Pocas dirigentes reciben de los que dicen ser sus correligionarios tantos ataques alevosos como el obispo de Bilbao. El último por dedicarse a lo suyo, que es pregonar el evangelio de la paz.
Incoherencia en puridad paranoica. Los mismos que acusan al Gobierno de perseguir a la religión católica, culpan a todo un presidente del episcopado de ayudar a los perseguidores… ¡por no posponer una concentración religiosa programada desde mucho antes que acertó a coincidir con la habitual ruada madrileña de los foreros! A la grey católica constitucionalista le tiran más los gritos que el rezo.
A la que se suma otra gorda: siempre reprochándole a los prelados vascos que no condenan bastante ni hacen nada por acabar con el terrorismo, y cuando intentan movilizar a sus fieles, les tronzan las costillas con las varas del palio. Con el burdo argumento de que como no hay guerra hablar de paz es hacerle el juego a la banda. Y despreciando el impacto social de su llamamiento, limpio y terminante.
El quid del embrollo está en que la reserva espiritual quiere que su partido se pasee por las calles con la Iglesia de ganchete. Al obispo Blázquez, que no está por la labor, se la tienen jurada y desean sacarlo de la cancha a cualquier precio.
Sería muy de lamentar que lo consiguieran, porque el buen juicio, serenidad y estilo conciliador del abulense son rocío mañanero. Para su Iglesia y para todos.