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Jueves Santo: Una mesa que invita al contagio -- Ana Unzurrunzaga

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

Fuente: Asociación de teólogas
En este día los cristianos hacemos memoria de la Última Cena de Jesús con sus discípulos, con algunas mujeres y niños/as también. Estoy segura, aunque alguna persona se escandalice por ello. Un encuentro fraterno, una fiesta en torno a la mesa, con otro gesto significativo: Jesús lava los pies de cada uno de ellos.
Jesús cena con este grupo antes de la Pascua. Sabe que su hora ha llegado; sabe lo que sus
palabras y sus actos en los últimos años han ido provocando en aquellos que tienen el poder, en los que no quieren o no pueden entenderle porque tienen otra mentalidad u otros intereses.

No
es un paso fácil. Jesús ama a los suyos, pero ese amor le lleva a separarse de ellos y amarlos hasta el extremo. Y mientras cenan, Jesús vuelve a realizar un gesto profético, chocante, inesperado: se levanta de la mesa y, de manera espontánea y natural, se pone a lavar los pies de los que le acompañan.
Para el pueblo judío, lavar los pies era un signo de hospitalidad y normalmente lo hacía el esclavo cuando llegaba alguien importante a la casa o, cuando no los había, era tarea de las mujeres.

Por eso Pedro se enfada con razón: Jesús no está por debajo de ninguno de ellos. Pero, ¿qué
hace? Y sobre todo, ¿por qué lo hace? La acción de lavar los pies simboliza la entrega de su vida por aquello en lo que cree, aquello que ha ido madurando junto al Padre en sus ratos de oración y de encuentro con la realidad, por aquello que ha ido descubriendo en cada paso dado en respuesta a las injusticias y al orden injusto establecido… Y más descolocados les deja a todos al decirles que ellos deben hacer lo mismo. Os doy ejemplo para que vosotros/as hagáis lo mismo.

En este día de la entrega sin límites y del amor llevado al extremo, en la mesa junto a Jesús se sientan todos aquellos hombres y mujeres que están sacando lo mejor de sí mismos por hacer la vida un poco más agradable a los que les rodean con pequeños o grandes gestos
desinteresados y totalmente gratuitos; se sientan los sanitarios, auxiliares, cuidadores que
cuidan de la salud de los demás en este momento de emergencia y crisis sanitaria; se sientan los hombres y mujeres que conducen los autobuses, los trenes, el metro, los camiones de reparto, de recogida de basura; los y las que están detrás de las máquinas registradoras en los supermercados y reponiendo las baldas; se sientan todos los servicios de limpieza, y aquellos/as que realizan tareas indispensables y necesarias de manera silenciosa e invisible porque no salen en los medios de comunicación…

Esta mesa es enorme y a cada rato se suman más comensales: los padres y madres que tienen
la suerte de estar en casa dedicándose a su hijos/as como no han podido hacer antes -que
también les acompañan, por supuesto-; esas mujeres mayores o no tanto que, de manera
voluntaria, se han puesto a coser mascarillas o algún tipo de bata protectora; esos jóvenes que están ayudando con las tareas del cole a aquellos amigos o vecinos cuyos padres/madres salen de casa a trabajar o que les hacen las compras a los vecinos mayores de su portal; los que aplauden en los balcones o amenizan la cuarentena al resto con juegos, adivinanzas, música, diversión desde sus ventanas; las personas que se encargan de la seguridad y de las emergencias como policías, bomberos…

Nos sentamos los educadores/as que llevamos adelante nuestra labor invirtiendo infinitamente
más tiempo, más esfuerzo, más ganas en aquello que es nuestra vocación; que teletrabajamos,
reinventándonos cada día, mientras seguimos también atendiendo nuestras casas, parejas,
hijos/as, otras personas a nuestro cargo. ¿Se me ha notado que he barrido para casa?
En esta mesa se sientan incluso aquellos/as que, democráticamente, han sido elegidos para
gobernar nuestro país y les toca tomar decisiones, que gustarán a unos y a otros no, con la
intención de ayudar a sobrellevar y superar esta emergencia del Covid 19. Porque en la mesa
de Jesús todos tienen cabida. Y tú, que lees mi reflexión, pues seguir añadiendo más nombres.

Y en esta mesa del encuentro todo está permitido, pero sobre todo el contagio; el contagio de dar el ciento por uno, de entregarse amando hasta el extremo, de seguir el ejemplo de Jesús de Nazaret con grandes o pequeños gestos, reconocidos o no reconocidos, visibles o que pasan desapercibidos a los ojos de la mayoría.
Sí, en esta mesa todos tienen cabida y el contagio de la entrega y la solidaridad se permite y es beneficioso para la salud.

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