Ni la Iglesia católica ha sido siempre igual a lo largo del tiempo, ni la Iglesia es igual a lo ancho del espacio, ni el Vaticano ni la jerarquía eclesiástica son el total de la Iglesia, ni cada parte de la Iglesia se identifica al cien por cien con el todo. Ni mucho menos. La Iglesia es uno de los fenómenos polimórficos más apasionantes de la Historia de la Humanidad, y su sorprendente supervivencia -aunque 2.000 años no son muchos- se debe, sin duda, y entre otras causas, a su polimorfismo y a su versatilidad.
La jerarquía condenó durísimamente el liberalismo, por ejemplo, y no hay duda, ahora, de que apuesta en el occidente europeo por los liberales de centro y derecha frente a los socialistas y los socialdemócratas, posición que no pueden compartir algunos o bastantes de los obispos que viven pegados a la miseria del Tercer Mundo. Así es la Iglesia: añade, suprime y transforma su doctrina según y cómo, y, sobre todo, se reviste aquí, toma partido allá o representa tal papel o tal otro antes o después también según, cómo, por qué y para qué. Es apasionante, ya digo.
El asunto en el que se ha mantenido más inamovible -y no precisamente mediante el ejemplo de sus miembros más y menos destacados- no es otro que en el de su rechazo del sexo variado y fuera del matrimonio, tema que pasa casi desapercibido para cualquier atento del Evangelio.
Viene esto a cuento porque he leído que se va a celebrar el centenario del nacimiento de monseñor Tarancón, figura clave del tardofranquismo y de la Transición, y resulta pasmosa la diferencia entre la actuación de Tarancón en aquellos años y la presente actuación de la jerarquía española. Claro que también fue pasmosa la diferencia entre Tarancón y los obispos que paseaban al Caudillo bajo palio.
También he oído que se cumple por estas fechas el 60 aniversario de la fundación de la HOAC (Hermandad Obrera de Acción Católica), que pronto estuvo metida en casi todas las huelgas contra el franquismo y en la que se formaron muchos dirigentes de Comisiones Obreras y UGT.
Todo esto trae recuerdos de los curas obreros -ahora que Rouco empura a la parroquia roja de Vallecas-, de los tiempos en que las iglesias eran refugio de los porrazos de los guardias y puertas abiertas para la celebración de asambleas y reuniones de las organizaciones de izquierdas y de los sindicatos clandestinos. Todo esto sucedía entre ayer y anteayer.
Felizmente, ahora no se necesita que la Iglesia realice ciertas prestaciones a favor de la democracia y de la libertad, pero también sobra que obstaculice ciertos avances de la democracia y la libertad. Parece de cajón que lo esencial del mensaje evangélico consiste en el amor al prójimo, el perdón y el compromiso con los pobres. Esa triple acción no casa bien con la exclusiva identificación de la actual jerarquía española con el PP. Ni con las beatificaciones que están en marcha. Casaría mejor, como poco, con una acción de puente y conciliación, que falta hace.