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Hubo un tiempo en la República Dominicana, con Trujillo en el poder, en que los soldados llegaban a los pueblos de las provincias fronterizas y exigían a la gente que pronunciaran la palabra
«perejil». Si el campesino de turno tenía dificultad para hacerlo (el sonido débil de la erre al parecer no existe en creole y francés) es que era haitiano y, por tanto, reo de muerte. Miles
de ellos —las cifras fluctúan enormemente, pero las más conservadoras empiezan en 10.000-12.000— fueron asesinados por este método en 1937 en lo que se dio en llamar «la matanza del perejil».
Hoy día, las cosas no llegan a esos extremos, pero la cuestión migratoria en la isla que Colón bautizara como La Española, que es la que comparten Haití y la República Dominicana, sigue levantando ampollas. Y prueba de ello es la crisis política que se desató en 2015, a la conclusión del «Plan Nacional de Regularización de Extranjeros sin Documentos» puesto
en marcha dos años antes por el gobierno de Santo Domingo.
De la cuestión migratoria y del sentimiento antihaitiano que hay en su país hablamos con Julio Acosta, secretario ejecutivo desde hace más de cuatro años de la Comisión Pastoral del Migrante de la Conferencia Episcopal Dominicana. El padre Julín, como le conoce todo el mundo, ha
visitado Madrid después de asistir en Roma a un encuentro de la Comisión Internacional Católica para las Migraciones. El 18 de diciembre se celebra el Día Mundial del Migrante, instituido por la ONU.
Nacido en Cabral, Acosta lleva más de tres décadas trabajando en esta pastoral. Fue cofundador en 1977 del Servicio Solidario Dominicano Haitiano (SSDH), actualmente convertido en Casa del Caribe, «una organización no lucrativa de la sociedad civil —explica— que trabaja en todas las
expresiones de solidaridad, desde las humanitarias hasta las relacionadas con las legalizaciones y búsqueda de documentos de los migrantes más vulnerables que vienen de Haití». Es también autor de varias publicaciones, la última, Teología de la ternura (2015), un «ensayo que trata de plantear una espiritualidad ecológica».
—Empecemos por el principio. Viene de participar en un encuentro de la Comisión Internacional Católica para las Migraciones. Hábleme de él.
—Además de la cuestión administrativa, el tema principal abordado ha sido la recuperación de la incidencia política internacional de la Iglesia con los dos Pactos Globales: de migrantes y de refugiados. Las distintas Comisiones Episcopales de Migrantes presentaron también informes muy
enriquecedores. Por ejemplo, la de Estados Unidos nos puso al día del endurecimiento de las políticas migratorias del actual gobierno, y de todas las vicisitudes que sufren los
migrantes en la frontera. Todo esto te alimenta y te permite tener una visión de conjunto.
—Ustedes han empezado a trabajar con la Conferencia Episcopal Española…
—Sí. Hemos iniciado una colaboración entre las dos Comisiones de Migrantes: la dominicana y la española. En concreto, para la publicación de materiales. EDICE nos ha editado ya un cómic —sobre la experiencia de «Las Patronas» en México— y va a sacar ahora dos cuentos con los que queremos sensibilizar a nuestra gente acerca de la realidad migratoria. Se trata de materiales educativos
para la promoción de la dignidad de estas personas que tienen que ver con los cuatro verbos del Papa Francisco: acoger, proteger, promover e integrar. Esta ha sido la primera experiencia de colaboración entre los dos episcopados. Los cuentos son los materiales que más fruto dan.
—Se dice que de los once millones de habitantes de la República Dominicana, unos tres millones serían inmigrantes haitianos. ¿Me puede confirmar estas cifras?
—No es exactamente así. El país anda más cerca de los diez millones que de los once, y lo de los tres millones de haitianos es falso. El Gobierno, que no tiene estudios estadísticos serios, habla de cerca de 600.000. Son las últimas cifras de la Oficina Nacional de Estadística. Por
su parte, la Organización Internacional de Migraciones (OIM), que tiene oficina en nuestro país, reporta cerca de un millón. Yo creo que este último estudio es más fiable. El nuestro tiende a ser más conservador para no alarmar. Pero lo de los tres millones es, sin duda, exagerado. ¿Mi opinión personal? Creo que la cifra real debe superar en poco el millón. ¡Hay tantos
puntos de penetración sin control!
—Estamos hablando de inmigración irregular, ¿verdad?
—Sí, así es.
—Hace unos años el gobierno dominicano lanzó un plan para regularizar a los indocumentados…
—Sí, fue a raíz de la fatídica sentencia 168/13, que el Tribunal Constitucional hizo pública el 23 de septiembre de 2013, que dice que no todos los nacidos en la República Dominicana tienen, por ese mero hecho, la nacionalidad.
—¿Y qué puede decirme de ese plan?
—Que no es la respuesta que deseábamos, ciertamente: queríamos que se reconociera a los indocumentados. Y también que fue la primera vez que el Estado ponía en marcha un
proceso de regularización. Aun siendo inoportuna, esa sentencia tuvo este aspecto positivo. No obstante, he de decir también que la obtención de documentos es un proceso muy complicado y caro.
—Porque los inmigrantes tienen economías muy modestas, ¿no?
—¡Ya lo creo! Hablamos de personas vulnerables, de trabajadores que han llegado y trabajan para comer y sobrevivir, y a los que no les llega siquiera para comprar medicinas…
¡Y encima se les dice que tienen que pagar no sé cuánto a un abogado por un expediente! Es algo muy difícil. La legislación, no obstante, deja un margen: una vez que se produce la apertura del expediente hay como un caminito abierto para completar la documentación.
—¿Se puede decir que se ha avanzado, por tanto, en el tema migratorio?
—Se ha avanzado un poquito. Digamos que ahora hay un canal que te facilita el arreglo y que antes el Estado no lo tenía. Antes no podías decir: me voy a registrar y al menos tendré mi documento. Eso no existía. ¿Problema? Que a gran parte de la gente que se apuntó para regularizarse le
dieron un carné provisional, y luego hicieron otra requisitoria más complicada y cara, y no todos pueden acceder a la documentación con abogados y servicios jurídicos.
¿Qué es lo positivo? Que las Iglesias —no solamente la nuestra— han organizado más este servicio que venían realizando de manera esporádica. Hay alguna diócesis que tiene incluso oficinas de preparación de expedientes para ayudar a quienes no pueden pagar un abogado. Quedan aún muchos inmigrantes que no han podido registrarse.
—¿Colaboran los episcopados dominicano y haitiano en materia migratoria?
—En los últimos cinco o seis años, sí. Se celebran encuentros, e igualmente hay dos reuniones anuales de los obispos de las diócesis fronterizas de ambos países. Vamos ya por la quinta. Es una suerte de gracia de Dios. Seis años atrás, sin embargo, teníamos la misma tensión histórica que existía entre los dos países, con toda la carga de prejuicios que tenemos en nuestro lado con respecto al vecino.
Es el antihaitianismo: el sentimiento de superioridad frente al vecino más vulnerable y con una economía más deprimida.
—¿Y cuáles son las causas de este sentimiento?
—Hablemos claro: los causantes de esta actitud histórica son las élites dominantes de los dos lados, que se alimentaron de explotar a sus propios hermanos. Ellas son las responsables
de las tensiones históricas y de alimentar los prejuicios del antihaitianismo en el lado dominicano. En la parte haitiana también hay un sentimiento antidominicano, pero mucho menor.
—¿Es la República Dominicana, sociológicamente hablando, un país racista? Se lo digo
porque los haitianos son en un 80% negros, descendientes de esclavos…
—Hay un antihaitianismo que está fundado en prejuicios históricos y que hemos heredado hasta de la familia.
Yo no hablaría necesariamente de racismo, sino, como digo, de antihaitianismo, de la transmisión de ese prejuicio social y ancestral. El antihaitianismo está, existe, no se puede negar, pero hace falta saber si tiene una base de racismo. Sí hay que hablar claramente de dos élites racistas, que desde el prejuicio alimentan ese sentimiento y pueden llevar a unos
hermanos contra otros.
—A la República Dominicana no solo llega inmigración haitiana…
—No. Ahora tenemos también no menos de 20.000 venezolanos. Y eso es mucho.
—No obstante, también hay dominicanos que dejan su patria.
Algunos lo hacen en botes hacia Puerto Rico (estado libre asociado a los Estados Unidos)
y también se quedan en el camino…
—Sí, así es. Nosotros a veces nos quejamos de que los haitianos son una carga para nuestra sociedad empobrecida, pero tenemos al menos medio millón de inmigrantes en Estados Unidos. Y en España también hay decenas de miles, no sé exactamente cuántos.