La guerra y España -- Jaime Richart, Antropólogo y jurista

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

He terminado de leer un opúsculo sobre las reflexiones acerca de la guerra de dos genios: Albert Einstein y Sigmund Freud. Freud en su papel de pensador y creador del psicoanálisis, y Einsten no como científico, sino como ?amigo de la humanidad?? al decir de Freud. Ambos discurren en torno a ese fenómeno antropológico cuyo grado de inevitabilidad es el mismo que el del festejo
colectivo; una condena, a la que la sociedad humana está sometida, bien sea por la Naturaleza o por los dioses del universo.

La stasis, la división de una polis entre dos grupos rivales y hostiles entre sí por medio de la fuerza, y las heterías, rivalidades entre facciones de aristócratas, aspectos concomitantes de la guerra, forman parte de sus reflexiones…

España sabe mucho de la primera, de la stasis, pues se ha pasado su historia sumida en luchas intestinas, y además ha sido la última nación europea en protagonizar una terrible
y duradera guerra civil, ya en pleno siglo XX; guerra, por cierto, cuyos efectos siguen aún, soterradamente, esclerotizando prácticamente todos los episodios y aconteceres que sin apenas reposo tienen lugar en la vida colectiva. Hasta tal punto esto es así, que a menudo hacen a ésta insoportable. Pues sigue sobresaliendo en ella el modo despectivo, desafiante, altanero y prepotente de los descendientes y adictos de aquellos vencedores. Y, paralelamente, el apocamiento de los descendientes y simpatizantes de los vencidos.

Apocamiento o retraimiento por el que no se han atrevido hasta ahora ni se atreven a afrontar con decisión las reformas profundas que precisa aquel establishment introducido por sus albaceas tras la
muerte del dictador. Un orden de cosas consentido por las condiciones extraordinarias que concurrían, por su carácter transicional pero no para que perdurase para siempre.

Primero, porque, habida cuenta aquellas circunstancias y para asentar de una vez por todas la clase de Estado que desee mayoritariamente la nación española, es urgente un referéndum que decida entre la forma monárquica del Estado arteramente restaurada en 1978 (que respondía exclusivamente al deseo del dictador), y la República.

Segundo, porque aquella parte de la sociedad de los
perdedores que representaba y dice representar a la
progresía y al futuro, sigue teniendo pendiente la solución,
o al menos el aminoramiento de su gravedad, de la
oprobiosa desigualdad que, desde el arranque de la
transición, prometió superar sin haberlo intentado siquiera
todavía. Y tercero, por otra asignatura fundamental
pendiente. La de superar el modo claramente tendencioso
de impartir en este país los jueces la justicia, tanto la
distributiva como la conmutativa. Asuntos capitales los tres,
en una democracia estable y que se precie…

En todo caso, volviendo al tema central de la guerra,
Einstein, como ?amigo de la humanidad?? no se explica
cómo es posible que masas enteras de población se dejen
arrastrar hasta el delirio y la autodestrucción, hasta el odio y
el placer de la autodestrucción que llevan a la mentalidad a
la ?psicosis colectiva??. Para de algún modo evitar la guerra
(en ese caso entre Estados) veía precisa la creación de un

supraorganismo, que al final tendría que hacer uso de la
violencia, tanto para constituir una autoridad central como
para instituir un tribunal de justicia que imponga sentencias
de forma vinculante. Pero siendo así que, como dice
Leopardi en el Zibaldone, el abuso y la desobediencia de la
ley pueden ser castigados pero no impedidos por ninguna
ley, poco pudo hacer la Sociedad de Naciones desde 1920 a
1946, poco ha podido hacer la ONU después y poco pueden
hacer todos los tribunales internacionales para intentar
resolver los conflictos sin recurrir a la guerra.

Llegado el
máximo punto de ebullición, la ?psicosis colectiva?? siempre
acaba desatándose como fatum del ser humano. Y, para
Freud, ?mientras existan imperios y naciones que estén
dispuestos a la destrucción sin miramientos de otros, esos
otros deberán estar preparados para la guerra??. La guerra se
autoalimenta y se autojustifica en un proceso circular que
no se interrumpe. Una antropóloga hizo una propuesta
singular: transformar la guerra en un tabú, exactamente
como el incesto. Pero ella sabe bien que el tabú precisa del
transcurso de tanto tiempo y de factores tan desconocidos,
que si el abuso y la desobediencia de la ley no pueden ser
impedidos por ninguna ley, menos podrá la guerra acabar en
tabú como el incesto…

Freud sólo vivió la primera gran guerra, pero Einstein vivió
las dos. Y hay algo a mi juicio fundamental que ni Einstein
ni Freud abordan. Me refiero al hecho de que hasta la
primera mundial reyes, caudillos y generales estaban
presentes en el campo de batalla, expuestos a perder su vida
o su integridad a pesar de las precauciones. Pero a partir de
la primera gran guerra y hasta hoy, declarada una guerra,

ésta es librada por los capitostes desde sus despachos. Y si
en las dos grandes guerras los cuerpos de ejército estaban
también presentes en el teatro de operaciones, hoy ya ni
siquiera eso es necesario hasta el mismísimo momento de la
ocupación. Pues hoy, incluso soldados de ínfima
graduación, a mil o miles de kilómetros de distancia pueden
activar armas que arrasan sin riesgo alguno para ellos, si es
preciso a una nación entera. Esta circunstancia no está
presente en las reflexiones de Einstein ni de Freud. No sé si
porque no era ese el objeto de su análisis pues complicaría
considerablemente su discurrir acerca de la naturaleza
profunda de la guerra como fatalidad, o porque a pesar de
su genialidad no se percataron de la enorme diferencia entre
la guerra de orden cerrado y las ?neoguerras??.

Para este
humilde o no humilde opinador, desde luego no. Pues la
simple posibilidad que brinda la circunstancia de zafarse de
todo peligro personal puede hacer de la declaración de
guerra un juguete de la voluntad de los que mandan, y de la
propia guerra un acto de capricho como el de quien
empieza en la pantalla un pasatiempo electrónico…
En todo caso, si Francia y demás aliados contra el nazismo,
una vez terminada la segunda guerra hubieran ocupado
Alemania y permanecido allí cuarenta años; distribuidos sus
cónsules por todas las instituciones principales,
manteniendo un reducto de carácter religioso de los
vencedores que influyese de distintas maneras en la vida
pública durante medio siglo, ¿podríamos pensar seriamente
que Alemania era en absoluto independiente?

Pues éste es el caso de España. No los aliados, no,
lógicamente ya los vencedores de la guerra civil, sino sus
descendientes y adictos copan virtualmente en España los
centros neurálgicos del verdadero poder: el compactado por
económico, el judicial y el mediático; siendo el poder
político el de menos fuste. De modo que ni la república ha
sido posible plantearse cómo opción, ni la catadura del
espíritu del vencedor cebándose con el vencido, ni las ideas
franquistas han desaparecido por completo en España. Todo
lo contrario. Están muy presentes y con gestos
?condescendientes?? hacia quienes siguen considerando
enemigos.

Toleraron por ejemplo la Ley de Memoria
Histórica, pero enseguida la despojaron de recursos. Y
además, con el consentimiento y en ciertos casos con la
connivencia política como la que se perfila ahora en un
pacto miserable entre los dos partidos principales, de
muchos cómplices procedentes de las filas de los que
pasaron un día por ser sus adversarios. Y además, con el
protagonismo de cardenales y obispos de armas tomar. Y
además, con la presencia en la justicia de jueces y
magistrados nostálgicos que interpretan las leyes con
hermenéutica similar a la de los tiempos de la dictadura.
Con una Audiencia Nacional que reverdece el estilo y las
pautas del Tribunal de Orden Público franquista y un
Tribunal Supremo infectado de magistrados provectos que
han heredado la tendencia autoritaria y castrense de quienes
les apadrinaron. Véase sí no, la última sentencia ?filtrada??
del Tribunal Supremo, en relación al asunto catalán.
Tanto es así, que se está consolidando descaradamente un
neo franquismo en España. Un modus operandi que, más

que a una democracia normalizada de nivel, como
pretenden los muñidores y afines de la Transición, y por
mucho que la momia sea cambiada de lugar, acredita que el
sistema organizativo español tiene todavía el formato de un
engendro político; un espantajo hecho con la cáscara de una
muy débil democracia y la pulpa del autoritarismo propio
de una dictadura decadente; dictadura reblandecida, pero
avivada precisamente para condenar como sedición lo que
respondió a una reiterada petición de referéndum de los
gobiernos sucesivos catalanes a los sucesivos gobiernos
españoles, que perfectamente hubieran podido y debido
autorizar en base al artículo 149 de la Constitución…

La Coruña 13 Octubre 2019