LA COLEGIALIDAD EN LA ?POCA APOST?LICA. Tomás Maza

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En las comunidades de la época apostólica las decisiones importantes se tomaban teniendo en cuenta la opinión de toda la comunidad. En los Hechos de los Apóstoles (1, 15-26) se relata la elección de Matías, como miembro del colegio apostólico, en sustitución de Judas Iscariote. Aunque Pedro es el que convoca y, seguramente, preside la reunión, son unos 120 hermanos -que serían la mayoría de los miembros de la comunidad de Jerusalén- los que se reúnen. Es sabido el interés de Lucas, el autor de los Hechos, en resaltar el papel destacado de Pedro en la primitiva Iglesia; por lo mismo es más creíble que fuera la comunidad entera la que tuviera el papel más destacado en esta reunión. De lo contrario Lucas habría escrito que la elección la había efectuado Pedro con, o sin, el resto de los Apóstoles.

Pedro propone y la asamblea acepta que se elija a uno que cumpla las siguientes condiciones: que haya acompañado a Jesús desde los tiempos de Juan el Bautista hasta su ascensión al Cielo y que haya sido testigo de su resurrección. Se proponen dos candidatos, José y Matías. Después de pedir en oración la asistencia del Señor, echaron suertes y resultó elegido Matías, que quedó incorporado al grupo de los apóstoles.

En este episodio se ponen de manifiesto varias cosas importantes:

1) Que, como se dice al principio, las decisiones importantes las tomaba la asamblea, aunque la convocatoria de la misma correspondiera al que presidía la comunidad.

2) En el debate se decide el perfil que deben reunir los candidatos: haber acompañado a Jesús desde el comienzo de su vida pública y ser testigo de su resurrección y ascensión al Cielo. También se proponen los candidatos que reúnen estos requisitos.

3) Una vez completado el trabajo humano de la asamblea la decisión se le deja a Dios, a quien piden ayuda y que manifiesta su voluntad por medio de la suerte. Es decir, el que la última decisión esté en manos de Dios no impide que pongamos los medios humanos para conseguir una elección justa y que, para ello, se convoque y escuche a la comunidad, que tiene que tomar las decisiones que estime convenientes. Pedro y los Apóstoles son testigos destacados de la vida de Jesús y por ello son respetados por la comunidad, a la que representan y presiden, pero sin imponer sus criterios por encima del de los hermanos.

Nuevamente en el capítulo 6 (1-7) se relata otra reunión comunitaria para resolver otro problema importante: se trata de la elección de los diáconos.

En la primitiva comunidad de Jerusalén habían surgido diferencias entre los discípulos de tradición hebrea y los de cultura griega. Todos eran judíos de raza y religión, aunque diferían en cuanto a la lengua y las tradiciones culturales. Los de cultura griega se quejaban de que se veían discriminados en la ayuda que la comunidad prestaba a los más pobres. Dicen los Hechos que las viudas «griegas» eran mal atendidas en el servicio de la caridad. Este era uno de los dos pilares más importantes de la praxis de la comunidad; el otro era el ministerio de la palabra, la transmisión del mensaje de Jesús. Como la situación era grave y había peligro de ruptura de la comunidad, los Doce -esta vez no sólo Pedro, seguramente porque se considera un caso más trascendental- convocan al pleno de los discípulos, que reunidos en oración eligen a los siete diáconos del grupo de los helenistas, para que se ocupen del servicio de la caridad para con los pobres de su grupo. El primero de estos diáconos -que no se limitó al servicio de los pobres, sino que fue un gran propagandista de la nueva fe- fue Esteban, el primer mártir del Cristianismo.

En el capítulo 15 se cuenta la reunión que tuvo lugar en Jerusalén alrededor del año 49. Nuevamente se trata de un conflicto entre los judaizantes y los cristianos que deseaban la liberación de la ley judía. En el caso de la elección de los diáconos todos los discípulos procedían -y profesaban aún- la religión judía aunque por lengua y costumbres algunos fueran considerados «helenistas» (o «griegos»), ahora se trata de los conversos del paganismo que residían en comunidades fuera de Jerusalén: Antioquía, Siria y Cilicia se mencionan en el texto. A estos cristianos ajenos al Judaísmo se les trataban de imponer, por parte de los judaizantes, las normas y preceptos de la religión judía, como la obligación de la circuncisión, quedando sujetos en todo a la Ley de Moisés. Si hubiera triunfado este partido judaizante de la Iglesia primitiva, el Cristianismo habría sido una más entre tantas sectas judías y, muy probablemente, habría desaparecido con la destrucción de Jerusalén del año 70.

Ante esta situación la comunidad de Antioquía, la más destacada de las comunidades en las que había cristianos procedentes del paganismo, envió a Jerusalén a Pablo y a Bernabé para que se reunieran con los apóstoles y los presbíteros (es decir, con los representantes de la comunidad de Jerusalén). Esta vez los discípulos habrían aumentado considerablemente y ya no sería posible la reunión de toda la comunidad (recordemos que en la elección de Matías eran sólo unos 120 miembros). Había comunidades, además de en Jerusalén, en varios lugares de Palestina -sobre todo en Samaría y Galilea-, en Siria, en Asia Menor y en Chipre, y es de suponer que la comunidad de Jerusalén habría crecido mucho con la incorporación de fariseos observantes, que serían, probablemente, los que estaban provocando el conflicto.

El testimonio de Pablo, contando la experiencia de su misión entre los paganos, fue decisiva para que los reunidos comprendieran que Dios no discriminaba a las personas por su raza, nacionalidad o cultura, que el mensaje de Jesús no era sólo para los judíos y prosélitos (gentiles convertidos al judaísmo), sino para todos. También en esta ocasión los reunidos hacen una oración colectiva pidiendo la asistencia del Espíritu, y deciden lo siguiente: «Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros no imponeros más cargas que las necesarias: que os abstengáis de la carne inmolada a los ídolos, de la sangre, de animales estrangulados y de la impureza» (15, 28-29). El abstenerse de la carne y la sangre de los sacrificios a los ídolos, de acuerdo con la legislación del Antiguo Testamento, era una concesión de cara a los cristianos judaizantes. El mismo Pablo en la 1ª carta a los Corintios se siente libre de comer la carne de los sacrificios, pero recomienda no hacerlo si con ello se escandaliza al débil, al que todavía no está totalmente liberado de la ley.

Pablo y Bernabé vuelven a Antioquía, junto con Silas y Judas, para dar cuenta de esta decisión «conciliar» y conciliatoria, que daba libertad a los conversos del paganismo para continuar siendo cristianos, sin necesidad de someterse a la Ley de Moisés.

Lo que se ha llamado después la colegialidad de los obispos, es decir, la corresponsabilidad de los representantes de los cristianos en las decisiones importantes que afectan a toda la Iglesia, tiene su principio y fundamento histórico en estos casos relatados en los Hechos de los Apóstoles. No cabe duda, de que el comportamiento de estas comunidades está directamente inspirado en el Espíritu de Jesús, cuya vida histórica tenían tan cercana, y al que invocaban en todas las decisiones trascendentales. Sea cual sea la justificación histórica de la actual situación de «monarquía papal», no es posible ni histórica ni teológicamente enraizarla en la figura de Pedro que actuó de forma colegiada con los demás apóstoles y respetó las decisiones comunitarias.

Pablo sacó las consecuencias teológicas de la praxis eclesial de las primeras comunidades: por el bautismo todos somos incorporados a Cristo, formamos su Cuerpo del que él es la Cabeza. Todos, con diversidad de dones y carismas, somos igualmente necesarios en este Cuerpo de Cristo, cuya expresión visible es la Iglesia. La división posterior de los miembros de la Iglesia en clérigos y seglares es secundaria y afecta sólo a las funciones a desempeñar, no a la distinta dignidad de los miembros de la comunidad. En ella, desde el Papa hasta el último y más ignorante de los seglares, todos tenemos la misma dignidad de miembros del Cuerpo de Cristo, aunque tengamos distintas funciones y responsabilidades.