La eucaristía laica, celebrada fuera del templo, en pequeños grupos, sin ministro ordenado, sin ritos mágicos, es quizás el signo más llamativo del quehacer del Espíritu en nuestros días. Se trata de volver a lo que debió ser la última cena.
Las comidas ocupan un lugar muy importante en los evangelios. Y fue precisamente realizando una comida, la última que hizo el día anterior a su muerte, como Jesús quiso que le recordásemos siempre.
En esa comida realizo gestos que la singularizan entre las demás y nos dejó mensajes de lo que él quería que tuviésemos presente cuando nos reunimos en su nombre.
En esa comida no hubo personas sagradas. Tampoco Jesús se presentó como persona sagrada. Toda su vida fue un laico, vivió y murió sin dejar de ser lo que hoy llamamos una persona laica. Tampoco hubo un lugar sagrado.”Mandó ir a la casa de un amigo y preparar la Pascua en una sala grande”. Ni se realizaron gestos sagrados Fue una comida, en una sala grande, de un grupo de gente laicas, presidida por un laico. . En ella Jesús le da un giro radical a la tradicional cena pascual del pueblo judío.
El centro de la misma no fueron los salmos y lecturas tradicionales, ni fue el cordero, ni las yerbas amargas. En aquella cena en los sinópticos se hace mención de partir y compartir trozos de pan y beber un poco de vino. Y en Juan se nos narra el lavatorio de los pies y el mandamiento nuevo. Todo ello tiene a la persona de Jesús como centro y garantiza su presencia en los que a través de los tiempos van a continuar haciendo lo que él hizo entonces.
En aquella cena última se nos afirma que compartir el pan es identificarse con Jesús, es decir, comer su cuerpo, su persona, – cuerpo=persona- aceptar su mensaje y su actividad como norma de vida; vivir en sintonía con él, teniéndole como referente en nuestro quehacer diario.
Y beber el vino es, además, identificarse con su sangre, sangre que pronto iba a ser derramada. Es aceptar a un Jesús, que va a morir despojados de sus derechos civiles, despojado de su dignidad personal, como un don nadie, con una muerte que solo se daba a los esclavos fugitivos que trataban de emanciparse, y a los que se consideraban personas subversivas.
Caifás y los suyos, vieron en Jesús el cabecilla de un grupo que iba creciendo día a día, que ponía patas arriba todo el sistema establecido, y que, por tanto, convenía eliminar. Y consiguió de Pilatos una muerte ejemplar para cuantos intentaran seguirle. Y es a ese Jesús, consecuente hasta este extremo con lo que decía, al que recordamos cuando bebemos el vino
Otro gesto de aquella cena fue el lavar los pies. Hay que trasladarse a aquella época, para, viéndolo de rodilla lavando los pies a aquellos hombres y a aquellas mujeres, que le seguían y que no acababan de entenderle, tratar de comprender todo lo que Jesús en aquella comida quiso decirnos Es un gesto que nos va a recordar siempre que entre los suyos, cuando se reúnan para recordarle, no puede haber, nunca jamás, nadie que se coloque por encima de los demás, y menos como intermediario con Dios, con poderes mágicos para hacer que las cosas dejen de ser lo que son, para convertirse en otra cosa, tratando de meterle en una galleta y en una caja con llave. Y nos va a recordar siempre la opción personal fundamental que debe regir la vida de los que nos reunimos en su nombre
Al compartir el pan , beber el vino, recordar el lavatorio de los pies, junto al mandamiento nuevo de que nos habla Juan, encontramos, sintetizado de un modo gráfico, lo que fue Jesús, las actitudes fundamentales que dirigieron su vida y que queremos que sean la utopía que señale nuestro caminar de cada día.
En aquella última cena, testamento de Jesús, que recordamos y repetimos cuando celebramos la eucaristía, no hay vestigio ni rastro de personas sagradas, ni de lugares sagrados, ni de ritos sagrados. Y menos aun, de un sacrifico expiatorio, por no sé qué pecados, que se han cometido y que se seguirán cometiendo hasta el final de los tiempos.
Hoy son muchos lo pequeños grupos que entienden y celebran de este modo la eucaristía. Eucaristía que podríamos llamar laicas, dado que ella, como en la primera eucaristía, no tiene lugar “lo sagrado”
En esta celebración se sienten todos iguales. No necesitan ministro ordenado. No necesitan templos. No necesitan una infraestructura económica. Alguien, hombre o mujer, en representación de la comunidad, dirige el ritmo de la celebración. No aceptan leyes ni directrices de personas que, por el cargo que ocupan, se sienten con poder para mandar o prohibir.
Pero, eso si, sienten que Jesús está como uno más en el grupo, y se esfuerzan, cada uno según su capacidad, por tomar en serio todo lo que Jesús pidió que tuviésemos presente cuando nos reunimos en su nombre. Tratan, más que de cambiar el lugar, los ritos o el modo de realizar la celebración, en cambiar de vida y estar en contacto con los más desfavorecidos Alguien dijo que con estas eucaristías laicas se está liberando a Jesús de la esclavitud de la Iglesia.