Hace unos pocos días compre dos periódicos distintos, uno de tirada nacional y otro de tirada regional, de distintas editoriales, pero curiosamente, ambos a doble página comentaban tres noticias relacionadas con la Iglesia Católica. Por un lado la santificación del anterior Papa Juan Pablo II, por otro la reprimenda del Vaticano al Teólogo Jesuita Jon Sobrino y por ultimo el conflicto creado por el arzobispo de Madrid con la Parroquia de San Carlos Borromeo en el Barrio de Entrevías en Madrid.
En todos los casos estamos hablando de personas de una misma confesión religiosa, pertenecientes a la Iglesia Católica, apostólica y romana, es más, todos ellos fueron en su día ordenados sacerdotes. Por tanto, ¿Cuál es la diferencia? Sin lugar a dudas, las diferencias provienen básicamente de las formas de entender e interpretar el evangelio. Esta forma de ver e interpretar las palabras de Jesús de Nazaret van directamente ligadas a la forma de vivir el Evangelio. Curiosamente los “proscritos”, los castigados por la jerarquía son siempre los que están a la lado de los pobres, de los perseguidos, los que conviven con los que sufren las injusticias.
Jon sobrino, para quien no lo recuerde era compañero de los seis Jesuitas, que hace diecisiete años fueron salvajemente asesinados por el ejercito salvadoreño, el teólogo se libro de morir también, por que esa noche no se encontraba en casa. También estuvo muy cerca de Monseñor Romero cuando fue asesinado por los mismos. Ninguno de estos han sido nombrados santos, ni han sido beatificados, a pesar de que ellos fueron asesinados por ser cristianos, que llevaron su compromiso hasta las últimas consecuencias. Sin embargo se le condena en lugar de premiarlo. De la misma forma se juzga y se condena a tres curas en Madrid, una actitud nada evangélica por cierto.
Todo por que están con prostitutas, con enfermos, con presos… ¿No era con esas personas con las que andaba Jesús? ”… Porque tuve hambre y me disteis de comer, tuve sed y me disteis de beber, fui forastero y me hospedasteis, estuve desnudo y me vestisteis, enfermo y me visitasteis, en la cárcel y vinisteis a verme». Os aseguro que cada vez que lo hicisteis con uno de éstos hermanos míos, conmigo lo hicisteis». (Mt. 25,31-46). Pero es mucho más fácil acomodarse, rodearse de lujo en catedrales de cristal, o andar paseando los tesoros por las calles. Quienes comparten con la gente pobre, quienes padecen las mismas injusticias que ellos, a quienes les “sangra” ver esas situaciones y realmente se llama cristiano, no puede pasar de largo, tiene que comprometerse, hacerse como uno ellos y eso es lo difícil, eso le ocurrió a Monseñor Romero, a los jesuitas del Salvador, a los curas de Entrevias, a muchos Misioneros de África y Centroamérica.
Nadie podría imaginar a Jesús vestido con ricas ropas de terciopelo, con báculos de oro, ni imaginar un cura paseando en su Audi descapotable. “Para entrar en el reino de los cielos hay que hacerse como uno de ellos”, decía Jesús refiriéndose a los niños, a su nobleza, a su sinceridad. Sin embargo algunos, hace tiempo dejaron de vestirse con la inocencia de un niño y siendo zorros andan disfrazados con piel de cordero.
El Obispo de Toledo decía hace una semana: “hay una angustiosa escasez de curas y sin ellos no hay ni Eucaristía ni Iglesia”. ¿No habrá que buscar nuevas formulas? ¿Podría la Iglesia adecuarse a los tiempos actuales, ser más cercana a la gente, a los jóvenes a los que padecen,…? La Iglesia de Cristo no se termina con la falta de curas ni de Jerarcas, la Iglesia la forma el pueblo de Dios y los cristianos comprometidos de buena voluntad.
El Obispo Casaldaliga, hace unos días, dirigiéndose al Vaticano le recordaba estas palabras de Jesús: “La verdad Pilato, es estar del lado de los Pobres”
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