley”, no el celibato. Mientras haya “deber de obediencia jurídica”, la libertad del amor se vuelve imposible ante una ley discutida. Ley y evangelio, en esta materia, no concuerdan. No se puede anunciar el Evangelio y exigir esta ley. La vocación ministerial y la celibataria son evangélicamente independientes. Quienes las unen por ley no están en la libertad evangélica. Están en la “estupidez” de los gálatas: “¿recibistéis el Espíritu por haber observado la ley o por haber escuchado con fe?” (Gál 3,1-5). El don vocacional no viene por observar la ley celibataria, sino por obedecer a la fe, que sentimos en nuestro interior como voz de Dios, y nos confirma la comunidad cristiana tras discernirlo. Exigir el don del celibato para aceptar una vocación ministerial, es “tentar a Dios”, imponerle nuestra ley. No es evangelio.

“Autoridad y paternidad” para la salvación, no para una ley innecesaria

“Todos vosotros, venerables hermanos, estáis ciertamente convencidos de que devolver a un ánimo sacerdotal el gozo y el entusiasmo por la propia vocación, la paz interior y la salvación, es un ministerio urgente y glorioso que tiene un influjo incalculable en una multitud de almas. Si en un cierto momento os veis constreñidos a recurrir a vuestra autoridad y a una justa severidad con los pocos que, después de haber resistido a vuestro corazón, causan con su conducta escándalo al pueblo de Dios, al tomar las necesarias medidas procurad poneros delante todo su arrepentimiento. A imitación de Nuestro Señor Jesucristo, pastor y obispo de nuestras almas (1Pe 2, 25), no quebréis la caña cascada, ni apaguéis la mecha humeante (Mt 12, 20); sanad como Jesús las llagas (cf. Mt 9, 12), salvad lo que estaba perdido (cf. Mt 18, 11), id con ansia y amor en busca de la oveja descarriada para traerla de nuevo al calor del redil (cf. Lc 15, 4 s.) e intentad como Él, hasta el fin (cf. Lc 22, 48), el reclamo al amigo infiel” (Sacerd. Caelib. n. 94).

“La propia vocación, la paz interior y la salvación” no incluyen celibato. “En verdad no es exigido para el sacerdocio por su misma naturaleza, como aparece por la praxis de la Iglesia primitiva, y por la tradición de las Iglesias Orientales, donde, además de aquellos que con todos los obispos eligen guardar el celibato como don de gracia, hay presbíteros casados muy meritorios” (PO 16). Los escándalos los propicia la ley no necesaria. El Pueblo de Dios mayoritariamente quiere que tal ley sea eliminada. Máxime cuando mantenerla priva a muchos presbíteros y obispos de ejercer y a las comunidades de tener pastores buenos. Hoy resulta más escandaloso el comportamiento eclesial de mantener la ley que los casamientos clericales, vistos como actos de libertad justa, humana.

“Magisterio y vigilancia” para el clero célibe y casado (¡!)

“Estamos seguros, venerables hermanos, de que no dejaréis de tentar nada por cultivar asiduamente en vuestro clero, con vuestra doctrina y prudencia, con vuestro fervor pastoral, el ideal sagrado del celibato; y que no perderéis jamás de vista a los sacerdotes que han abandonado la casa de Dios, que es su verdadera casa, sea cual sea el éxito de su dolorosa aventura, porque ellos siguen siendo por siempre hijos vuestros” (Sacerd. Caelib. n. 95).

Fatua seguridad tiene el autor de la encíclica en que los obispos “no perderéis jamás de vista a los sacerdotes que han abandonado la casa de Dios, que es su verdadera casa, sea cual sea el éxito de su dolorosa aventura, porque ellos siguen siendo por siempre hijos vuestros”. Resulta chocante, por falsa, la teoría de que los sacerdotes casados “han abandonado la casa de Dios, que es su verdadera casa…”. Por lo demás, poco caso hacen los obispos al requerimiento papal. No sólo los pierden de vista, sino que los ignoran totalmente, no quieren comunicación con ellos, los tratan peor que a los no cristianos… Quizá piensan que en el fondo los presbíteros y obispos casados tienen razón y son víctimas de la estructura eclesial injusta. El cardenal Tarancón, espíritu bastante libre, ante la pregunta sobre qué pensaba del celibato opcional,contestó: “si digo lo que pienso, no podría seguir de obispo”. Fui testigo. ¡Qué Iglesia de Jesús más extraña donde no puede decirse lo que se piensa! Sobre todo cuando lo que se piensa está de acuerdo con el Evangelio, “la verdad que nos hace libres” (Jn 8,32).

Últimos artículos

La escasez de agua potable puede desencadenar guerras y amenazar la vida -- Leonardo Boff

Leonardo Boff La cuestión del agua dulce es indiscutiblemente tan importante como el cambio en...

Francisco: «El cambio de modelo de consumo es urgente e inaplazable»

Religión Digital "No robemos a las nuevas generaciones la esperanza en un futuro mejor" El...

No a una economía que produce descartes: buscar el bien de todos

Vatican News Al recibir a la Fundación “Centesimus Annus” con motivo del trigésimo aniversario de...

Noticias similares

La escasez de agua potable puede desencadenar guerras y amenazar la vida -- Leonardo Boff

Leonardo Boff La cuestión del agua dulce es indiscutiblemente tan importante como el cambio en...

Francisco: «El cambio de modelo de consumo es urgente e inaplazable»

Religión Digital "No robemos a las nuevas generaciones la esperanza en un futuro mejor" El...

No a una economía que produce descartes: buscar el bien de todos

Vatican News Al recibir a la Fundación “Centesimus Annus” con motivo del trigésimo aniversario de...