Miles de jóvenes católicos reunidos en Madrid para «vivir un tiempo festivo»
Son las 20h del lunes 15 de agosto cuando un último autocar, que viene de Portugal, deja en la entrada del colegio jesuíta Nuestra Sra. del Recuerdo, en Madrid, a unos sesenta jóvenes de diverso origen .
Durante todo el día miles de peregrinos han ido llegando a la capital española, donde comenzaban las vigésimosextas Jornadas Mundiales de la Juventud (JMJ) el martes 16 de agosto.
Se espera a más de un millón de fieles en este gran encuentro católico. Para acoger a la multitud entusiasta que viene a conocer «la diversidad de la comunidad de creyentes» y a «encontrarse con el papa Benedicto XVI», se han habilitado cerca de 1400 sitios, entre centros escolares, universidades, gimnasios, campings y salas parroquiales. En general, se ha repartido a los peregrinos en función de su congregación religiosa. Los Legionarios de Cristo en la universidad Francisco de Vitoria, los miembros del Opus Dei en los numerosos establecimientos escolares de esta institución en España, los jesuitas en el colegio Ntra. Sra. del Recuerdo.
Aquí, casi 3.000, llegados de 55 países, han depositado su equipaje en las clases y gimnasios. Nada más llegar, los organizadores y los alrededor de 150 voluntarios les han entregado el «kit de supervivencia» de los participantes en las JMJ.
En una mochilita, encuentran la camiseta oficial, una cerveza (sin alcohol), un ‘bob’ y un abanico para luchar contra el sol y calor agobiante, un plano de Madrid, unos evangelios, un libro de catecismo, una vida de Benedicto XVI en dibujos animados y, finalmente, un rosario.
También dos cajas de medicamentos con instrucciones de uso, en las que se encuentra un pequeño crucifijo, porque «Cristo es un médico y una medicina». Reciben también un bono de metro y tickets de comida para cambiar por el «menú del peregrino» que proponen 160 restaurantes y locales de comida rápida de Madrid.
Luego, dirección a las «habitaciones», situadas al fondo de un segundo patio. Por un lado, los chicos; por el otro, las chicas. Repartidas según su país de origen, estas últimas son una veintena por clase en el edificio ocupado habitualmente por el alumnado de primera infancia.
Al fondo, las mesas y sillas apiladas.Toallas y enormes mochilas se mantienen en equilibrio en los radiadores. Prendas de ropa interior cuelgan de las perchas mientras que en el suelo y en el estrado, alfombras y sacos de dormir se entremezclan casi. Las que duermen aquí aún tienen suerte: en el gimnasio de 2000 m2, serán 600 las jóvenes que dormirán apretadas, envueltas en densas emanaciones que proceden de la ropa…
Arriba de las escaleras, tres libanesas, dobladas por el peso de su equipaje, descubren decepcionadas su nueva «habitación». Sin quejarse. «Estamos aquí para vivir una gran experiencia, conocer a gente, oir al papa, pero también para hacer amigos y vivir un tiempo de fiesta», explica Mygra Tabet en un francés impecable. Esta estudiante de 21 años espera sobre todo la misa internacional: «Eso va a ser grandioso».
En el exterior, tres chicas jóvenes, cubiertas con su toalla, atraviesan el terreno de baloncesto. A las 18h30 ha comenzado la misa en el campo de fútbol, pero ellas aprovechan este momento para ir a ducharse sin prisa. Desde el día siguiente, los 3.000 jóvenes sólo tendrán dos horas, entre 7h30 y 9h30, para hacer relevo en las decenas de duchas habilitadas. «Tenemos un nivel elevado de exigencia en cuanto a austeridad», resume Javier Gimeno, uno de los organizadores y antiguo padre de alumno. La misa parece confirmar sus palabras. Instalados en sillas alrededor del estrado en que ofician una decena de sacerdotes, o sentados en el suelo, apoyándose en los edificios, los jóvenes escuchan formales la oración y entonan en coro los cantos litúrgicos al tiempo que despliegan banderas libanesas, argentinas, alemanas, italianas, francesas, tanzanianas, serbias o coreanas.
La ceremonia toca a su fin y la cena -pizzas y hamburguesas- va a distribuirse cuando el último autocar se para delante del colegio jesuita. Unos irlandeses con cara seria, llegados «para la catequesis», bajan de él, seguidos de un grupo de sevillanos, tam-tam bajo el brazo, muy decidido a «hacer fiesta». La comunidad católica en toda su diversidad está lista para las JMJ.»
Traducción de Le Monde: Maite Lesmes