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El celibato no contraría la naturaleza, la ley del celibato sí
?Dificultades superables?? (¿?)
?El conocimiento leal de las dificultades reales del celibato es muy útil, incluso necesario, para que con plena conciencia se dé cuenta perfecta de lo que su celibato pide para ser auténtico y benéfico; pero con la misma lealtad no se debe atribuir a aquellas dificultades un valor y un peso mayor del que realmente tienen en el contexto humano y religioso, o declararlas de imposible solución?? (n 52).
?Superables??, no siempre. Hay trastornos necesitados de tratamiento psiquiátrico: ?Entré en crisis depresiva. La causa de todo era el celibato. Después de mucho madurarlo, pedí la dispensa al Papa, y salí del clero en 1970, como medio único de sanar de la depresión…?? [José María Lorenzo: cura destacado por espiritual y pastoral; director de ejercicios espirituales a sacerdotes; ahora en su Blog de RD, da ?puntos?? de oración diarios; poco ha escribía: ?Quienes comenzamos nuestra andadura de sacerdotes secularizados hace casi cuarenta años, seguimos en la brecha, con la misma ilusión de nuestra ordenación. Incluso más… Solo sé que me sigo sintiendo sacerdote, desde que me levanto hasta que me acuesto?? (24.06.2015)]. Otros trastornos se concretan en actitudes compensatorias del celibato: afán de poder, brillo, dinero, inadaptación social, incomprensión del sexo e implicaciones..
El celibato no contraría la naturaleza, la ley del celibato sí
?No es justo repetir (cf. n. 10), después de lo que la ciencia ha demostrado ya, que el celibato va contra la naturaleza, por contrariar a exigencias físicas, psicológicas y afectivas legítimas, cuya realización sería necesaria para completar y madurar la personalidad humana: el hombre, creado a imagen y semejanza de Dios (Gén 1, 26-27), no es sólo carne, ni el instinto sexual es todo en él; el hombre es también, sobre todo, inteligencia, voluntad, libertad; gracias a estas facultades es y debe tenerse como superior al universo; ellas le hacen dominador de los propios apetitos físicos, psicológicos y afectivos?? (n. 53).
Porque el celibato es una opción libre, no puede imponerse como condición ?sine qua non?? para nada. Ya hemos dicho que vivir en soltería es una decisión personal que afecta a derechos humanos. ?Los hombres y las mujeres, a partir de la edad núbil, tienen derecho, sin restricción alguna por motivos de raza, nacionalidad o religión, a casarse y fundar una familia…?? (artículo 16. 1, de la Declaración Universal de Derechos Humanos, 10 de diciembre de 1948). La Iglesia latina sólo permite ejercer de obispo y presbítero a quien elige previamente el celibato de por vida. Incluso después de jubilarse, sigue exigiendo el celibato. Es abuso tiránico eclesial. Jesús y los Apóstoles no lo impusieron. Esa imposición contraría el derecho de ?casarse y fundar una familia por motivos de religión??, derecho humano confiado a la inteligencia y voluntad libre, tan históricas y evolutivas como la naturaleza humana. La ley obliga al celibato, una vez elegido. No se permite revisar esa decisión. Como si la persona no pudiera cambiar de elección en cosas buenas. ¡Inhumano!
Mayor vinculación a Cristo y a la Iglesia
?El motivo verdadero y profundo del sagrado celibato es, como ya hemos dicho, la elección de una relación personal más íntima y completa con el misterio de Cristo y de la Iglesia, a beneficio de toda la humanidad; en esta elección no hay duda de que aquellos supremos valores humanos tienen modo de manifestarse en máximo grado?? (n. 54).
No comparto que el ?motivo verdadero y profundo del sagrado celibato es… la elección de una relación personal más íntima y completa con el misterio de Cristo y de la Iglesia??. Ese es el motivo del bautismo. Todo cristiano está llamado a la santidad: ?relación personal, íntima y completa, con el misterio de Cristo y de la Iglesia, a beneficio de toda la humanidad…??. Los ?supremos valores humanos?? pueden manifestarse en casados y solteros. La mentalidad clerical viene atribuyéndose, en exclusiva y sin pudor, lo bueno humano y cristiano. Y todo, por ser célibes. Ya he dicho que Dios no entra en rivalidad con el ser humano. Tener ?una relación personal más íntima y completa con el misterio de Cristo y de la Iglesia?? no es cuestión de soltería o matrimonio. Son niveles distintos de realidad. Los sacerdotes casados a nivel trascendente están enamorados de Jesús y su evangelio, enamorados del Reino, como estuvo Jesús. A nivel humano, Jesús, el Hijo del Padre, pudo estar enamorado de una mujer y fundar una familia. Quizá quiso permanecer célibe para crear una familia con los pobres de su época, que no podían -por falta de medios- formar una familia patriarcal. Era su libertad. El amor que él sentía hacia los más débiles le llevó quizá a no casarse. Bien está que la Iglesia admita y cuide ese celibato siempre libre en los cristianos que lo decidan. Pero no está bien imponerlo a obispos y presbíteros con dones y voluntad de servicio a las comunidades. Para esos servicios no necesitan celibato alguno. Por algo Jesús no lo impuso.
El celibato y la elevación del hombre
?La elección del celibato no implica la ignorancia o desprecio del instinto sexual y de la afectividad, lo cual traería ciertamente consecuencias dañosas para el equilibrio físico o psicológico, sino que exige lúcida comprensión, atento dominio de sí mismo y sabia sublimación de la propia psiquis a un plano superior. De este modo, el celibato, elevando integralmente al hombre, contribuye efectivamente a su perfección?? (n. 55).
No siempre ha sido cierta la primera afirmación: ?La elección del celibato no implica la ignorancia o desprecio del instinto sexual y de la afectividad??. En el origen de la ley celibataria estuvo presente la ?ignorancia?? del significado de la sexualidad, y ?el desprecio??, fruto de la ignorancia y del error. Se creía que el sexo era malo en sí mismo. Se toleraba como exigencia de la propagación de la especie. El papa Siricio prohibía su uso en el matrimonio a los clérigos, porque eso era ?estar en la carne??: ?los que están en la carne… no pueden agradar a Dios (Rom. 8, 8)?? (D 185), decía, mal interpretando el texto paulino, aplicándolo con ?ignorancia y desprecio??.
¿Los seminarios tridentinos cumplen la ?lúcida comprensión, atento dominio de sí mismo y sabia sublimación de la propia psiquis a un plano superior??? Personas desde niños inducidas a vivir aisladas, fuertemente mentalizadas a vivir en soltería, privadas de relaciones normales con el otro sexo, rezando con esta mentalidad varias veces al día, dirigidas espiritualmente por solteros que desean ardientemente que adopten el celibato de por vida, impulsadas a aceptar como voluntad de Dios la renuncia al amor familiar, a los hijos, etc. etc., ¿cómo van a tener una lúcida comprensión de una realidad que nunca han experimentado, dominio sobre sí mismos y ?sabia?? sublimación de su estructura psíquica a un plano superior?
Ideología clerical es lo del ?plano superior??. De ahí la afirmación de que el celibato es superior al matrimonio. Concluye: ?el celibato, elevando integralmente al hombre, contribuye efectivamente a su perfección??. Al hombre le eleva humanamente su dignidad, su espiritualidad, su amor gratuito. Tanto el célibe como el casado pueden ser ?elevados íntegramente?? cuando crecen en todos sus potenciales humanos. En cristiano lo hace la gracia o participación de la vida divina. Pero esta ?elevación?? también afecta al casado y al soltero si se dejan llevar del Espíritu de Dios (Rm 8, 14).
El celibato y la maduración de la personalidad
?El deseo natural y legítimo del hombre de amar a una mujer y de formarse una familia son, ciertamente, superados en el celibato; pero no se prueba que el matrimonio y la familia sean la única vía para la maduración integral de la persona humana. En el corazón del sacerdote no se ha apagado el amor. La caridad, bebida en su más puro manantial (cf. 1Jn 4, 8-16), ejercitada a imitación de Dios y de Cristo, no menos que cualquier auténtico amor, es exigente y concreta (cf. 1Jn 3, 16-18), ensancha hasta el infinito el horizonte del sacerdote, hace más profundo y amplio su sentido de responsabilidad -índice de personalidad madura-, educa en él, como expresión de una más alta y vasta paternidad, una plenitud y delicadeza de sentimientos (Cf. 1 Tes 2, 11; 1 Cor 4, 15; 2 Cor 6, 13; Gál 4, 19; 1 Tim 5, 1-2.), que lo enriquecen en medida superabundante?? (n. 56).
Es cuestionable que ?el deseo natural y legítimo del hombre de amar a una mujer y de formarse una familia son, ciertamente, superados en el celibato??. Una cosa es el ?deseo de amar??, y otra ?el hecho de amar??. Cuando una persona no ha experimentado el amor de enamoramiento, permanecer en celibato es normal, incluso natural. Nadie debía casarse sin experiencia amatoria. Aunque sea libre el casarse, esperando que la amistad supla el enamoramiento. Lo problemático es no hacer caso al mutuo enamoramiento. El celibato puede ser una salida falsa, no una superación o sublimación. Lo mismo cabría decir del deseo de formar una familia. El celibato no siempre supera este deseo sin desequilibrar la personalidad. Ahí están las rarezas, el autoerotismo, la pompa y boato vestimental y ritual, el autoritarismo, la represión y depresión neuróticas…
?No se prueba que el matrimonio y la familia sean la única vía para la maduración integral de la persona humana??. Pero el celibato obligatorio de por vida, a que es sometido el clero, no creo que sea ?vía para la maduración integral de la persona humana??. Aunque lo aceptaron libremente, no por ello va a contribuir de por vida a madurar y realizar la personalidad. El ser humano es histórico: se va haciendo, va madurando a través de los avatares vitales. Un compromiso, aunque haya sido libre, puede comprometer su realización personal en el futuro. Es inhumano exigir perpetuidad a una decisión concreta, en una determinada circunstancia, cuando la evolución personal, cultural, espiritual… puede cambiar sustancialmente a esa persona. Nadie, ninguna entidad, puede obligar a permanecer en un estado social, que afecta a estructuras personales existenciales importantes.
La Iglesia ha hecho barbaridades
Los obispos o presbíteros que no podían personalmente permanecer en celibato fueron desterrados, encerrados en conventos, declarados dementes o inmaduros, desposeídos del trabajo en entidades eclesiales, se les retrasaba o negaba la llamada ?reducción al estado laical?? (¡que nombre tan caritativo!), se les insultaba, ninguneaba, marginaba… Basta leer los números 83-89 de esta encíclica -ya los comentaremos- para darse cuenta de la cerrazón que esta ley produce en los dirigentes eclesiales. No respetan la evolución personal, la libertad, la conciencia. Lean algunas frases, indignas del amor más elemental y de la comprensión humana:
?desgraciados??, ?desgraciadamente infieles a las obligaciones??; ?su lamentable estado??; ?dudas sobre la plena libertad y responsabilidad del candidato al sacerdocio y sobre su idoneidad para el estado sacerdotal??; ?se debe a crisis de fe, o a debilidades morales??; ?peligros en que van a encontrarse en esta vida y en la futura??; ?causas de su colapso espiritual y moral??; ?se aparta al desgraciado ministro del ministerio a él confiado??; ?se concede a veces la dispensa pedida, no sin acompañarla con la imposición de obras de piedad y de reparación, a fin de que quede en el hijo desgraciado, mas siempre querido, un signo saludable del dolor maternal de la Iglesia y un recuerdo más vivo de la común necesidad de la divina misericordia??…
Como ven, ¡todo un discernimiento evangélico, todo un ejemplo de amor cristiano y de verdad!
El último párrafo de este n. 56 está dedicado a exaltar la ?caridad?? del sacerdote, como si el amor cristiano fuera exclusivo del clero:
?En el corazón del sacerdote no se ha apagado el amor. La caridad, bebida en su más puro manantial (cf. 1Jn 4, 8-16), ejercitada a imitación de Dios y de Cristo, no menos que cualquier auténtico amor, es exigente y concreta (cf. 1Jn 3, 16-18), ensancha hasta el infinito el horizonte del sacerdote, hace más profundo y amplio su sentido de responsabilidad -índice de personalidad madura-, educa en él, como expresión de una más alta y vasta paternidad, una plenitud y delicadeza de sentimientos…??.
Como puede verse, la ?caridad?? (amor cristiano) se pone al mismo nivel de ?cualquier auténtico amor??. No lo creo correcto. La caridad es de otra dimensón o nivel. Cualquier amor (paterno, filial, fraternal, amical, esponsal…) puede ser enriquecido con la caridad (amor derramado por el Espíritu Santo en el creyente). Este amor singular está en todo cristiano, sea o no sacerdote, célibe o casado. Amar con todo el corazón a Dios y a Cristo, y a los demás como Dios nos ama (gratis, universal en tiempo y espacio) es propio del cristiano. Dedicarse con toda el alma al servicio de su Iglesia está al alcance del cristiano que tenga dones de buen pastor, célibe o casado.