La casa de Carola -- Tere y Andrés

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Moceop

Estábamos reflexionando sobre la Iglesia y, de repente, nos vino a la memoria Carola y su casa. Y no es que Carola fuera una diosa, ni su casa un santuario, ni su vida una religión.
Entonces, ¿por qué nos acordamos de ella?
Carola era una sencilla y recia mujer castellana. No era beata ni siquiera una devota empedernida de esas que no salen del templo. Vivía en su casa de la aldea, con la vecindad, con la naturaleza, en un ambiente rural apartado y sin comunicaciones.

Tenía a su cargo un marido, tres hijos y un montón de gallinas, conejos y demás animales domésticos que tenía que cuidar a diario. No le quedaba tiempo para el ocio y el descanso. Pero tenía paz, bondad, generosidad, solidaridad. Y esto le aumentaba la disponibilidad.

¿Y qué tendrá que ver Carlota con la Iglesia?

Carola tenía la luz siempre encendida, la puerta siempre abierta, la lumbre preparada y el pan en la mesa. Es que era una mujer de corazón abierto, de brazos extendidos, de mirada cariñosa y de palabras cálidas. ¿Se le llama a esto carisma, don de caridad? Ella no entendía de teologías, sólo de humanidad.

Era la recepcionista local, la acogedora popular. Atendía el único teléfono público del pueblo. Por su casa pasaban los guardias civiles, ya fueran represores o tolerantes; a su casa acudían también los curas, progres o tradicionales, cuando venían a dar el servicio religioso; tenía a pupilo a la maestra soltera; el médico, los días de consulta, recalaba en su casa a recoger los avisos y darse un calentón en la lumbre. Por allí pasaban los vendedores ambulantes y algún excursionista despistado, donde hacían posada. En otras ocasiones, por el contrario, dejando su casa y su quehacer, iba en busca del vecino o vecina enferma a ponerle las inyecciones, porque no había farmacia ni practicante. Según decían las vecinas, Carola era » el alma del pueblo». En lenguaje eclesial esto se llama «ministerio de la diaconía». Y eso que ella no era sacerdotisa. Carola era sólo HUMANA, PERO MUY HUMANA. Y también era cristiana: Por eso, administraba los sacramentos de la vida.

No pedía credenciales a nadie, no examinaba las ideologías, no preguntaba por las intenciones. Sólo acogía, aceptaba, se daba.

La casa de Carola era casa de Dios, era la casa del pueblo, la casa del pueblo de Dios. Así, como suena. Carola era buena imagen de una Iglesia popular. La gran Iglesia debería parecerse a la casa de Carola.

Carola ya no vive, pero sigue viva para muchas personas que tuvimos la suerte de encontrarnos con ella. Además seguro que donde esté tendrá una casa de acogida, en donde, además de Jesús de Nazaret, se habrán quedado otras muchas personas que pasaban por allí.

La Casa de Carola es nuestra Iglesia

Ahora ya sabemos por qué nos hemos acordado de Carola y su casa.