La Iglesia española no sólo pierde fieles en cantidad y calidad, sino que, además, está perdiendo capital simbólico. Algunos pensaban que mientras el Corte Inglés no dispusiese de un departamento de venta y comercialización de sacramentos, la Iglesia católica estaría a salvo de la secularización. Al menos en parte. Con los sacramentos, la Iglesia acompañaba a la gente en los momentos claves de su vida: nacimiento-bautismo, primera comunión, confirmación, matrimonio y funeral. Los sacramentos como ritos de paso. Los sacramentos, convertido en ritos sociales, como clamaban algunos. Pues hasta esa función simbólica está perdiendo la Iglesia. Y una religión que pierde su capital simbólico lo pierde todo.
Bajan, desde hace tiempo, los bautizos. Bajan, aunque menos, las primetras comuniones, convertidas en pequeñas bodas y alimentadas por los grandes almacenes. Se ha hundido la confirmación (no digamos la confesión) y la santa unción. Resisten mejor los funerales y parecía que las bodas por la Iglesia tamibén iban a mantenerse. Lucían más en los templos con música y alformbra roja.
Pero hasta eso se ha terminado. Los novios huyen de la Iglesia. Los matrimonios civiles en España ya son más que los religiosos. 94.993 bodas celebradas en 2009 no necesitaron cura ni altar, mientras que en nombre de Dios se unieron para siempre 80.174 parejas, según el Instituto Nacional de Estadística.
Parar esta hemorragia sólo se conseguirá si todos nos ponemos de nuevo a evangelizar. Los curas no pueden seguir centrados en la mera pastoral del mantenimiento, aunque también haga falta. Hay que reconvertir las parroquias en centros de irradiación evangélica. España, país de misión. Otra vez y más que nunca. Con sencillez y humildad, sin imponer nada a nadie, pero hay que volver a evangelizar. Con técnicas y lenguaje actuales. Con creatividad. Y con testimonio de vida.
Y los obispos tienen que arrimar el hombro y lanzar esta nueva misión. Cuanto antes. Incluso antes de la JMJ. Y muy por encima de ella. Porque la JMJ está bien, pero no puede ser durante casi tres años el centro vital de la Iglesia española. Los sueños del cardenal Rouco no pueden hipotecar la labor pastoral de toda la Iglesia hispana. El problema es que casi nadie se atreve a decírselo. Aunque es lo suficientemente listo para darse cuenta por sí mismo. ¡Ojalá!