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(Un recuerdo-Homenaje a los primeros cristianos, que se negaban a exclamar «Caesar Kyrios», para gritar «Jesus-Kyrios»)
A mi, personalmente, me fastidia, y me aburre, la tendencia, que se está convirtiendo en manía, de opinar sobre temas políticos y jurídicos, y ahora me refiero específicamente a éstos, sin tener no digo una gran preparación jurídica, sino un mínimo de discernimiento para precisar, distinguir, y delimitar los conceptos. Se habla, y se opina, en rebullón, como decíamos antes, con una palabra de esas que ahora llaman moribundas, metiendo palabras, conceptos, figuras jurídicas, procesos y delitos, en un mismo saco.
En el procés catalán, otro asunto que ya está cansando y aburriendo, es sorprendente, y resulta de algina manera sospechosa, la insistencia en denigrar impúdicamente las actuaciones de los gobernantes y jueces del Estado central, y de alabar, ponderar, y exaltar, las actuaciones de los representantes políticos catalanes, todos ellos, por lo visto, modelos de coherencia, honradez, lealtad a sus pueblo, inmunes a la mediocridad y a la falta de ética.
Pues bien, a mí me parece que los huidos a Bélgica no han dado signos de gran valentía, ni que la presidenta del parlament ha sido especialmente consecuente con su fidelidad a los valores de la cultura y la historia catalanes, desdiciéndose para eludir la cárcel, ni el Honorable expresidente de la Generalitat ha sido un modelo de camaradería y compañerismo con sus asesores y su gente, dejándolos a los pies de los caballos, y huyendo él a Bélgica, un estado europeo muy surtido de triquiñuelas legales, propicias a la confusión y al alargamiento de los técnicas jurídicas de defensa. Pero estas cositas son «peccata minuta», faltas nimias de ética o de hombría, o de carácter o de camaradería, comparadas con los comportamientos que los han llevado a ser procesados e investigados, o imputados, como se decía antes, mucho más clara y diáfanamente.
Resulta también chocante, y altamente significativo, que políticos, muchos periodistas, profesores, e intelectuales, y hasta clérigos, de la querida Catalunya, se asusten, o demuestren escándalo, por las altas penas a las que sus dirigentes políticos se ha visto avocados solamente por portarse escrupulosamente con actitudes democráticas, pacíficas, y tendentes al diálogo y a la concertación. Pues no.
Hay que recordar a los que así piensan y se expresan, que los delitos cometidos por los miembros del Gobierno de la Generalitat, y por algunos de los diputados y de la mesa del Parlament son gravísimos porque no atentan tan sólo contra derechos y libertades de os individuos, como el robo, el asesinato, la violación, ¡esos crímenes tan execrables y repugnantes!, sino, directamente, contra todos, contra la esencia, la seguridad, la naturaleza y la solidez del conjunto de los ciudadanos, constituidos en Estado. Nadie, en un Estado democrático, tampoco en España, puede ser, ni lo es, perseguido por sus ideas políticas, aunque sean contrarias a la misma índole de la configuración del Estado, y se proclamen, se discutan, y se escriban.
Hay países que toleran aquellas, las ideas, porque, entre otras cosas, no tienen medios de prohibir lo íntimo del pensamiento, de los deseos, y de los sueños, pero sí coartan¡, y prohíben, con la legislación, su manifestación y propaganda. Y estas naciones no son, necesariamente, las más oscuras y antidemocráticas o atrasadas, sino algunas de ellas son consideradas como modelos de regímenes políticos, como Alemania, o Francia. La primera prohíbe toda manifestación de ensalzamiento del nazismo, o de negación del Holocausto, y la segunda veta toda manifestación política que tienda a menoscabar, o combatir, o dañar, la unidad e indivisibilidad del territorio nacional. (Me referí a estos «delitos estrictamente políticos» en mi artículo de este blog «¿Quiénes son presos políticos?», del 17 de noviembre de este año).
Los romanos eran muy conscientes del peligro y de la gravedad de los crímenes contra el Estado. Aquí resultaría un tanto pesado y complicado explicar, con brevedad y claridad, la complejidad del sentimiento que un romano tenía de su pertenencia a Roma: me basta el recuerdo de que uno podía haber nacido en Córdoba, como Séneca, y ser ciudadano romano, condición que no tenían la mayoría de los que habían nacido en el cogollo de la ciudad imperial, debajo mismo del Palatino. Roma era, para ellos, mucho más que una determinación o una referencia geográfica.
Por eso, los que se negaban a ofrecer al Emperador, representante, y, ¡casi!, encarnación de la diosa Roma, los signos y ritos que expresaban esa alta dignidad, como quemar incienso en los pebeteros públicos esparcidos por las calles y plazas, eran perseguidos, y considerados traidores al estado romano, es decir, a la inviolable Roma. He ahí la razón por la que los justos y equilibrados inventores del Derecho, como eran lo romanos, perseguían a los cristianos, no por sus ideas políticas, sino porque se negaban a la reverencia debida a lo que hoy llamamos Estado. Porque, a su vez, el mero hecho de proclamar «Caesar Kyrios» era para los seguidores de Jesús una apostasía y traición de su fe y sentimiento profundos, que expresaban con el grito «Jesus Kyrios». (La diferencia con los catalanes radica en que los primeros cristianos no renegaban de, ni vilipendiaban, ni injuriaban a Roma, y tampoco se quejaban de su condena a las fieras, o a la cruz).