En nuestro X Encuentro Estatal del 2.007 salieron unos cuantos temas abiertos para una posterior reflexión. Uno de ellos fue éste: «Sentido profundo de la acogida, la tolerancia, el respeto, el pluralismo, la búsqueda en la Iglesia». Y lo concretábamos más: cómo vivir la experiencia de ser compañeros de viaje. Qué significa sentirnos partes de una Iglesia plural. Qué exige hablar de ecumenismo en serio y en profundidad.
Recogemos hoy este deseo de la asamblea y os ofrecemos unas reflexiones y experiencias, aportadas por diversas personas; unas expertas en el tema y otras creyentes a pie de iglesia y de calle.
Están recogidas en estos apartados:
. De la acogida del Evangelio a una Iglesia acogedora (Pepa Moleón)
¿Quedamos en la Iglesia? ( Respuestas a pie de calle)
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DE LA ACOGIDA DEL EVANGELIO A UNA IGLESIA ACOGEDORA
De la acogida del Evangelio??
«Acogida» es un término que implícita o explícitamente recorre el Evangelio, a lo largo de él se ofrecen momentos y propuestas de acogida casi de forma permanente.
Si acudimos al Diccionario encontramos hasta once acepciones y en la mayoría de ellas se plantea como una realidad relacional, esto es, se acoge a otros o se acoge algo de otros: es como un baile, una danza en la que nos tomamos las manos, intercambiamos las palabras o la mirada, la carencia y la posibilidad.
Acogida es dejarse interpelar por la realidad del otro, «ponerse a tiro» del diferente.
La iglesia, pueblo de Dios que recoge la memoria de Jesús, ve en la acogida la actitud primigenia de encuentro entre los seres humanos, no sólo cuando se dan situaciones de carencia o pobreza sino también, como veremos más adelante, cuando nos relacionamos entre iguales, en situaciones equilibradas: la acogida al otro y del otro es la actitud que favorece la empatía: primero acogemos y más tarde quizás somos capaces de caminar con sus zapatos, tal y como nos sugiere el sabio para crear una auténtica comunicación que devenga en comunión.
A los cristianos nos preguntan muchas veces (y nosotros mismos nos preguntamos otras tantas) qué diferencia hay entre nuestras acciones y las de los que se declaran no creyentes y no es fácil contestar aunque haya diferentes respuestas.
Quizás una de las más verosímiles es que nuestras acciones surgen de un encuentro, de otra danza, de otro baile previo: si el encuentro con Jesús no se ha producido en nuestra vida, si no hemos danzado con él?? nuestra acogida a otros se basará en el misterio de estos otros , de cada mujer y cada hombre y de tod@s en su conjunto??la diferencia es que los que nos reconocemos creyentes creemos que acoger a otro forma parte del plan de Dios para con los seres humanos, para la humanidad toda, es algo así como que Dios sanciona como propio y emanado de su misterio los anhelos más profundos del ser humano: la justicia, la defensa del débil, la caricia, la acogida finalmente?? y nos invita a abrir el círculo de nuestras manos para incluir en nuestra danza a los que quieren incorporarse a ella. Es lo que expresamos a veces diciendo que Dios da sentido a la vida.
Creemos, así, que nuestra acogida a los otros surge de la acogida previa de su propuesta, del Evangelio, de habernos creído que seremos dichosos cuando consolemos a los que lloran, cuando partamos y compartamos nuestro pan, nuestro tiempo, nuestro dinero, cuando visitemos al encarcelado, al enfermo, cuando nos tomemos tiempo con el que nos lo requiere, cuando arriesguemos fama o puesto de trabajo por la justicia para todos??
No obstante, este punto de partida (que estamos tomando parte en el plan de Dios) no es evidente y nos movemos con los elementos inmediatos, nos quedamos enganchados en el día a día y en las mayores o menores dificultades que acoger nos supone: no siempre el requerimiento del otro aparece en el momento más adecuado para nosotros: a veces la hora, nuestro humor, el cansancio, la mayor o menor simpatía que el otro nos provoca, los discursos coherentes o no, las mentiras??nos descolocan y si sacamos fuerza y ánimo para, a pesar de todo, seguir acogiendo lo hacemos olvidando ese punto de partida.
El Evangelio nos recuerda que la acogida es la actitud que restaura la justicia, que equilibra lo que se había desequilibrado (la samaritana, Zaqueo, la mujer adúltera, la escanciadora de perfume, la hemorroisa, el centurión y tant@s otr@s).
La acogida no debe ser planteada como una actitud de buena voluntad, de generosidad de unos para con otros, debe plantearse como complicidad con la justicia, con lo que debe ser.
También el Concilio Vaticano II afronta esta mirada que brota de la acogida del Evangelio y así en las primeras palabras de la «Constitución Pastoral sobre la Iglesia en el mundo actual» encontramos:
«Los gozos y las esperanzas, las tristezas y las angustias de los hombres de nuestro tiempo, sobre todo de los pobres y de cuantos sufren, son a la vez los gozos y esperanzas, tristezas y angustias de los discípulos de Cristo. Nada hay verdaderamente humano que no encuentre eco en su corazón??
La Iglesia por ello se siente íntima y realmente solidaria con el género humano y con su historia ??
No impulsa a la iglesia ninguna ambición terrena, sino que sólo desea una cosa: continuar, bajo la guía del Espíritu, la obra misma de Cristo, quien vino a este mundo para dar testimonio de la verdad, para salvar y no para condenar, para servir y no para ser servido».
Realidades que piden acogida en la Iglesia
La Iglesia necesita contar, en términos de Ignacio de Loyola, con «un grande ánimo e liberalidad» para acoger las grandes preguntas de las mujeres y los hombres de cada tiempo y hacerlo al tiempo de enfrentar personal y comunitariamente la gran pregunta: y vosotros ¿quién creéis que soy yo?.
Esta tensión dialéctica entre la atención al clamor de las personas y sus necesidades y la adhesión al Señor Jesús es lo que algún profeta de nuestro tiempo expresaba como tener nuestra mano en el pulso del tiempo y nuestro oído en el corazón de Dios.
A este respecto el Fórum Joan Alsina en el documento «Reflexión sobre la acogida de las personas en la Iglesia» de abril de 2004 decía: «Cuando intentamos llevar a la práctica propuestas tan apasionantes (las del seguimiento de Jesús), lo que más nos conmueve son las mil caras que adopta el sufrimiento de los/as hermanos/as y la complejidad de las causas que lo producen. Y una de las constataciones que más nos desgarran es darnos cuenta de que algunas de estas causas tienen su origen en la intransigencia y en la incapacidad práctica de las instituciones para escuchar, acoger y curar las heridas de las personas que acuden a ellas precisamente para eso, confiando en las palabras que predican. La iglesia, que tendría que ser la primera en evitar esa frustración también cae en el mismo pecado».
Existen situaciones muy variadas que están urgiendo acogida por parte de la Iglesia y esto quiere decir reflexión, imaginación, criterio y mirada amorosa.
Los ámbitos donde, posiblemente, se está manifestando con más crudeza la necesidad de respuesta, son:
Las mujeres, el cincuenta por ciento al menos de la humanidad, que desean ser reconocidas y aceptadas en su dignidad y capacidad para asumir todas la funciones dentro de la Iglesia.
Las personas que eligen una relación y/o convivencia homosexual.
Los avances científicos que favorecen nuevas formas de fecundidad y respuestas al dolor y al sufrimiento.
Las parejas casadas por la Iglesia que terminan o abandonan su proyecto de vida en común y quieren reiniciarlo con otra persona.
El reconocimiento de la diversidad en el interior de la iglesia.
Otro aspecto de la acogida dentro de la Iglesia es la necesaria capacidad para incorporar aspectos de la realidad que pertenecen a otros ámbitos.
En este sentido, la apertura de la Iglesia como comunidad de creyentes y de la jerarquía como servidora de esa comunidad a las realidades que se nos brindan desde las ciencias, las artes, y el resto del quehacer humano es muy importante.
La palabra no nos fue revelada de una vez y para siempre: a la muerte de Jesús y después de su Resurrección, en medio de la comunidad de creyentes se hizo presente su Espíritu y él sigue suscitando y «traduciendo» la buena noticia de Jesús en diálogo con los acontecimientos, con los descubrimientos y avances científicos y artísticos, con las propuestas e intuiciones de las mujeres y los hombres de hoy, creyentes y no creyentes.
Porque, al contrario de lo que en tantas ocasiones se nos presenta como antagónico e irreconciliable, los logros que la humanidad va alcanzando en términos de derechos, libertades, superación del dolor y del sufrimiento?? y tantos otros, todo ello para el creyente en Jesús de Nazaret es actualización de su propuesta y de su palabra, traducción al aquí y ahora de su Buena Noticia.
De ahí la gran importancia de estar en actitud de amable frente al mundo, de no sentirlo ajeno y algo a combatir sino a acogerlo con la mirada amorosa que el Padre de Jesús lanza sobre las mujeres y los hombres cuando envía a su propio hijo a contarnos cómo quiere que nos relacionemos con él y entre nosotros.
Con demasiada frecuencia encontramos desconfianza y minusvaloración por parte de la Iglesia de esos logros y pasos que configuran el quehacer de los seres humanos que intentan avanzar en el camino de la justicia y el derecho como ya anunciaban los profetas.
Porque los avances científicos, que mejoran las vidas, que las hacen más humanas son parte de la palabra amorosa de Dios hacia nosotros o por lo menos así se entiende desde una mirada confiada, mirada a la que se refiere el Concilio Vaticano II cuando habla de los signos de los tiempos: expresión actualizada de la construcción del Reino.
La acogida en la Iglesia debería extenderse no sólo al campo de las ciencias técnicas y humanas (estas últimas ayudarían tanto a entender y acompañar procesos encomendados tan solo a la fe??) sino al ámbito de las otras iglesias y espiritualidades, a lo que llamamos lo ecuménico.
Cada vez se hace más urgente el diálogo interreligioso sincero, la acogida de las otras religiones y espiritualidades para la superación de barreras artificialmente creadas por intereses ajenos a la búsqueda de la verdad.
El proceso de acoger
Pero nuestra reflexión no estaría completa si no abarcara las situaciones de acogida a l@s que están en situación más vulnerable, de mayores carencias.
Porque entre las preguntas más radicales a las que antes nos referíamos está la de por qué no logramos que las personas y los pueblos alcancen estados de bienestar que les permitan vivir con la dignidad que les es propia.
Si creemos realmente que la acogida del Evangelio nos lleva a la acogida al hermano concreto?? al que Jesús llama prójimo y del que nos insta a ser próximos?? se abre un desafío para la imaginación porque las situaciones y, sobre todo, las mujeres y hombres susceptibles de acoger y ser acogidos somos multitud.
La apuesta por los últimos, que es ajena a la racionalidad económica, política y social, ocupa lugar en nuestro discurso y nuestra reflexión pero es difícil de experimentar.
Podemos verlo en la Iglesia en general y en nuestras comunidades en particular ¿dónde están aquéll@s que son objeto de nuestra acogida? ¿no es verdad que están «fuera»? ¿cuánt@s de ell@s está en nuestros grupos , en nuestras celebraciones?…
Sobre el proceso de acoger se ha escrito y se sigue escribiendo muchísimo y al respecto existen muy buenos análisis y descripciones. Aquí me gustaría pararme en un punto apenas esbozado al comienzo: la reciprocidad, lo relacional que se nos brinda en esa danza de la que hablábamos al comienzo.
Si no nos situamos en la reciprocidad, la acogida es un balancín desnivelado que reproduce, enmascaradamente, las situaciones de dominio y poder que tan claramente descubrimos en otros ámbitos y circunstancias.
Voy a intentar hablar de lo cercano, de lo que experimentamos en muchas de nuestras parroquias y comunidades cuando intentamos «acoger» aproximándonos a aquéll@s que nos requieren desde situaciones de carencia o vulnerabilidad.
En estas circunstancias caemos con frecuencia en el peligro de creernos «salvadores» de alguien sin darnos cuenta de que, en todo caso, lo que deberíamos llegar a ser es «compañeros de camino».
. En muchos casos la acogida no es tal, precisamente porque no somos todavía capaces de establecer relaciones en pie de igualdad: nuestra acogida es asistencial y nuestras respuestas en ocasiones no parten tanto de sus necesidades cuanto de nuestra oferta o de nuestros presupuestos previos y caemos fácilmente en el paternalismo/maternalismo.
Olvidamos que la perspectiva del acompañamiento sitúa nuestra tarea esencialmente en el plano de lo educativo en el sentido que nos recordaba Paulo Freire: nadie educa a nadie, nadie se educa solo, nos educamos en comunión, mediatizados por el mundo.
La superación de la perspectiva educador/educando o sanador/sanado no significa la desaparición de estos roles sino su alternancia: unos y otros somos en según qué momentos de nuestra vida educadores o educandos, sanadores o sanados.
Si al comienzo utilizamos la metáfora del baile y la danza como signo de nuestro encuentro con Jesús, al terminar diremos que es a partir de ese encuentro que los que nos reconocemos como sus seguidores descubrimos la necesidad de acogernos??sólo también si aprendemos a danzar juntos la acogida producirá sus efectos: el crecimiento y la autonomía de las personas y el compromiso sanador de unos con otros.