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Estoy por decir que cuando el FMI aconseja, casi conmina, a España, a que suba impuestos, sobre todo indirectos, y baje salarios, lo hace ingenuamente, sin la más mínima sombra de duda respecto a la bondad de su recomendación, y sin asomo siquiera de sentimiento de culpa. Y eso, que podría parecer una actitud digna de alabar, y buena, es, como intentaré explicar y demostrar, lo peor que podemos decir de ese, y de otros organismos económicos y financieros internacionales. Lo malo es que, sin la más mínima crítica, esta tesis es adoptada, defendida e impuesta por los Gobiernos nacionales, entre ellos el nuestro. Iré desdoblando los diferentes puntos, actuando siempre con la lógica que me parece la más adecuada y clara para dilucidar mi pensamiento.
Ven como una normalidad ética que unos vivan como rajás y otros tengan que sudar la gota gorda para, simplemente, sobrevivir. Y aquí radica la madre del cordero. La humanidad lleva tantos siglos, y hasta milenios, favoreciendo, proclamando, defendiendo, hasta con la fuerza militar, los derechos, privilegios y vida faraónica de unas minorías, que cuando la irrupción de los sistemas democráticos en los países occidentales parecía que haría cambiar la situación y el modelo del reparto de la riqueza, y así fue proclamado progresiva y solemnemente por sucesivas Constituciones, (la española, con enunciados tan impresionantes como estériles, “todos los ciudadanos tienen derecho al trabajo, a una vivienda digna, etc., etc., y en la propia definición de país, 1. “España se constituye en un Estado social y democrático de Derecho”, antes social que democrático, en la propia definición).
Pero, ¡oh miseria!, la Constitución no es una ley de aplicación directa. Lo que quiere decir que luego vendrán, como han venido por desgracia, una sucesión de leyes y de ordenamientos concretos, que dejan en papel mojado lo anunciado y proclamado con la máxima solemnidad, ¡y pensábamos que urgencia!, por la Constitución. Un ejemplo: si en la propia definición de Estado lo social aparece antes que lo democrático, no se pueden alegar “motivos democráticos” para entorpecer una reivindicación social justa. Lo democrático es favorecer y crear cauces para que esas demandas de justicia social se cumplan. La legislación, escandalosamente favorable a los bancos, y, en general, al capital, en los casos, casi siempre penosos, y muchas veces sangrantes, de los desahucios, es una prueba de lo que digo.
Volviendo un poco al punto 1º. Los regímenes democráticos no cambiaron sustancialmente el sistema de privilegios de una minoría opulenta sobre y contra, una masa de depauperados. En los países del primer mundo se abolió la esclavitud, pero quedó la conciencia de que, una vez que las clases dominantes y ricas habían propiciado ocupación laboral para que las masas proletarias no muriesen de hambre, éstas no podrían quejarse de que la distancia entre su remuneración laboral, y la de los patrones y altos dirigentes, continuase siendo sideral, y con tendencia, como ha demostrado la Historia, a aumentar.
Para terminar: ¿a quién le viene bien que bajen los salarios, y suban los impuestos indirectos? Los impuestos indirectos los pagamos todos, tanto los que ganan al mes 1000 euros, como los que ganan 6,500. Y que bajen los salarios, en el caso de que los grandes ejecutivos se los bajen, (¡por ejemplo!, como las indemnizaciones de los ejecutivos del Caixa Penedés, que han devuelto la pequeña limosna de 28,6 millones de euros para no ir a la cárcel. Pero eso, ¿será todo lo que ganaron con la “administración desleal”, como reza la sentencia?); y si bajan los salarios, no es lo mismo que el sueldo de uno que gane 6.500 al mes baje un 10%, y se quede en 5.950, que el del que gana 1000 baje el mismo índice, y se quede en 900. Este último está mucho más cerca del umbral de la inseguridad para cualquier emergencia. A propósito, se debería señalar un tope salarial, mientras los salarios bajos estuviesen tan cerca de ese umbral vacilante de la duda ante imprevistos. De todo ello deducimos que, para que la deuda del Estado no suba, para que baje la prima de riesgo, par que los bonos para la financiación del Estado se mantengan a un nivel bajo aceptable, es preciso, fundamental, necesario, que los de abajo se conformen con trabajos basura, e tiempo indefinido, y de fácil manejo para comenzar y acabar los mismos, a la mayor comodidad del empleador. Por eso organismos como el FMI, el Banco Centrar Europeo, y otras instancias tan santas, honradas y sociales, felicitaron al Gobierno español por la reforma de la ley laboral, tan beneficiosa para los trabajadores. ¡Oh cielos!
Así que me quedo con la lucidez con la que el joven economista francés, Thomas Piketty, ha demostrado en su libro bet-seller Le capital au XXIe siècle (Seuil, Paris 2013) que la desigualdad es, por un lado, una de las estrategias para incrementar la distancia entre los super-ricos, y la gran masa de los asalariados, y, por otro, una bomba de relojería que puede explotar en cualquier momento. Como ha afirmado con claridad el primer ministro francés, el catalán Manuel Valls, los resultados de las elecciones europeas en Francia “no han sido una alarma, sino un terremoto”. Pues por ahí van las cosas.
Del Blog «El guardián del Aréopago», de 21rs