Enviado a la página web de Redes Cristianas
Con motivo de la reunión plenaria de otoño de la CEE me estoy informando, leyendo los artículos que sobre el tema de la pederastia está publicando el diario «El País», y la detallada información que nos regala todos los días «Religión Digital», «Eclesialia», «Redes Cristianas», etc. De todas estas lecturas e investigaciones, en ningún momento, ni ocasión, ni medio de comunicación, de los que he citado, ni periodista o autor, he podido comprobar la veracidad de la afirmación del secretario de la CEE, señor José Mª Gil Tamayo, de que hay en la sociedad civil, y se ve por la prensa, que hay una «inquisición civil», y que ciertos medios de comunicación buscan, ejecutores de esa «inquisición laica», tienen «unos intereses que no son los de defensa de las víctimas sino de desacreditación de la Iglesia».
No lo veo, ni lo creo. Más bien tengo la impresión de que el secretario de la CEE es muy dado a creer en fantasmas conspiradores contra la Iglesia, y es verdaderamente significativo que quien reconoce, en una entrevista concedida a Europa Pres, pertenecer a un grupo, se supone tratarse de la jerarquía de la Iglesia española, que «hasta hace poco no han tenido la «percepción de la gravedad» de estos delitos y reconocía la (Gil Tamayo)»responsabilidad» de la Iglesia en el marco de la sociedad». No percibir la gravedad de lo que es no solo una grave y pecaminosa desviación sexual, sino un execrable delito de abuso da autoridad, y de aprovechamiento de la engañosa mistificación en muchos de los métodos educativos de la infancia y juventud, y, al mismo tiempo, tener la aguda y penetrante percepción de la mala intención de cierta prensa, son dos cosas que no se casan muy bien, sino que, realmente, se contradicen. Pienso que personas de tanta responsabilidad, a las que se supone con un grado alto de madurez humana, de ética, y, en nuestro caso, de sentido evangélico, no se pueden guiarse por intuiciones y suposiciones, sin argumentos seriamente probatorios de sus opiniones, y más cuando se manifiestan públicamente.
Así que, con motivo de la Plenaria de la CEE, me gustaría destacar tres ideas, o expresar tres deseos, o manifestar tres dudas, sobre la comunicación e información que la CEE trasmite, tarea que, hasta estos días, se ha encomendado al secretario y portavoz Gil Tamayo.
1ª) Los obispos dan la impresión de que tienen miedo a que los fieles conozcan sus diferencias y divisiones.
Leía yo hace unos días en una columna periodística bien escrita, argumentada, respetuosa y afable, que el motivo de que casi todas, o todas, la reuniones, de los obispos sean a puerta cerrada, es el miedo que tienen los prelados a que el grueso de los fieles conozca sus diferencias, y las divisiones que puedan haber entre ellos. Estoy de acuerdo en esta apreciación, porque si no es así, los sucesores de los apóstoles lo tienen muy fácil: que se encarguen ellos mismos, imitando a sus antecesores, de enseñar a los fieles de que en la Iglesia no es ningún drama, ni desdoro alguno, que entre los obispos, incluso, entre los miembros de la misma Conferencia Episcopal, haya diferencias serias, y hasta contrapuestas, de opiniones. De hecho, es una fuente de riqueza, y un signo de la infinita riqueza y variedad de matices de nuestro Dios, y de la Palabra con que hemos recogido su Revelación.
De hecho, los Evangelios, son eso, evangelios en plural, y no un única versión de las posibles miradas amorosas y leales a la vida, palabras y hechos de Jesús. Claro, que como siempre hay iluminados, y un poco energúmenos, en el siglo 2º de la era cristiana, hubo algunos que pretendieron hacer una síntesis resumida de los cuatro evangelios, para que desaparecieran la diferencias, y hasta contradicciones evidentes, que encontramos en ellos. Es decir, ni entre loas bautizados, ni entre los teólogos, ni entre los obispos, es necesario, ni bueno, ni sano, ni rico, que exista pensamiento único.
Para los que hayan leído con atención el Nuevo Testamento, (NT), o lo lea asiduamente, no es ninguna noticia lo que cuentan los siguientes textos: Hech, 15,2, en la «no pequeña discusión» que se organizó entre Pablo y Bernabé y los enviados desde Jerusalén para fiscalizar la enseñanza y la praxis en la Comunidad de Antioquía. Y en el mismo capítulo 15 de Hech, versículo 7, en el llamado Concilio de Jerusalén, se dice «después de una larga discusión …», Pedro hizo su discurso programático. Otras versiones denominan «después de una violenta discusión». Y todos sabemos la bronca que públicamente se llevó Pedro por parte de Pâblo, en Antioquía, en presencia de la comunidad, por no ser coherente con su prácticacristiana libredeespue`s de que aparecieran los delegados de Jerusalén, y volver a su praxis judaica.
2ª) Los apóstoles no solo tenían diferencias, sino que las contaban.
No se preocupaban, ni asustaban, de que los fieles conocieran sus miserias y envidias y pequeños celos. Lo contaban, como Pedro y Pablo, que lo primero que hacían al llegar, o escribir por primera vez una carta, a una nueva comunidad, contaban su negación a Jesús, -Pedro-, y la persecución a la Iglesia, -Pablo-. No pedimos que nuestros obispos nos cuenten sus pecadillos, o pecados, de juventud, pero sí que no solo nos gustaría, sino que de los sucesores de los apóstoles podemos esperar que, además de una devoción oficial por ellos, antes que eso, y mucho mejor, los imiten. Y no hay más que ojear los cuatro evangelios, los Hechos de los Apóstoles, y las cartas a las iglesias, o a sus colaboradores como Tito y Timoteo, para apreciar como eran francos, sinceros, y no ocultaban sus reacciones, aunque fueran un poco, o un mucho, intempestivas, como suele suceder con los humanos.
Un ejemplo claro de lo que quiero decir con esto es el enfado de Pablo cuando el que iba a ser compañero de uno de sus viajes misioneros, Marcos, llegó tarde a la cita para embarcarse, dándose el caso, además, de que el joven compañero no tenía ninguna culpa, ya que el barco en el que viajaba tuvo vientos y mar contrarios, y por eso llegó tarde a la cita. Y Pablo no tiene la más mínima duda de mostrar su enfado, (llegó a afirmar «¡Que no me manden más a este Marcos!»), y de contarlo. Es preciso recordar que la información de actitudes poco abonadoras de los primeros obispos, es decir, de los apóstoles, no solo las contaron, sino que las dejaron grabadas en la Sagrada Escritura, para conocimiento y valoración de la comunidad eclesial por los siglos de los siglos. No pedimos a nuestros obispos ni excesiva brillantez, ni condiciones intelectuales extraordinarias, ni virtudes heroicas, sino, tan sólo, una mínima coherencia en la imitación de aquellos de los que son sucesores.
Ese miedo que hace poner barreras entre los pastores y el rebaño, refleja, además, también, una inadmisible consideración de los fieles, como niños pequeños que se pueden escandalizar por cualquier cosa. ¡Ya sabemos qué es, de verdad, lo que escandaliza a los fieles! Estos ribetes de superioridad de los obispos hacia «el clero bajo» y el laicado caracteriza lo que el papa Francisco afirma, que «el clericalismos es al mayor mal de la Iglesia».
3ª) Obispos especiales, grandes electores episcopales.
De vez en cuando la prensa, especialmente a raíz de las elecciones para los cargos de la Conferencia Episcopal Española (CEE), hace conjeturas, basadas algunas de ellas en informaciones personales, o en investigaciones tan meritorias como difíciles, sobre la influencia que ciertos obispos prominentes tienen sobre algunos, bastantes o muchos de sus colegas episcopales. Las conjeturas son debidas a la opacidad y secretismo que impregnan las relaciones, reuniones, acciones, y elecciones entre obispos. Si éstos fueran más valientes, menos timoratos, y más sinceros, muchas de estas conjeturas serían, simplemente, informaciones fidedignas, porque habrían brotado de la fuete legítima, que no es otra que una adecuada, veraz, y directa comunicación-información de los prelados hacia sus fieles, periodistas o no. Otra reseñable característica de las preferencias y gustos de nuestros obispos es su cordial y cariñosa consideración del oficio periodístico, al que estiman y respetan tanto que llegan a sentir por él un temor reverencial. Pero hay que aconsejar a los jerarcas de nuestra Iglesia que no es para tanto, que no «es tan fiero el león como lo pintan».
Pero volvamos a lo de las conjeturas, sin olvidar nunca que son los propios obispos, con su silencio y secretismo, los que las cultivan. Además de las informaciones personales y las investigaciones periodísticas, los profesionales de la información sacan conclusiones, también, a toro pasado, es decir, de los resultados públicos de lo que se ha procesado en secreto, como el resultado de las elecciones para la formación de la comisión permanente de la CEE.
Así que a los periodistas les llamó, ¡y mucho!, la atención, que el señor arzobispo-cardenal de Madrid, D. Carlos Osoro Sierra, no saliese elegido vicepresidente de la Conferencia. Hay que reconocer que la perplejidad de los periodistas tiene sentido, pues desde que Madrid es sede arzobispal, y después cardenalicia, en situaciones normales, con los tiempos a favor, y en la última elección los había, lo normal era, y parece que sería conveniente seguir siéndolo, que el arzobispo de Madrid fuera o el presidente o el vicepresidente de la CEE. Corrían por las redacciones rumores de todo tipo: un eminentísimo, (¿por qué el título de «eminencia» para los cardenales? ¿Es que para ellos no vale lo que dijo Jesús «no os llaméis esto ni lo otro, …, entre vosotros que no sea así»?), así que un señor cardenal tenía, tiene, en su mano los votos de 23 prelados, a los que se sumaron unos cuantos para abortar la elección de Osoro para la comisión permanente de la CEE.
En la iglesia primitiva alguien hubiera parado los pies a ese obispo gran elector, y, como hicieron en tantos casos más delicados incluso que éste, lo hubieran contado, y tal vez lo leyéramos en los Hechos o en algunas cartas de los apóstoles. E igual que hablamos negativamente de «simonía», como de un desvío en los valores dela convivencia comunitaria, estaríamos tachado, tal vez, de excomunión la excesiva injerencia en la marcha de la comunidad, cuando la situación del protagonista fuera la de los que hoy llamamos, no sabemos por qué, eméritos. No siempre lo son.
(Nota: todavía hoy podemos apreciar la opinión de los informadores de la Conferencia Episcopal sobre los poderes de los «super electores». El que quiera puede leer en «Religión Digital» (RD) de hoy los comentarios a la elección, esta mañana, del obispo auxiliar de Valladolid, D. Luis Argüello, como secretario de la CEE. Entrar en RD es muy fácil: basta teclear en Google Religión Digital, y encontraréis la cumplida información del gran elector, y de sus principales adláteres).