Enviado a la página web de Redes Cristianas
Cada momento tiene sus propias connotaciones y hay que estar muy atento para aprovecharlo lo mejor posible. Evidentemente no siempre ni se tienen las mismas fuerzas físicas ni el ánimo está por las nubes. Mentiría si afirmara lo contrario. La verdad es que se valora la propia realidad personal, familiar y de todas las personas con las que de alguna manera nos relacionamos.
En muchas ocasiones he dicho que todos necesitamos caricias. Cuando pasamos por momentos difíciles, tal vez, se le de mayor importancia al cariño que nos tienen los demás. Por ello, hoy, quiero dedicar mi artículo dentro de un contexto de agradecimiento hacia todos los que, de una manera u otra, han sintonizado con mis sentimientos y preocupaciones. Se puede ser fuerte cuando se siente uno arropado y querido. Gracias.
Recuerdo que hace años, en una llamada telefónica, me decían “Si ahora me dejaran elegir empezar a vivir, no lo firmaría”. Me sorprendió el comienzo de la charla porque era buena persona que luchaba por su familia y por los demás. En aquellos momentos él estaba bajo forma, pero reaccionó pronto cuando le dije que había que “saber encontrar una oreja que nos escuchara para compartir sentimientos”. La verdad es que ante los graves y, a veces absurdos acontecimientos, cuesta trabajo saber analizar la raíz profunda de los hechos que cada día suceden y, que de alguna forma, nos afectan y repercuten en nuestro interior. Se vive en un mundo de rápidas noticias que nos bombardean a cada instante. Las distancias apenas cuentan; todo nos lo presentan cercano y como nuestro.
Nada nos está siendo ajeno porque la información penetra hasta lo más íntimo de nuestro ser. ¿Cómo vamos a quedar impasible ante la mirada de un niño, sacudido por la guerra y el hambre? ¿Cómo no pensar en los culpables…? ¿Cómo no vamos a ser tocados en la parte que nos corresponde por la insolidaridad…? Se sigue hablando de globalización, pero en realidad falta el reconocimiento de los distintos mundos como pueblos, culturas, religiones, dentro de un solo mundo humano, sin distinciones de primero, tercero ni cuarto mundo. Ese reconocimiento reclama la descentralización de las instancias de planificación y decisión para que la justicia llegue hasta el último confín de la tierra. Entonces será hará posible la participación efectiva de los distintos pueblos y estamentos.
Las nuevas prepotencias, las dictaduras de grupos, los fundamentalismos, las radicalizaciones…siguen siendo un grave desafío que pone en peligro a la misma vida humana. Pero, simultáneamente, surge la madurez humana y la toma de conciencia de la responsabilidad individual y colectiva. Por ello, se nos impone, como un don, como un desafío conquistar el diálogo de pensamiento, de palabras y de corazones ya que la simple tolerancia se parece demasiado a la guerra fría. Es necesario potenciar la convivencia cálida, la acogida, la complementariedad. La hora actual reclama de todos nosotros, cristianos o no, una fuerte espiritualidad, una mística de vida ante los derechos sociales y laborales, ante los derechos de las migraciones y los derechos ecológicos.
Tenemos obligación de implicarnos, aportando nuestras ideas y nuestro esfuerzo, y también tenemos derecho a recordar a los organismos internacionales, tanto a la ONU como a los demás organismos mundiales, incluida la Santa Sede, su responsabilidad ante los graves problemas. Es tarea común desatar las cadenas injustas, dejar libres a los oprimidos, repartir el pan con el hambriento, dar vivienda a los sin techo, vestir al desnudo y no escabullirte ante el que es tu propia carne. Entonces surgirá la luz como la aurora y se curarán las heridas.
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