InicioRevista de prensaespiritualidadLa espiritualidad femenina. Una experiencia desde la base y desde los márgenes

La espiritualidad femenina. Una experiencia desde la base y desde los márgenes

Publicado en

Enviado a la página web de Redes Cristianas

1(Cristina Manteys Homar, excoordinadora de la Oficina de Asuntos Religiosos del Ayuntamiento de Barcelona. Coordina el grupo de Mujeres de la Asociación UNESCO para el Diálogo Interreligioso y participa en otras iniciativas y grupos de diálogo que
relacionan mujer, religión y espiritualidad) (tomado de la Revista Dialogal nº 44 de invierno 2012 de la Asociación UNESCO para
el Diálogo Interreligioso. Traducción del catalán: José Naranjo E.)
¿Se puede hablar de una forma específicamente femenina de vivir la religión y la espiritualidad? Y ésta ¿vendría dada por el lugar que han ocupado las mujeres en las sociedades o se originaría en algo más esencial, inherente al hecho de ser mujer y no hombre? En cualquier caso ¿qué caracteriza la espiritualidad femenina? Presentamos aquí las respuestas de diferentes activistas por el derecho de las mujeres a una experiencia espiritual plena.

Hoy, en nuestro momento cultural y social, no son extrañas las voces, tanto de dentro como de fuera de las religiones, que afirman que nuestras estructuras son patriarcales, que marginan y subordinan a las mujeres. Además la cuestión de la situación de las
mujeres en determinados grupos religiosos se ha convertido en uno de los elementos centrales del debate sobre la sociedad multi-religiosa que estamos llamados a ser, generando estereotipos no solamente sobre las mujeres, sino sobre el conjunto de las
comunidades religiosas minoritarias. Con frecuencia las críticas al papel atribuido a las mujeres por la religión de los otros (tanto si se mira desde la pertinencia a una religión determinada como desde posturas no religiosas) tienden a olvidarse de la autocrítica
tanto como de la perspectiva de las mismas mujeres supuestamente marginadas.

Es así como, más allá de las críticas a las adhesiones, la experiencia religiosa y espiritual de las mujeres y la sabiduría que de ella se deriva, quedan en la sombra como un elemento intrascendente que no quita ni pone nada al núcleo de las tradiciones religiosas y espirituales, a aquello que consideran que les es fundamental.
Sin embargo en todas las épocas, en todo el mundo y en todos los contextos culturales y sociales, las mujeres han conformado una parte fundamental de las comunidades religiosas, han llenado templos y monasterios, han tenido cuidado de espacios, objetos y
personas sagradas, han encontrado fuerza y refugio en las enseñanzas de los maestros espirituales y de los textos sagrados, han transmitido creencias, prácticas y costumbres, y también han desafiado las estructuras y las instituciones religiosas para conquistar un espacio propio, darle valor a su experiencia y compartirla con los otros.

Pese a las estructuras patriarcales (las religiones no son ajenas a los sistemas que rigen el mundo y la cultura), las mujeres han encontrado en la vivencia y en la práctica religiosa y espiritual y en la pertenencia a una comunidad de fe, caminos hacia la plenitud y la liberación. Y esto lo han hecho siempre desde los márgenes y desde la base.
Todas las tradiciones religiosas y espirituales proporcionan indicios más o menos concretos sobre el lugar que ocupan las mujeres en la comunidad y la contribución que en ella pueden prestar. De ello hablan los textos sagrados y a ello se refieren los dichos
y las enseñanzas de maestros y profetas y posteriormente los han profundizado otros maestros, teólogos y juristas, siempre estableciendo los marcos en los que las mujeres han de poder desarrollar su vida religiosa y su crecimiento espiritual. Frecuentemente encontramos aquí diferencias significativas respecto a los marcos que se establecen para los hombres, especificando obligaciones o exenciones diferentes o delimitando los ámbitos de acción para unos y otros. Así, aunque las enseñanzas fundamentales de las tradiciones religiosas y espirituales son las mismas para toda la comunidad, las mujeres parten de un marco específico que viene dado por razón de su sexo y de su papel en la sociedad de referencia. Con todo, estas normas y recomendaciones nos dicen lo que está permitido y lo que no, lo que hay que hacer y lo que es optativo, lo que se aviene a la sabiduría fundamental de la tradición y lo que separa de ella; pero no nos hablan de la vivencia concreta que las mujeres tienen de la religión.

También en todas las tradiciones existen otras fuentes que nos pueden dar más pistas sobre cómo puede ser la experiencia espiritual de las mujeres, sobre todo a partir de la propuesta de referentes, del ejemplo de personajes femeninos, humanos o divinos, que han alcanzado un grado elevado de perfección espiritual, de energía y de amor a los demás. Estos referentes femeninos se ofrecen a toda la comunidad como espejo y como inspiración, pero pueden tener un significado especial para las mujeres que en ellos se identifican y en los que encuentran motivos de empoderamiento. A pesar de que los discursos oficiales de las religiones tienden a resaltar sobre ello las características que coinciden con el papel y la actitudes que cada sociedad en concreto espera de las mujeres, definiendo un compendio de características consideradas esencialmente femeninas, como la capacidad de amar y cuidar de los otros, el espíritu de sacrificio, el recogimiento o la pasividad, frecuentemente estos personajes femeninos de referencia cuestionan los estereotipos de propios y extraños.

Algunos ejemplos: Mientras algunas escuelas budistas consideran que una mujer puede alcanzar la iluminación solamente si renace como hombre, en el budismo vajrayana encontramos budas femeninos como Vajrayoguini o Tara; en el hinduismo Sita es presentada como ejemplo de las virtudes de la esposa por su entrega, capacidad de sacrificio y pureza, pero para muchas mujeres es más bien un ejemplo de fortaleza y de autonomía y una reivindicación de las situaciones de desigualdad que ellas mismas viven en el matrimonio; en el cristianismo ortodoxo, como en el católico las santas y, evidentemente María, forman parte de la vida litúrgica de la iglesia; en los inicios del Islam, el apoyo de Khadija fue fundamental para que Muhàmmad, su marido, se decidiera a dar a conocer la revelación que había recibido…y así podríamos seguir con muchas otras tradiciones religiosas.

A pesar del peligro de que, como se ha dicho, determinadas lecturas de algunos de estos referentes puedan entrañar para encasillar a las mujeres en los roles de género tradicionales (esposas, madres, cuidadoras) y sobre el que las teólogas feministas ya han advertido, es interesante ver la distinción que nos muestran entre lo que podríamos llamar la “religión prescrita”, aquello que el discurso oficial de las religiones transmite, siempre fundamentándose en una interpretación de los mandamientos o de los textos sagrados y la tradición y que suele ser terreno reservado para los expertos e iniciados, y la “religión practicada”, la vivencia espiritual y religiosa encarnada en el día a día de las personas en la base de las religiones, que frecuentemente transciende las limitaciones del discurso oficial, supera contradicciones y da respuesta a las realidades y a las necesidades concretas. En el caso de las mujeres, su lejanía de los centros de poder (en la base) y el hecho de que su experiencia no sea percibida como algo generalizable dentro de las religiones (en los márgenes) situaría su experiencia en este ámbito.
3
No hay que olvidar, sin embargo, que las mismas mujeres viven una tensión entre estos “modelos femeninos”, supuestamente orientados al cuidado de los demás, la emotividad o la interiorización, y los “modelos masculinos”, en principio más centrados en la acción pública y la reflexión teórica, porque unos y otros no son incompatibles ni exclusivos de las mujeres o de los hombres. No podemos obviar el hecho de que los modelos y las actitudes que definen la experiencia de mujeres y hombres son en gran parte construcciones culturales y que todas las tradiciones religiosas y espirituales nos recuerdan en algún momento el necesario equilibrio entre lo que es femenino y lo masculino, en el interior de cada persona.

También la práctica religiosa de las mujeres, su participación en los ritos, la liturgia, la plegaria, la meditación, las celebraciones o el estudio, se enmarca en aquello que las normas religiosas establecen. Así, en muchas tradiciones religiosas las mujeres no tienen acceso a presidir la liturgia y apenas recientemente han alcanzado el acceso formal al estudio y a la enseñanza. Al mismo tiempo, sin embargo, hay determinados rituales, como el encendido de las velas el sábado en el judaísmo, o diversos ritos domésticos para obtener prosperidad en el hinduismo, que son exclusivos de las mujeres. Existen también exenciones, como la no obligatoriedad de asistir a la mezquita o a la sinagoga en determinadas ocasiones; provisión de espacios separados durante el culto, como en las mezquitas, las sinagogas ortodoxas o determinadas iglesias; o normas sobre el vestido. Todos estos elementos conforman un ámbito propiamente femenino dentro de las comunidades religiosas que, a pesar de identificarse plenamente con la comunidad y las enseñanzas de la tradición, no es o no se percibe como generalizable.

Así mismo la participación en los ritos y la liturgia es también práctica espiritual. Refuerza y profundiza el compromiso con las creencias y las enseñanzas de la propia tradición, el sentimiento de pertenencia y de identificación con una manera determinada de estar en el mundo, la conexión con lo más profundo de la persona y la referencia al trascendente que abre vías de sentido. Desde la posición específica de las mujeres dentro de las comunidades es habitual la creación de grupos o asociaciones exclusivamente femeninos, orientados a reforzar todos estos elementos a través de la meditación, la oración o la devoción, el estudio, el trabajo social, la solidaridad y el apoyo mutuo. Por el hecho de tratarse de iniciativas opcionales, que no están prescritas por ningún mandamiento o norma religiosa y por el hecho de que están abiertos solamente a una parte de la comunidad, estos espacios no forman parte del núcleo de la vida comunitaria y se podrían llegar a considerar marginales. Con todo, suelen ser muy valorados por las mujeres, las que se encuentran ahí con suficiente seguridad como para compartir problemas e inquietudes, hasta un cierto punto lejos del control de los hombres.

Todos estos aspectos sobre la participación de las mujeres en la vida de las comunidades religiosas nos proporcionan algunos elementos para ir identificando los trazos que pueden caracterizar la manera que tienen las mujeres de relacionarse con lo espiritual. Así, sin perder de vista la enorme complejidad de todo lo que tiene que ver con la experiencia de las personas, podríamos hablar de la espiritualidad vivida como algo relacional, que se expresa en la creación de grupos de mujeres, en la participación en la vida comunitaria, en la vocación de cuidado por los otros, en el amor que se da y se recibe. Una espiritualidad enraizada en la experiencia concreta y personal, en el ajetreo de cada día, vinculada al cuerpo y al hecho de ser mujer, con unas funciones sociales determinadas, caracterizadas por la maternidad y el cuidado de los demás. El
4
hecho de encontrarse en la base y en los márgenes de las tradiciones religiosas, alejadas del poder y del centro del discurso religioso, lleva a esta centralidad de la experiencia, que tiene lugar en relación con otras experiencias que también son concretas y personales: las de las personas más cercanas y queridas, desde aquéllas con quienes se comparte la plegaria, la lectura o la tarea social y las de aquellas y aquellos desconocidos con quienes nos une un sentimiento de solidaridad…

En esta misma línea, vale la pena tener presente el interés de muchas mujeres por el diálogo interreligioso. Caben entonces muchas razones para explicar el elevado grado de participación de las mujeres en iniciativas interreligiosas y la existencia de numerosos programas y proyectos interreligiosos dirigidos a mujeres alrededor del mundo. De estas razones ya se han mencionado algunas. Por ejemplo el hecho de que se trate de espacios exclusivos de mujeres puede proporcionar una sensación de seguridad, de confianza y de libertad que no se encuentra en otros contextos y que posibilita la apertura y la empatía. Puede ser que la situación compartida por mujeres de todas las tradiciones religiosas y espirituales de estar en la base facilite el encuentro desde una perspectiva de igualdad, y que la experiencia, igualmente compartida, de encontrarse en los márgenes acorte la distancia respecto de quien también se encuentra en los márgenes de otra tradición. De esta manera los márgenes y la base se pueden convertir en un espacio de posibilidades, de contacto, de intercambio, de aprendizaje y de solidaridad. Y es así, una vez más, como puede llegar a surgir un diálogo basado en la experiencia, en la concreción de la vida espiritual en el día a día y en los retos y los compromisos que plantea, y no tanto en la defensa de una teología determinada o de un discurso religioso concreto.

Sea como fuere, no obstante el diálogo interreligioso entre mujeres no está exento de conflictos. A pesar de las semejanzas que se pueden reconocer entre las experiencias concretas de mujeres de diferentes tradiciones religiosas y espirituales, los diferentes puntos de partida sobre el papel de las mujeres en la religión y la sociedad o sobre la autoridad de los textos sagrados y otros recursos de las tradiciones religiosas pueden generar situaciones de incomprensión que las herramientas del diálogo (la escucha profunda, el respeto radical, la suspensión del juicio, la apertura, la observación) han de ayudar a superar.

De otra parte, existe un movimiento creciente de búsqueda espiritual fuera de las religiones establecidas, con un protagonismo muy importante de las mujeres que, entre otras cosas, explora el potencial de lo femenino y de los valores que a él se asocian para transformar el entorno. A pesar de que este movimiento bebe de diversas tradiciones religiosas y espirituales, no se identifica con ninguna tradición en concreto ni pretende crear una nueva, sino que, a través de la autoafirmación y el empoderamiento de las mujeres, busca ofrecer nuevos valores y nuevos recursos que orienten el mundo hacia la paz y la sostenibilidad.

Así, pues, ¿existe una espiritualidad específicamente femenina? Con todos los peros y los matices que haya que tener en cuenta, mi experiencia de participación en grupos e iniciativas interreligiosas de mujeres y el contacto que me ha proporcionado con mujeres de diferentes contextos culturales, espirituales y religiosos, me permiten atreverme a decir que sí. Existe una manera singular de las mujeres de relacionarse con lo espiritual, que es transversal a todas las tradiciones religiosas y espirituales y a todas las corrientes y tendencias y que viene dada al mismo tiempo por unos valores y unas
5
actitudes que interpretamos como femeninos y por la experiencia de que son mujeres dentro de culturas y sociedades que parten de un imaginario y unos referentes que no son femeninos. Consideramos que valores y actitudes como la emotividad, el enraizamiento en la experiencia concreta y en el cuerpo, el cuidado de los otros o la interiorización son femeninos porque son los que las mujeres han desarrollado más ampliamente desde su posición de alteridad, en la base y en los márgenes de las sociedades, las culturas y las tradiciones religiosas y espirituales, pero que no son exclusivos de las mujeres: todos los seres humanos están llamados a incorporarlos en su vida. Es preciso también que otros valores y actitudes que interpretamos como masculinos, como pueden ser la reflexión teórica y la capacidad de liderazgo, formen parte y sean reconocidos como patrimonio de las mujeres.

Así mismo se necesita un trabajo de las mujeres por reconocer su patrimonio espiritual y la sabiduría que de él se desprende y por reclamar y dar visibilidad a la experiencia espiritual concreta de mujeres concretas, más allá de la tradición religiosa o de la corriente o tendencia a la que pertenecen. Hay que mirar la experiencia de las mujeres como algo que tiene valor en sí misma, con una actitud genuina de quien aprende, escuchando sin juzgar, amando para poder conocer, compartiendo desde el mismo nivel, aceptando que no todas las personas han de ver las cosas como las vemos nosotras, acogiendo lo que no entendemos y aceptando que no nos entiendan.
En este sentido es fundamental la perspectiva interreligiosa, encontrar espacios comunes, no jerárquicos, de confianza e interés genuino de unas creencias por las otras, no para poner en común los agravios que padecen las mujeres en todas las tradiciones sino para conocer, reconocer, compartir y darle valor a lo que las mujeres ya hacen, pero que no tiene visibilidad.
Bibliografía.

. Egnell, Helene. Other voices. A study of Christian feminist approaches to religious plurality East and West. Uppsala, 2006.
. Haker, Hille; Ross, Susan; Wacker, Marie-Theres (eds.). Voces de mujeres en las religiones del mundo. Revista Concilium nº 316, junio de 2006.
. Treitler, Reinhild (ed.). In the mirror of your eyes. Report of the European Project for Interreligious Learning. Zurich y Beirut, 2004.

Últimos artículos

«Es hora de abolir el celibato», clama el presidente de los obispos suizos

Religión Digital Félix Gmür: "Presionaré en Roma para que la Iglesia se descentralice" "El celibato...

Francisco sobre el cambio climático: Actuemos antes que sea tarde

Enviado a la página web de Redes Cristianas Fuente: Observatorio eclesial Ciudad del Vaticano. El...

La inmigración consecuencia del neoliberalismo~ -- Lois Pérez Leira

kaosenlared La emigración global sigue en aumento. Según Naciones Unidas, en 2020 había alrededor de...

Noticias similares

«Es hora de abolir el celibato», clama el presidente de los obispos suizos

Religión Digital Félix Gmür: "Presionaré en Roma para que la Iglesia se descentralice" "El celibato...

Francisco sobre el cambio climático: Actuemos antes que sea tarde

Enviado a la página web de Redes Cristianas Fuente: Observatorio eclesial Ciudad del Vaticano. El...

La inmigración consecuencia del neoliberalismo~ -- Lois Pérez Leira

kaosenlared La emigración global sigue en aumento. Según Naciones Unidas, en 2020 había alrededor de...