Que hay curas homosexuales es sabido. Se les ve y se les nota, por mucho que algunos quieran ocultar su condición. Hubo un tiempo en que, quizás, los seminarios y la propia Iglesia era la casi única institución en la que un homosexual podía serntirse a salvo de preguntas indiscretas y de presiones sociales que casi les obligaban a casarse.
Una institución refugio que, además, sintoniza perfectamente con la sensibilidad, al menos estética, de los homosexuales. Los hay, siempre los hubo y los habrá. Por mucho que el Papa Ratzinger los quiera echar de los seminarios, de los noviciados y de la propia Iglesia. Hasta los tiene, como es evidente, en su propia Curia.
El problema no es acabar con los gays en la Iglesia, sino saber si, según la doctrina católica, para ser cura hay que ser heterosexual y la mera tendencia homosexual «innata» incapacita para llegar al altar. ¿Qué diferencia hay entre un cura gay y otro heterosexual, si ambos respetan su vocación y tratan de vivir la promesa de castidad que hicieron? ¿Es más pecado el acto homosexual que el heterosexual?
Sí. Para la Iglesia el pecado homosexual es más grave, por tratarse de un pecado «contra natura». Un pecado que, como ya decía el Catecismo de San Pío X, «clama venganza ante Dios», junto al homocidio voluntario, a la opresión de los pobres y al fraude en el salario del trabajador.
Más aún, según el actual Catecismo de la Iglesia (n. 2357s), no sólo es pecado el acto homosexual, sino incluso la inclinación homosexual, por ser «una inclinación objetivamente deseordenada», que puede conducir a actos «contrarios a la ley natural». ¿Y qué culpa tiene de su inclinación el que haya nacido homosexual?
Con culpa o sin ella, el caso es que no hay sitio en el altar para los gays.
Pero la realidad es que la Iglesia está llena de ellos. Y en altísimas instancias. La prensa italiana acaba de desvelar no sólo de las nochas locas de los curas gays (algunos de los cuales trabajan en la propia Curia), sino tamibén la existencia de una página web (www.venerabilis.tk), organizada en una universidad pontificia romana y conectada a un motor de búsqueda radicado en un país de Oriente Medio. Con miles de citas de curas y contactos en todo el mundo.
Lo que más llama la atención en todo este asunto no es el descubrimiento de la debilidad humana, inherente a todo ser humano. Lo que llama la atención (y hasta indigna) es comprobar que hay algunos sacerdotes capaces de vivir en una perenne esquizofrenia consigo mismos, con lo que predican y con lo que dicen creer.
Curas que, como el del reportaje de Panorama, inmediatamente después de hacer el amor con un chapero, celebra misa en el salón de al lado. Sin solución de continuidad.
Dobles vidas, vidas ocultas, vidas insatisfechas, vidas truncadas…pobres vidas de unos curas que echan fango sobre todo el colectivo. Una vez más.
Y la salida eclesial no es fácil. O la institución acepta (como siempre ha venido haciendo en la práxis) la ordenación de sacerdotes homosexuales o hace limpieza…y se queda sin la mitad (más o menos) de sus curas. Y de sus obispos. Y eso no lo va hacer. Como siempre, pagarán unos cuantos y todo seguirá igual, mientras sigamos con este modelo de clérigo funcionarial y separado de la comunidad.