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¿Contradice esta convicción teológicamente fundamentada a una decisión infalible del papa? Eso pregunta y responde el [teólogo]
La decisión de Juan Pablo II, presentada con máxima autoridad, según la cual la
Iglesia no tiene autoridad de ordenar a mujeres como sacerdotes, [el papa] exigió en
Ordinatio sacerdotalis 1994 que todos los fieles tuvieran que aceptarla
definitivamente. Roma locuta, ¿causa finita? ¡De ningún modo!
En absoluto, no “todos” los fieles se encuentran en la disposición de compartir esta
“definición” con conciencia sana y convencida teológicamente. Teólog@s que
abogan por el diaconado y la ordenación de mujeres pueden (podrían) resignarse [dado que algunos] representantes del magisterio (romano) y ciertos colegas de la dogmática están interesados en la defensa de la decisión papal y posiblemente en el aseguramiento de su estatus clerical. En tanto que no pueden ignorar los últimos avances exegéticos e históricos, se enfocan ―tal como el documento apostólico― en una teología de símbolos del ministerio sacerdotal que al pensarla consecuentemente hasta su última conclusión, se basa en una argumentación bastante débil.
Sobre todo, por el bien de las colegas que abogan con argumentos por el diaconado y el presbiterado (y episcopado) de la mujer y a quienes por ello se están difamando y/o amenazando con la privación de la autorización para el ejercicio del magisterio, he tomado la decisión de agrupar una vez más los argumentos teológicos que permiten decidir: la Iglesia está autorizada a administrar la ordenación sacerdotal a mujeres.
1. Diagnóstico del Nuevo Testamento
Como Jesús de Nazaret esperaba la llegada definitiva del Reino de Dios como inminente, no tomó precauciones para el tiempo “después”. A sus seguidores hizo participantes en su anuncio en palabra y obra. Entre ellos también había mujeres, algunas de las cuales lo siguieron hasta debajo de la cruz y luego se convirtieron en primeras anunciadoras de su resurrección. En el grupo grande de sus discípulas y discípulos los “doce” cumplieron una función especial: representaban a los progenitores del pueblo de Israel renovado. ¡En esta perspectiva es comprensible que exclusivamente hayan sido hombres! No se puede deducir de ello
consecuencias para el ministerio eclesial porque como “progenitores”, los doce no pueden tener sucesores.
Lucas habla luego de los “doce Apóstoles” y, de tal manera, los proclama Apóstoles primitivos1
. Son testigos originales de la vida, de la muerte y de haber sido resucitado de Jesús, testifican la identidad del Señor resucitado con el Jesús terrenal. Apóstoles no son solo los doce: Lucas llama Apóstoles también a Pablo y Bernabé, y Pablo mismo nombra a sus colaborador@s (cf. Romanos 16) Apóstoles, también a mujeres como Junia (versículo 7).
Tarea central de los Apóstoles es el anuncio del Evangelio, también mediante la supervisión (episkopé) sobre el comportamiento en la comunidad en sintonía con el evangelio.
No debería causar hoy día todavía incertidumbre que las estructuras y ministerios de la Iglesia no se pueden referir al Jesús terrenal, [él que enseña] antes de la Pascua. Es el Señor resucitado quien convoca discípul@s y l@s encarga de convertir mujeres y hombres2
en todo el mundo en discípul@s (cf. Mateo 28, 19; Hechos 1,8).
En las comunidades emergentes es el Espíritu Santo quien reparte carismas a cada una y uno, las que sirven para la construcción de las comunidades bajo el signo del crucificado (entonces no para el gozo de sí mismo o la alabanza personal). También la instalación de presbíteros y obispos, por parte de los Apóstoles, es obra del Espíritu Santo. Dentro de estas estructuras espirituales-carismáticas, los dones espirituales evolucionan a “ministerios”, es decir, a servicios ejercidos permanentemente. Entre ellos hay ciertos servicios que se consideran constitutivos para la Iglesia, los cuales se confieren bastante temprano mediante la imposición de manos.
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1
“Primitivo” en el sentido en que se habla de la “Iglesia primitiva”.
2 Menschen en alemán: comprende personas femeninas y masculinas a la vez.
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2. Diagnóstico histórico
A quienes quieren excluir a las mujeres del diaconado les gusta señalar la unidad del Ordo que se hubiera desarrollado en los tres “ministerios de ordenación”. Este “único Ordo”, sin embargo, es una ficción; más bien los ministerios considerados constitutivos para la Iglesia (diaconado, presbiterado y episcopado) fueron conferidos vía ordenación. Más allá de esta “historia primitiva” del cristianismo, la historia conoce muchos ejemplos de mujeres que ejercieron servicios/ministerios/competencias para los cuales hoy en día se ordenarían.
La exclusión definitiva de las mujeres de los ministerios conferidos mediante ordenación y su posterior “legitimación” teológica no es irrefutable, si no, los ejemplos históricos se tendrían que calificar como “poco ortodoxos”. Quien arguye que entonces “la Iglesia” hubiera crecido tarde hacia su verdad de la fe y, por ello, hubiera entrado en vigencia a partir de este momento, persigue un concepto evolucionario del desarrollo de las dogmas que no corresponde al diagnóstico histórico.
Por cierto, es todavía más decisivo el discernimiento fundamental que el diagnóstico, tanto exegético como histórico, hoy en día no nos puede quitar la decisión de encima, si seguimos excluyendo a las mujeres de los ministerios conferidos mediante ordenación. En su reacción a Ordinatio sacerdotalis el entonces primado de la Comunidad Anglicana formulaba: la fidelidad a Cristo Jesús significa preguntarnos qué es lo que Cristo hoy día quiere de nosotros. ¿Es esa una posición no ortodoxa o hasta herética?
3. ¿Ontológico contra funcional?
Si la tarea de los ministros en las funciones básicas de la Iglesia se especifica como actuar in persona Christi capitis, no se hace referencia a una imitación de Jesús como en las dramatizaciones de la pasión3
. Persona [latín,
cursiva del traductor] no se refiere a persona según nuestro concepto occidental del hombre, sino a un rol: el sacerdote está actuando en el rol de Cristo, es Él ―tal como ya lo enseñó San Agustín― quien bautiza, quien nos da las ofrendas consagradas de pan y vino, quien nos absuelve de los pecados. El reparo muy corriente, según el cual se está pensando de manera funcionalista en lugar de ontológica, se queda corto: pues no existen solamente funciones externas permanentes sino también aquellas que marcan mi naturaleza; “funcionalista” fuera, por ejemplo, mi función como tesorero de una asociación, “funcional esencialmente” mi rol como esposo, padre de familia y ¡hasta docente universitario de teología! Cuando Dietrich Bonhoeffer4 determina la naturaleza
de Jesús teológicamente como “vida por los demás”, se evidencia en cuánto una “función por”, puede marcar una naturaleza.
4. ¿Novio y novia?
Queda la justificación teológico-simbólica, si se debe conceder que los diagnósticos bíblico e histórico no son suficientes. Claro que el hecho de que Jesús fuera un hombre, no significa que la encarnación de Dios hubiera sido posible solamente en un hombre. Entre las circunstancias sociales de ese entonces era el camino más “fácil” para ser acogido por las mujeres y hombres5
, aun apenas una de dos posibilidades. De todos modos, no estamos redimidos por Dios en un hombre, sino por el Dios encarnado. La función esencial, el actuar según el mandato de Cristo, no es un “ahora soy yo el señor Jesús para vosotros”.
En ninguna parte ello requiere de ser un hombre, pues sería simbólicamente más apropiado ―para evitar una confusión entre Cristo Jesús y el ministro― que hombres y mujeres ejercieran este servicio y anunciaran, de tal manera, al Dios encarnado. Referirse al símbolo de novia y novio como argumento evidencia una reflexión teológica deficitaria, pues para ilustrar la relación entre Cristo y la Iglesia no se puede recurrir a la relación entre novia y novio en una sociedad en la cual novia y novio gocen de los mismos derechos. Aquella es una relación de superioridad e inferioridad: Cristo escoge la Iglesia por amor. Una transferencia de esta metáfora a la relación entre ministerio y comunidad conduce a la consecuencia fatal que los hombres ―pues los hombres no pueden simbolizar a la novia― pertenecen a la Iglesia solamente bajo la condición de que a todos se les ordena ser novios.
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3 Por ejemplo, en Oberammergau/ Alemania una tradición antigua, parece particularmente alemana:
https://de.wikipedia.org/wiki/Oberammergauer_Passionsspiele; no existe una versión de la página en español.
4 Teólogo luterano alemán, asesinado en 1945 en el campo de concentración (KZ) por los Nazi.
5 Véase nota 2.
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5. ¿Semejanza natural o representación sacramental?
El ministerio conferido mediante ordenación representa el rol, la función, la relación de Cristo Jesús hacia la comunidad fiel, en la cual Cristo está presente y se comunica en el Espíritu Santo. Se representa el extra nos: la salvación no sale de nosotros, más bien la redención se nos dona. En este contexto me parece muy útil una definición de sacramento de parte de Hugo de San Víctor6 : ex similitudine repraesentans, ex institutione significans et ex sanctificatione continens ―el sacramento es un signo externo por medio del cual la gracia “se representa con base en la semejanza, se señala con base en su institucionalización y se contiene con base en la
santificación”. ¿A qué se refiere la similitud? En la discusión sobre la ordenación de mujeres, algunos alegan a favor de una “semejanza natural”. ¿Cuál tipo de semejanza natural es necesaria para representar a Cristo como donante? Preguntémonos primero ―como ayuda de reflexión― por la semejanza de las ofrendas eucarísticas: ¿qué es lo que hace al pan y al vino tan semejantes que Cristo en ellos se dona como alimento para la vida eterna? ¿El hecho de que son pan y vino o de que son pan y vino como alimentos básicos y alimentos de gozo?
¡Eso significaría que en otras culturas podrían ser otros “alimentos” básicos!
¿Necesita la soberanía del donante la semejanza natural por un hombre en el rol de Cristo como cabeza? ¿No consiste lo teológicamente fundamental en el “interlocutor de Cristo dentro de la comunidad”? No es el hombre Jesús que de todos modos en su “corporalidad transfigurada” vive a la derecha de Dios, sino el donante extra nos es él, a quien se debe representar.
Una variante del argumento teológico-simbólico demuestra que este implica cierta arbitrariedad, aun parece teológicamente más acertado: el sacerdote está actuando por mandato de Cristo ―entonces representa in persona capitis no al Jesús terrenal, sino al Cristo resucitado en el Espíritu y elevado a la derecha del Padre quien como tal, está presente en la celebración del sacramento. Si se pretende representar el personaje espiritual de Cristo,
resultaría como semejanza “natural” que el Espíritu de Cristo fuera representado “de manera natural” por mujeres y hombres, pues en el hebreo tal como en el cristianismo primitivo, en particular sirio, el Espíritu Santo se ilustra con imágenes que se han tomado del ámbito en el cual comúnmente estamos hablando de femenino o materno (sin pasar por alto que también los hombres pueden disponer de estas características/actitudes). Más aun, en la Iglesia siria no es la Iglesia, sino el Espíritu Santo la madre de los fieles. Es el costado abierto del
crucificado de la cual derraman sangre y agua, entonces eucaristía y bautizo.
Más convincente que juegos reflexivos teológicos-simbólicos es, sin lugar a dudas, para una Iglesia que se interpreta como sacramento fundamental la representación del extra nos (nos = nosotros = mujeres y hombres).
¡La Iglesia por ende es solamente “signo y herramienta” dentro del mandato de Cristo y en la fuerza del Espíritu
Santo!
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Autor: Docente Dr. Bernd Jochen Hilberath, desde 1992 hasta su jubilación en el 2013 docente para teología dogmática e
historia de dogma en la facultad católica-teológica de la Universidad Eberhard-Karl de Tubingia.
Fuente del original (en alemán):
Die Kirche ist ermächtigt, Frauen die Priesterweihe zu spenden.