Fui extranjero y me acogisteis. Esto se cumple en el caso de la escuela pública en Cataluña. Según datos del curso 2009-10 un 23,9% de los alumnos de las escuelas públicas de Barcelona son de origen extranjero (el 4,5% en centros privados)[1].
La escuela pública está realizando una función de integración social de los recién llegados a nuestra sociedad, y de cohesión social al ser lugar de encuentro y convivencia. Pero también descubro que a mi, ciudadana catalana, también me ayuda a “integrarme” el estar en una escuela pública.
Mis hijas van a una escuela pública donde me encuentro con aquellos que no son como yo, que son diferentes por origen geográfico y también social. También me encuentro con familias que tienen hijos e hijas con discapacidades, y otras problemáticas personales y sociales. Una tiende a buscar a sus “iguales” para establecer relaciones sociales. Supongo que esto, humana y antropológicamente es lógico. Pero a mi estar en una escuela pública, a la que voy dos veces al día (al llevar y recoger a mis hijas) me obliga a relacionarme con personas que son mis “diferentes”.
Esto me obliga a desterrar mis prejuicios y abrirme a personas con las que yo, espontáneamente, no me encontraría. Esto me ayuda a ser mejor persona, porque descubro que mis prejuicios son erróneos y que no tiene nada que ver el origen de una persona, su color o su nivel cultural con su valor humano.
Esto hace mi barrio, mi ciudad, mi sociedad más abierta y más sana, ya que se crean vínculos, complicidades que refuerzan las redes sociales.
Esto hace a mis hijas mejores personas, porque aprenden, viven y experimentan en su cotidianidad escolar, los valores del respeto, la diversidad y la tolerancia.
Estar en una escuela pública me ayuda a vivir los valores evangélicos, porque, curiosamente, en la escuela pública se viven cada día estos valores.
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[1] Datos de “L’escolarització a la ciutat de Barcelona. Curs 2009-10”, publicado por el Consorci d’Educació de Barcelona en abril de 2010.