Hans Küng (81 años), antiguo compañero de Joseph Ratzinger (82 años) como teólogos en Tubinga y en el concilio Vaticano II, se explica con suma serenidad. Piensa que Roma ya ve que la decisión de Benedicto XVI de levantar la excomunión a los obispos consagrados por el cismático y ultraconservador arzobispo Marcel Lefebvre (1905-1991) es una «catástrofe».
Así lo acaba de manifestar Küng que rinde nueva visita a Barcelona y Madrid. Ha inaugurado una exposición sobre religiones, paz y ética global en la capital catalana. Y, al cumplir 81 años en este 19 de marzo, presenta en la capital española el segundo volumen de sus memorias, «Verdad controvertida» (Editorial Trotta).
Según Küng, los obispos lefebvrianos y sus seguidores, agrupados en la Hermandad San Pîo X, son «antisemitas, antimodernos, antidemócratas y, por ello, no aceptan el concilio Vaticano II». Rechazan los documentos conciliares sobre liturgia, ecumenismo, dialogo interreligioso, libertad religiosa, Iglesia en el mundo contemporáneo. «Los lefebvrianos –en palabras de Küng- quedan atados a un paradigma medieval y descartan la modernidad, pese a que el Vaticano II ha de entenderse como una proyección de la Iglesia hacia el futuro».
Y a esas alturas del siglo XXI y del actual pontificado, Küng hace «un balance triste» de la gestión de Benedicto XVI. «Este Papa –argumenta- ha tenido problemas con los musulmanes, los judíos, los indios de América Latina. Crea malestar en las diócesis porque nombra obispos muy conservadores. Y no es bueno para la Iglesia que se relativice el Vaticano II como ha ocurrido con el caso de los lefebvrianos». Küng espera, con una sonrisa, que Benedicto XVI acepte estas críticas porque todos podemos ser objeto de la «corrección fraterna».
Es curioso que Küng comience «Verdad controvertida» con una cita del entonces cardenal Ratzinger sobre la colaboración con su antiguo compañero Hans Küng. Escribió Ratzinger en 1998: «Ambos considerábamos esto como legítima diferencia de posiciones teológicas, necesarias para un fecundo avance del pensamiento, y no sentíamos que estas diferencias de posiciones teológicas afectaran a nuestra simpatía personal y a nuestra capacidad de colaborar».