En estos momentos en los que la figura del laico está tan en entredicho, pues por una parte se parece cada día más a la de un monaguillo VIP del sacerdote, es decir aquel quien desempeña algunas funciones de servicio a la Iglesia o a la parroquia pero siempre supervisadas, dirigidas y dependientes del presbítero, dejando muy claro que el laico es el que está “al laíco” del cura, aunque por otra, supone un elemento fundamental e imprescindible para el funcionamiento de la Iglesia de Jesús, bien nos vendría recurrir a la fuentes para identificar la idea que tenía Jesús, cuando encomienda a su iglesia la ardua misión de ser luz para el mundo.
Jesús fue un laico. No fue ni funcionario del templo, ni ostentó cargo alguno relacionado con la religión. No admitió para él ni para sus seguidores, distinción alguna, ni privilegios de ninguna clase ante la sociedad de su tiempo, ante su pueblo. Fue uno más entre los demás. La connotación propia de “lo laico” es lo común a todos y por eso, “lo laico”, es lo que une a los ciudadanos y suprime categorías y privilegios, que es lo que resulta odioso y dificulta las relaciones entre las personas. Jesús exige que sus seguidores no deben ser llamados “maestros”, ni “padres”, ni señores”, porque todos son hermanos. Más aún, si en algo se han de distinguir es en ser “servidores” de los demás.
Sin embargo, las religiones en general, se estructuran y se gestionan de forma que “lo sagrado” sea vivido por la gente como propio del carisma religioso y tal y como se entiende y vive “lo sagrado” crea una categoría que produce separación, diferencia, distancia, ya que lo que se mueve en torno a lo sagrado se considera dotado de una especial dignidad que no se puede dar en lo que es propio del común de los mortales, en lo profano, por lo que su tratamiento exige de una condición depurada, sublime, propia de seres especiales, quienes entienden lo religioso mejor que la gente de a pie: la casta religiosa.
Por eso, la laicidad, como sistema organizativo de la sociedad y de la convivencia entre los ciudadanos es rechazada por las religiones. La Iglesia Católica, a partir de la Ilustración y de la aparición de la Modernidad, ha combatido el laicismo, no solo por lo que supone de negación de Dios y de rechazo del hecho religioso, sino porque en una sociedad laica, no se aceptan los privilegios basados en las creencias y en las prácticas religiosas.
Sin embargo, si se afronta este debate desde Jesús y el Evangelio, la condición laica es enteramente indispensable para poder comprender lo que Jesús quiso enseñar y más en concreto, para tener una idea clara de cómo debe vivir y hacerse presente la Iglesia, sus dirigentes y sus fieles en la convivencia ciudadana.
La condición laica, nos sitúa a todos en el mismo plano de obligaciones y deberes, en igualdad de derechos. Por eso los privilegiados de siempre, los amigos de oropeles, distinciones, títulos y tratos de favor… no quieren ni hablar de la sociedad laica. Ni verán al laico más que como un colaborador a su servicio, ni podrán entender a la nueva organización de la Iglesia a través de las Unidades de Pastoral como un trabajo en equipo, como una responsabilidad compartida.
El proyecto de vida que Jesús ofrece al ser humano, como una propuesta de vida que lo haga más persona, no puede confundirse con la inhumanidad que con frecuencia aparece en nuestras doctrinas y pautas de conducta. El Evangelio, no es un libro “religioso” es un proyecto de vida, de vida plenamente humana.
Si estamos convencidos de que Dios, para encontrar al ser humano, ha descendido hasta humanizarse y hacerse como uno de nosotros, entonces, solamente haciendo lo que ha hecho Dios: encarnarse, descender, humanizarse, despojarse de su poder y su gloria, igualarse con todos, solamente haciendo eso, es como la religión será auténtica y tendrá su razón de ser, que no es otra que llevarnos a Dios. Dios no está en lo transcendente, intocable y alejado, sino en la vida diaria, en las mil y un diatribas, debates y conflictos de la vida del ser humano. Dios no está en los cielos, sino en la tierra. No está en lo religioso, sino en lo laico, no está en lo sagrado, sino en lo profano.