Enviado a la página web de Redes Cristianas
Como ya sabe todo el mundo, etimológicamente significa bello morir. Un asunto del humano «civilizado» de trato recurrente, que a buen seguro llena bibliotecas enteras desde la noche de los tiempos. Humano pronto intervenido por la irrupción de las religiones y principalmente por la cristiana, de una doctrina social tan sencilla como controvertida a lo largo de los siglos. Pues detrás de esta religión hay incontables aspectos inmersos en la teología pero también doctrinarios que han hecho desde siempre bascular a la andadura y devenir sobre todo del catolicismo, pero también los de las diferentes interpretaciones del cristianismo en lo litúrgico y la moral pública y privada, de una manera casi espectacular si las contemplamos desde las estrellas.
Desde el matrimonio o la barraganía del cura de las distintas versiones jerárquicas eclesiales de otro tiempo, hasta su inexcusable celibato exigido por el catolicismo hasta hoy, por ejemplo. Desde la condena moral recogida en la doctrina social de la Iglesia, trasvasada a las leyes positivas, de la condición homosexual, por ejemplo, hasta superar esa lacra en los tiempos actuales por la parte eclesial más cercana a los postulados papales… Dejando a un lado el espinoso (todo lo relativo a las costumbres y a la tradición es espinoso en cuanto hay un amago de desviación) asunto del aborto, con el que se completaría el trípode sobre el que descansa la doctrina católica, la eutanasia sobresale desde hace mucho tiempo en las sociedades occidentales. Asunto tan complejo y al mismo tiempo tan interesante, sobre todo para el segmento de la población provecta, cercano a su final.
En España se acaba de promulgar una ley de eutanasia que precisa hasta los más mínimos detalles para, llegado el caso, el desarrollo del proceso (más que procedimiento por sus connotaciones administrativas) a seguir para su aplicación. Hay un adagio, creo de origen italiano, que dice: Un bello morire tutta una vita honora, un bello morir honra toda una vida. Pero en este caso la frase está pensada más bien para exaltar la grandeza de un acto heroico o el sencillo de un morir por la patria. No. La eutanasia es una manera no tanto bella como indolora y dulce de morir. Mucho más importante a efectos prácticos que la belleza subjetiva que pueda apreciarse en el morir tranquilo. Muchísimos mayores en España saludamos y celebramos la ley de eutanasia cuyo espíritu no se aparta de los cuidados paliativos para enfermos terminales que no excluye, sino que incorpora al espíritu de la ley. Pero queda aún mucho trecho hasta no inmiscuirse, ni la sociedad ni los Estados, en la eutanasia directa escogida por cualquier ciudadano. Están muy cercanos dos casos en España que han levantado ampollas. El de un marido pendiente de juicio, que asistió a su esposa que padecía desde hacía décadas una enfermedad degenerativa. Y el de un médico que ayudó por piedad a morir a varios pacientes en condiciones extremadamente lamentables que a su vez falleció hace tres años. En ambos presentes el azote de la justicia…
El caso es que más allá de los simplistas argumentos acerca de que permitir la eutanasia o abandonarla al régimen de lo extra legem, es decir, no regularla, es una invitación al crimen, la eutanasia directa, «completa», ha de llegar algún día por su propio peso y fundamento en sociedades que disponen de lo necesario para hacer a la ciudadanía más feliz. Pues es mucho más alentador y estimulante vivir con la tranquilidad de que llegado el caso podamos decidir nuestra propia muerte sin sufrimiento (ya que no nos fue posible elegir venir o no venir a este mundo), que vivir con el temor permanente de un hipotético prolongado sufrimiento y una muerte horrible de los que «salir» sólo nos conduce a la idea de tirarnos a la vía de un tren o por una ventana porque los cancerberos o custodios de la receta, de todas las receta, son los médicos. Es más, pienso que con toda seguridad en lugar de proliferar el suicidio asistido si éste no fuese perseguido, nuestro instinto de conservación llevaría mucho más lejos nuestra resistencia a dejar esta vida y desde luego no habría como hay en España, un suicidio cada dos horas y media, diez al día, como publica hoy el digital El Confidencial.
Aun así, prefiero obviar aquí, ahora, esto, que las llaves de la muerte las tiene el gremio o clase médica. Ellos tienen en exclusiva en sus manos el acceso a los fármacos necesarios para procurarse la eutanasia, ellos y sus círculos familiar y social, como los eclesiásticos, aliados a menudo a los militares, tuvieron las llaves de las almas. Ellos, la clase médica, y la Iglesia se han venido desde siempre auxiliando en secreto en ese menester. Por es hora de decir basta. Es hora de que quien desee morir, no deba responder ante la sociedad en general pero tampoco ante un tribunal de galenos y explicar el por qué y de dónde nace su deseo. Aunque todo hoy día se conduce por la vía de la tutoría, de la asistencia del especialista, y podemos tropezar con un experto que nos enseñe a copular o a masticar, se supone que las sociedades verdaderamente avanzadas están compuestas de ciudadanos libres y con criterio. Sobre todo para discurrir sobre un asunto tan vital como éste de la eutanasia, en unos tiempos que por muchas señales se perfilan agotados y terminales en cuyo horizonte asoma el Argamedón y una vida indeseable…
29 Diciembre 2020