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La palabra felicidad es el vocablo más repetido en estos días de Navidad, al igual que lo hacemos en el santo, cumpleaños o en cualquier éxito escolar o profesional. Como firma S. Agustín, la felicidad es un estado al que es imposible renunciar, pues va unido a nuestra misma existencia. «Acaso no es la felicidad lo que todos buscan, sin que haya ninguno que no la desee?i «Querer ser feliz no es asunto de libre elección»,ii pues la felicidad es algo que la voluntad necesariamente siempre desea. La filosofía medieval denominaba a la felicidad ?Sumo bien??.
El deseo de felicidad es unánime, sin embargo no lo es el contenido de la misma. ¿En qué consiste la vida feliz? Ante esta pregunta, las respuestas han sido múltiples a través de la Historia de la filosofía. Para los cirenaicos era el placer de los sentidos; para los cínicos la autosuficiencia; para Platón la justicia es el componente principal de la felicidad, para Aristóteles vivir acorde con la razón, para S. Agustín la posesión de lo verdaderamente absoluto: Dios; para Sto. Tomás la beatitud: bien perfecto de naturaleza intelectual; para Kant la verdadera felicidad es un estado en el que todo transcurre según el deseo y la voluntad…
Para el cristiano hoy la felicidad consiste en la posesión y cercanía de Dios, que se concreta en amor universal y gratuito, sin esperar nada a cambio, pues no consiste en ?tener más??, sino en ?ser más??. La afectividad, el amor, es así la dimensión humana que nos aporta un mayor grado de alegría y de felicidad. Basta ver la cara alegre de los enamorados, de un grupo de amigos que se quieren, de familias unidas, o bien la alegría de quien desarrolla su trabajo con vocación… Y, a diferencia de otras satisfacciones materiales, el amor verdadero nunca nos satisface del todo, porque siempre deseamos más. Con toda razón S. Juan definió a Dios como amor: ?Dios es amor?? (1 Jn. 4, 8). Un amor, que como todo verdadero amor, su fuerza prioritaria reside en crecer en el ser, más que en el tener. Así nos lo describe el evangelista S. Lucas el Amor hecho hombre: ?Y sucedió que mientras estaban ellos allí, se cumplieron los días de su alumbramiento. Y dio a luz a su hijo primogénito; le envolvió en pañales y le acostó en un pesebre, porque no había lugar para ellos en el mesón. (Lc. 2, 6-7). La pobreza material del pesebre fue su riqueza y su grandeza espiritual, pues el amor es más verdadero cuanto es más pobre, más necesitado y más gratuito.
El P. Manjón, hablando de la Navidad, insiste en las características propias de la pobreza y del sacrificio del amor:
?Y el Niño Redentor no eligió para nacer familia poderosa, palacio, ni cuna lujosos, sino familia pobre, una cueva por albergue y un pesebre prestado para cuna. Y es porque, este niño desde que nace, quiere ser Maestro de pobreza y mortificación, pues el mundo no se redime con riquezas y placeres, sino con amor y sacrificio?? iii.
Los belenes o nacimientos, que se multiplican estos días por todas partes, son imágenes visibles del nacimiento de Jesús. ?Un Belén o Nacimiento ? escribe el P. Manjón? contiene más pedagogía espiritual y de intuición que muchos libros que se llaman pedagógicos?? iv.
También el Papa Francisco, en la carta apostólica, firmada el día 1 del presente mes de diciembre, nos manifiesta el valor y el significado evangélico del belén:
El hermoso signo del pesebre, tan estimado por el pueblo cristiano, causa siempre asombro y admiración (…) El belén, en efecto, es como un Evangelio vivo, que surge de las páginas de la Sagrada Escritura. La contemplación de la escena de la Navidad, nos invita a ponernos espiritualmente en camino, atraídos por la humildad de Aquel que se ha hecho hombre para encontrar a cada hombre. Y descubrimos que ?l nos ama hasta el punto de unirse a nosotros, para que también nosotros podamos unirnos a ?l v.
Muchos millones de personas celebramos la Navidad, pero no todos la celebramos cristianamente, con los valores que tal celebración conlleva. Uno de los errores principales de nuestra sociedad hoy es hacernos creer que con la posesión de muchos bienes materiales aumentamos también una mayor alegría y felicidad. Así, los grandes comercios adelantan la Navidad, inventan fechas, fiestas y días: Blakc Friday, rebajas, día del padre, día de la madre??, para que el consumismo aumente en cantidad y extensión. Los medios de comunicación social quieren hacernos ver que cuanto más tenemos y compramos, gozamos de una superioridad social, confundiendo el placer con la felicidad, lo material con lo importante, la alegría con el tener, lo esencial con lo accidental y olvidando la dimensión espiritual de las personas.
?Los medios de comunicación, de modo acelerado y permanente, nos crean necesidades innecesarias -pseudonecesidades-, ofreciéndonos, en cantidad y variedad, toda clase de productos de caducidad acelerada. Su poder de seducción es tal que se hace difícil resistir a su fuerza, pues en un mismo mensaje, directa o indirectamente, junto al bienestar y utilidad del producto, se ofrece también la distinción y pertenencia a un status social superior. De este modo, más o menos conscientemente, el consumismo nos conduce a un materialismo hedonista y narcisista sin límites, en el que tener, gozar y aparentar vale mucho más que el ser?? vi.
Esta avidez y afán desmesurado de novedades ?opuesto a los valores cristianos de la Navidad? explican y justifican la actual fiebre del consumo. El afán de poseer es tal que no permite siquiera gozar tranquilamente de lo poseído. Las industrias producen artículos de escasa duración para así aumentar sus ventas, y las modas se suceden rápidamente haciendo inviable lo todavía útil. ?Usar y tirar?? es el lema y la realidad de nuestra sociedad: envases no retornables, vasos y platos de un sólo uso, rollos de cocina, servilletas y pañuelos de papel, plásticos, residuos, etc. y cuanto todo ello conlleva de contaminación en la ?emergencia climática??. El hombre de hoy es un permanente renovador, goza más con lo efímero y transitorio que con lo permanente y duradero. En estas circunstancias, muchos ciudadanos son ?ciegos?? ante los valores de la gratuidad, la generosidad o el altruismo, propios del amor donación y no posesión.
La educación ha de ser crítica ante esta situación social en la que vivimos, pues educación y felicidad son realidades afines y ésta se logra más en el ser que en el tener. Educar, en el colegio o en la familia, es convencer, y no vencer, a nuestros alumnos de la importancia y dignidad de ser persona en crecimiento, en la cual lo material ?condición imprescindible para la vida? está subordinado a lo personal y espiritual. Hay que tener para ser y no ser para tener. La dignidad, como el amor, no se compra, ni se vende, pues su gran valor consiste en la gratuidad. Desgraciado el amor comprado, la amistad interesada, o la dignidad materializada. En Belén la pobreza fue su riqueza y su grandeza. El amor cuando es más pobre y gratuito es más amor.
Los valores no se han desaparecido, como algunos afirman, pues son el fundamento de la vida y de la educación de todo ser humano. Las personas no podemos vivir sin valores, unos u otros, simplemente han cambiado. Los valores del humanismo cristiano, en el que el centro lo ocupa la persona, tales como el amor desinteresado, la gratuidad, la solidaridad, el bien común, los valores morales, o el esfuerzo??, orientados hacia el ser, progresivamente van despareciendo, ocupando su lugar, y con gran fuerza, el materialismo, individualismo, hedonismo, consumismo, etc., orientados hacia a posesión y el tener.
Una pregunta surge ante esta situación: ¿qué debemos hacer para ser más felices? La respuesta está en vivir acorde con nuestra dimensión espiritual, con las necesidades básicas cubiertas, pero alejados del consumismo que nos invade, en la que la realidad del amor sea el fundamento de nuestro ser. De aquí que el amor sea el cimiento de los valores propios de la Navidad. Si hay amor hay alegría. Bastar ver el rostro de quienes se aman: padres, amigos, hermanos, hijos?? Si hay amor hay paz. Las guerras son fruto del egoísmo, del afán de dominio y de posesión. Amor, alegría y la paz. Los tres valores, que proclamaron los ángeles en Belén, propios de la Navidad.
Jesús no nace físicamente otra vez entre nosotros, pero sí pueden nacer los valores que Cristo trajo a la tierra hace veinte siglos, pues la Navidad no está en el tiempo, ni en el espacio, sino en el interior, en la persona viva de Jesús. Y ello, si queremos, si se realiza en cada uno de nosotros. Un nuevo modo de amar y de ser persona, de vivir el amor de la Navidad, que nos conduce a la alegría y a la paz.