Enviado a la página web de Redes Cristianas
Está claro que ante este dilema un buen capitalista no duda, opta por la bolsa, y la vida que se las apañe como pueda. Hace tiempo leí en un libro de Isaac Asimov que se calculaba en
600.000 los planetas que había en la Vía Láctea similares a la Tierra y capaces de albergar vida.
Planteaba Asimov que, muy probablemente, muchos de estos planetas habrían desarrolladlo vida y vida inteligente. Algunos estarían todavía en ese proceso hacia la vida inteligente, pero
otros habrían llegado a la inteligencia hace millones de años, y dispondrían de una tecnología extraordinaria. Se preguntaba Asimov como era que no teníamos ni el menor rastro de esas
civilizaciones que se suponía tan avanzadas y extendidas por toda la galaxia. Una hipótesis que sugería Asimov es que una civilización, cuando llega a un cierto grado de desarrollo
tecnológico, se autodestruye,
Cuando lo leí, hace muchos años, me pareció una hipótesis bastante absurda: una civilización inteligente y consciente ¡cómo se va a autodestruir! Hoy, mirando a nuestro planeta y nuestra civilización, ya no me parece una hipótesis tan absurda. El capitalismo dominante en el mundo, con su afán insaciable por la bolsa, está poniendo en grave riesgo la vida. La conclusión del nuevo informe del Grupo Intergubernamental de Expertos sobre Cambio Climático (IPCC) nos dice que la supervivencia del ser humano y del resto de especies pasa por una reducción
rápida y profunda de nuestra forma de vida en los próximos siete años, antes de 2030.
Jorge Riechmann, profesor de moral y política en la UAM y activo ecologista, afirma que si no acabamos con el negacionismo –el negarse a reconocer el riesgo que estamos corriendo−
estamos condenados. Y si logramos dejar de negar las evidencias, entenderemos que la única posibilidad de sobrevivir es limitarnos, controlarnos y renunciar a lo innecesario. “Lo que está en juego son las condiciones de habitabilidad de la Tierra, no sólo el calentamiento global.
No es un asunto de incomodidad en verano, es un planeta habitable o un infierno en el que no podamos vivir”. “No se trata de salvar el planeta: la cosa va de no convertirnos en asesinos de nuestros hijos e hijas, nietas y nietos”.
La receta para salvar el planeta que propone Riechmann en su último ensayo: Una revolución por el “menos” para dejar de destruir las perspectivas de vida civilizada, va también en la línea de disminuir nuestros consumos, buscar nuestro bienestar sin entrar en la vorágine consumista a que nos empuja la mentalidad capitalista. No se trata sólo de buscar un camino
hacia nuestra felicidad más valioso humanamente, es que “no tenemos futuro si seguimos viviendo como vivimos”.