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La confesión frecuente y la dirección espiritual, y la pederastia -- Jesús Mª Urío Ruiz de Vergara

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

7ª) Estudiar la utilidad y conveniencia de la confesión frecuente de los jóvenes y de la dirección espiritual ….
…. actividades sin fundamento teológico ni histórico-bíblico en la Iglesia.
Esta primera frase del artículo era, como se puede apreciar, parte del titulo. Pero resultaba largo, y perfectamente dispensable. Así que ha pasado a ser algo así como un subtítulo, y un arranque fuerte y significativo del texto. Hablamos ahora de dirección espiritual, y confesión frecuente porque, a pesar de que estas actividades se van perdiendo, -¡gracias a Dios!, en mi opinión-, el hecho es que ha llegado hasta nuestros días, fruto de una sensibilidad socio-eclesial, o tal vez haya que llamarla «eclesiástica», que nos es lo mismo. como me afané en explicar

En la entrada de este blog titulada «La falta de curas no es el gran problema de la Iglesia», que ya iba seguida de un subtítulo muy claro y evidente, («Breve meditación sobre lo eclesial y lo eclesiástico»), me afané en explicar que lo «eclesial», mucho más noble y teológico como misterio de salvación que «eclesiástico», institucional, funcionarial y organizativo, son puntos de vista muy, pero que muy diferentes.

Es más, podemos afirmar con poco margen de equivocación, que ese cambio de sensibilidad, que ha ido dejando de lado la confesión frecuente y la dirección espiritual, entre la inmensa mayoría de los fieles, exceptuando a unos pocos, miembros de organizaciones eclesiásticas que priman toda vía mucho el sentido de obediencia y sumisión a los superiores, ha ido paralelo con la cultura moderna, que he ido poniendo el foco en: A), los derechos humanos, entre los que brilla la libertad de conciencia; B), en el respeto casi sagrado, o sin casi, a la privacidad personal; C), en la aceptación del enorme, complejo, y misterioso mundo de los aspectos más oscuros, más desazonadores, y, a veces, más de lo que nos gustaría imaginar y aceptar, más peligrosos, de la psicología humana; D), y, para acabar, el hecho de ofrecer, y confiar más, para estos asuntos, en tratamientos profesionales, desde la psicología y la psiquiatría (médica), que en las buenas intenciones, teñidas y contaminadas de prejuicios morales y religiosos, que entre los siglos XVIII hasta finales del XX, venían ejerciendo los eclesiásticos.

Como decía, esto ha llegado hasta nosotros. Yo entré en el seminario el año 1952, y, a pesar de que sería muy difícil, por esos años, encontrar una Congregación religiosa más complaciente y comprensiva que la de los Sagrados Corazones, en nuestro Seminario de Miranda de Ebro nos tocó una época muy turbia y complicada, con confesión semanal prácticamente obligatoria, y dirección espiritual un poco más laxa y dúctil de cumplimiento, pero de gran relevancia e influencia institucional. El resultado es que, según los parámetros de la época, hoy felizmente superados por todos los que en aquellos días los sufrimos, en la lucha adolescente de lidiar con el nacimiento de la sexualidad, era muy difícil, pero mucho más de lo que hoy alguien que no lo haya vivido pueda imaginar, cumplir con todos los requisitos de la imponente seriedad sacramental que nos enseñaban. Así que la angustia de vivir en pecado mortal permanente, y en una serie ininterrup0mida y siempre alimentada de sacrilegios, por falta a la integridad de la acusación en la confesión, y comulgar después con esa conciencia pesada y aviesa, se podría convertir o en una losa pesadísima, o en un desprecio y sarcasmo contra normas que, paulatinamente, íbamos dejando de lado al tomar conciencia de su inconveniencia, y hasta de su falta de soporte válido teológico-bíblico.

El concilio Vaticano II ayudó mucho a despejar dudas teológicas, bíblicas, éticas, morales, y, sobre todo, de capital importancia en el tema que trato, psicológicas y comportamentales. Hoy la mayoría de las personas que frecuentan las misas dominicales comulgan, pero nadie confiesa. Es que hay que informar bien a los fieles, y no tenerlos sometidos a un tratamiento infantil, provocando y resucitando miedos innecesarios, y sobre todo, injustos, para los que quieren seguir las enseñanzas de Jesús, y conocen, rezan, y dan gracias al Padre, que es nuestro, de todos, que es maduro, bondadoso y misericordioso, «lento a la cólera y rico en Piedad», y considera a sus criaturas como su gran tesoro. ¿Quién podrá apartarnos del Amor de Dios, … manifestado en Cristo Jesús? (Rom 8, 35)

Pero estamos en presentar propuestas para la erradicación, lo más definitiva posible, de la epidemia de pederastia clerical que ha asolado, y se supone que sigue todavía actuando, la que no ha aparecido en los medios de comunicación. En la edad infantil en que sucede la imposición abusiva de los clérigos sobre niños que confían, y veneran, hasta en demasía, a sus formadores, vigilantes, educadores, orientadores y guías, y ministros sagrados, una de las situaci9nes que más se ha repetido es la relación de confesor y confesado, director espiritual y dirigido, con la relación primero de absoluta confianza por parte de los niños, consecuencia trágica muchas veces, pero por eso mismo casi sacrílega, de la dignidad, sacralidad y misterio profundo, entrañable, y como consecuencia, personal íntimo y rodeado de cautelas y secreto, inherente a esas actividades de conciencia. He ahí un caldo de cultivo que, me parece, es menester eliminar, y cortar por lo sano, en la relación clérigo-niño o adolescente dirigido, con todos los condicionantes que hacen de esa relación, por su secretismo, muy difícil, casi siempre imposible, de que venga a la luz, sobre todo rodeada las defensas que deberían ser un garantía de seguridad para los dirigidos, pero que se convierten en un muro inexpugnable para el conocimiento de situaciones tremendas, inmorales, y corrosivas para la tiernamente y edad de las que acaban siendo, de dirigidos sacramental y espiritualmente, en víctimas indefensas de la codicia y los impulsos libidinosos de clérigos adultos, que aprovechan condiciones idóneas, casi ideales, que les regalan, para perpetrar sus fechorías sexuales.

Lo que con estas líneas pido y reclamo es que no se conceda esas ventajas a las malas inclinaciones de la naturaleza humana más carnal y desatada que muchos clérigos, en su situación celibataria, puedan aprovechar, con el sigilo y secretismo que las propias condiciones de la relación confesor-penitente, director espiritual-dirigido, propician con casi total impunidad.

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