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Sugerencias para la celebración:
– A una hora adecuada del atardecer, pueden reunirse alrededor de una mesa.
– Poner en la mesa, en un recipiente adecuado, un trozo de pan y una copa de vino.
– Ayuda: crucifijo, cartel con la frase evangélica: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20), cirio encendido, unas flores…
– Conviene que las diversas oraciones y lecturas se repartan entre los participantes.
Orden sugerido para la celebración:
1. Oración inicial.
2. Lectura de la carta 1ª Corintios 11, 23-26.
3. Lectura de un poema o salmo (propongo el poema “Emaús”).
4. Lectura de Juan 13, 1-15.
5. Lectura por uno o por todos de la oración: “¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros?”
6. Preces de los Fieles.
7. Plegaría eucarística del Jueves Santo
8. Padre nuestro…
9. Comunión comiendo el pan y bebiendo de la copa.
10. Acción de gracias por la experiencia
Oración inicial.
Hoy, Señor, no podemos reunirnos con nuestra comunidad cristiana habitual. Pero sabemos que estás presente en cualquier comunidad, aunque sea pequeña: “Donde dos o tres están reunidos en mi nombre, allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18,20). Esta tarde nos reunimos en tu nombre para recordar aquella Cena que celebraste con los discípulos antes de padecer. Danos a sentir tu presencia y llénanos de tu amor. Tú, vives por los siglos de lo siglos. Amén.
Lectura de la carta 1ª Corintios 11, 23-26:
“Yo he recibido una tradición, que procede del Señor y que a mi vez os he transmitido: que el Señor Jesús, en la noche en que iba a ser entregado, tomó pan y, pronunciando la Acción de Gracias, lo partió y dijo: «Esto es mi cuerpo, que se entrega por vosotros. Haced esto en memoria mía». Lo mismo hizo con el cáliz, después de cenar, diciendo: «Este cáliz es la nueva alianza en mi sangre; haced esto cada vez que lo bebáis, en memoria mía». Por eso, cada vez que coméis de este pan y bebéis del cáliz, proclamáis la muerte del Señor, hasta que vuelva”.
Palabra de Dios
Lectura de un poema o salmo: EMAÚS
A menudo volvemos a encontramos
al caer de la tarde con el mismo
Viajero de aquel día. Y, al llegar
a casa, lo invitamos: «Quédate
con nosotros, la noche se echa encima,
y el camino es difícil, cada vez
más difícil, y no vas a irte solo…»
Y acepta el hospedaje.
Y preparamos rápida
la mesa, el pan, el vino y la amistad.
Y el Viajero nos mira con amor.
Y parte el pan con lentitud. Y dice
sus palabras. Y lo reconocemos
cuando… desaparece. Como entonces.
Mas su presencia ya es inextinguible.
Y nos impulsa a regresar al gozo
de la Comunidad, que abre sus puertas
para oírnos: «¡Está, el Señor está
con nosotros! ¡Está vivo! ¿Lo veis?»
Y nos ponemos a rezar unidos
con la dicha que no podrá quitarnos
ni el día, ni la tarde, ni la noche,
ni el tiempo, ni la vida, ni la muerte. (Poema de Rafael Alfaro, S.D.B. (1930-2014).
Lectura del santo Evangelio según san Juan (Jn 13, 1-15)
“Antes de la fiesta de la Pascua, sabiendo Jesús que había llegado su hora de pasar de este mundo al Padre, habiendo amado a los suyos que estaban en el mundo, los amó hasta el extremo. Estaban cenando; ya el diablo había suscitado en el corazón de Judas, hijo de Simón Iscariote, la intención de entregarlo; y Jesús, sabiendo que el Padre había puesto todo en sus manos, que venía de Dios y a Dios volvía, se levanta de la cena, se quita el manto y, tomando una toalla, se la ciñe; luego echa agua en la jofaina y se pone a lavarles los pies a los discípulos, secándoselos con la toalla que se había ceñido.
Llegó a Simón Pedro, y este le dice: «Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?».
Jesús le replicó: «Lo que yo hago, tú no lo entiendes ahora, pero lo comprenderás más tarde».
Pedro le dice: «No me lavarás los pies jamás».
Jesús le contestó: «Si no te lavo, no tienes parte conmigo».
Simón Pedro le dice: «Señor, no solo los pies, sino también las manos y la cabeza».
Jesús le dice: «Uno que se ha bañado no necesita lavarse más que los pies, porque todo él está limpio. También vosotros estáis limpios, aunque no todos».
Porque sabía quién lo iba a entregar, por eso dijo: «No todos estáis limpios».
Cuando acabó de lavarles los pies, tomó el manto, se lo puso otra vez y les dijo: «¿Comprendéis lo que he hecho con vosotros? Vosotros me llamáis “el Maestro” y “el Señor”, y decís bien, porque lo soy. Pues si yo, el Maestro y el Señor, os he lavado los pies, también vosotros debéis lavaros los pies unos a otros: os he dado ejemplo para que lo que yo he hecho con vosotros, vosotros también lo hagáis».
Palabra del Señor.
Oración: “¿comprendéis lo que he hecho con vosotros?”
Jesús de la mesa compartida:
Te contemplamos “levantándote de la mesa,
quitándote el manto y tomando una toalla, que te ciñes;
luego, echas agua en la jofaina y te pones a lavar los pies a los discípulos;
secándoselos con la toalla que te habías ceñido” (Jn 13, 1-15).
“Te quitas el manto y tomas una toalla”:
como nosotros, cuando servimos la mesa, arreglamos la casa,
bañamos a un enfermo, limpiamos a un impedido,
cogemos las herramientas del trabajo…
Así, Jesús, nos enseñas el amor del Padre:
amor que se ejerce desde abajo,
amor que desciende hasta el hombre débil,
y lo eleva a la categoría de señor.
Siendo tú “el Señor y el Maestro”:
te haces servidor de todo ser humano;
nos haces así señores, es decir, libres e iguales;
eliminas todo rango y surge la fraternidad.
Pedro protesta porque has invertido el orden de valores:
“Señor, ¿lavarme los pies tú a mí?”, dice.
“No me lavarás los pies jamás”, sentencia enérgico.
Tu reacción, Cristo nuestro, es radical:
“si no te lavo, no tienes parte conmigo”.
Pedro no conoce tu bautismo de “Espíritu santo y fuego”;
Pedro no ha comprendido tu “lavado” de mente y corazón;
Pedro no ha aceptado tu Espíritu de amor que crea igualdad;
que ama a todos generosa y fraternalmente;
que pone el servicio como el “aire de familia” de tu grupo.
“Recostado de nuevo a la mesa” vas a servir el mejor plato:
de tus manos venerables brota el manjar más exquisito,
la entrega más costosa,
el don de amor más gratuito.
“Tomad, comed: esto es mi cuerpo”;
les invitas a alimentarse de tu persona resucitada;
te seguirán entregando sus vidas a favor de los hermanos.
“Bebed todos de ella, pues es la sangre de mi alianza…”;
beber de tu copa, Señor Jesús, es beber tu Espíritu pleno;
con él te seguirán en tu entrega amorosa hasta la muerte.
Queremos, Jesús, reanimar nuestra celebración de la “Cena”:
que tal como nos reunimos sea posible “comer la cena del Señor” (1Cor 11,20);
que no hagamos de la eucaristía un rito prefabricado, sin vida, sin amor…;
que no “tengamos en tan poco a la Iglesia de Dios
que humillemos a los que no tienen” (1Cor 11, 22);
que sea un encuentro con tu vida y con la vida de los hermanos;
que nos transmita tu misma pasión, tu mismo Espíritu.
Preces de los Fieles (Jueves Santo 09-04-2020): El amor hace hermanos
La Cena del Señor es resumen y proyección de la vida de Jesús. Por eso “la celebración eucarística es centro de la congregación de los fieles” (PO 5). Necesita una profunda renovación en la Iglesia para que no pueda decirse que tal como nos reunimos no es posible “comer la cena del Señor” (1Cor 11,20). Pidamos por nuestra comunidad y por toda la Iglesia, diciendo: “queremos vivir de tu Espíritu, Señor”.
Por las iglesias cristianas:
– que en la celebración de la eucaristía expresen su sencilla fraternidad;
– que sus celebraciones no sean fastuosas, aristocráticas, jerarquizadas.
Roguemos al Señor: “queremos vivir de tu Espíritu, Señor”.
Por las intenciones del Papa (abril 2020):
– que consigamos la “liberación de las adicciones;
– que “todas las personas adictas sean bien ayudadas y acompañadas”.
Roguemos al Señor: “queremos vivir de tu Espíritu, Señor”.
Por los servidores de las comunidades:
– que al besar hoy los pies de sus hermanos sean signos del amor de Jesús;
– que “se distingan del pueblo en la doctrina, no en el vestido;
en la vida, no en el hábito” (Papa Celestino a obispos de las Galias a. 428).
Roguemos al Señor: “queremos vivir de tu Espíritu, Señor”.
Por los gobernantes de los pueblos:
– que sean honrados y generosos en su servicio;
– que cuiden especialmente de los más débiles.
Roguemos al Señor: “queremos vivir de tu Espíritu, Señor”.
Por los enfermos:
– que tengan fortaleza y combatan la enfermedad según sus posibilidades;
– que sientan siempre nuestro amor y ayuda.
Roguemos al Señor: “queremos vivir de tu Espíritu, Señor”.
Por los más débiles de nuestra sociedad:
que se unan y trabajen por encontrar salida a sus problemas;
que sean escuchadas y atendidas sus justas demandas;
que no les falte nunca nuestra solidaridad.
Roguemos al Señor: “queremos vivir de tu Espíritu, Señor”.
Por esta celebración:
– que la memoria del Jesús encienda nuestro corazón;
– que la comunión sea verdadera, en palabras y en obras.
Roguemos al Señor: “queremos vivir de tu Espíritu, Señor”.
“Así, cuando os reunís en comunidad, eso no es comer la cena del Señor; pues cada uno se adelanta a comer su propia cena, y mientras uno pasa hambre, el otro está borracho… Tenéis en tan poco a la Iglesia de Dios que humilláis a los que no tienen…; se come el pan y se bebe el cáliz del Señor indignamente, cuando se come y se bebe sin discernir el Cuerpo” (1Cor 11, 20ss), es decir, sin ver a Cristo en sus hermanos, que son también su Cuerpo. Que a nuestra comunidad no se le pueda hacer este reproche. Te lo pedimos a Ti, Jesús, que vives por los siglos de los siglos.
Amén.
Plegaría eucarística del Jueves Santo
Es justo y necesario darte gracias, Dios, Padre bondadoso, fuente del Amor, porque has querido hacernos hijos tuyos y nos has dado en Jesús no sólo un hermano sino un amigo que nos elige como amigos, y amigo hasta el punto de dar la vida por nosotros.
En esta tarde, Padre santo, queremos recordar a tu hijo, Jesús, nuestro hermano. Cuando llegó la hora se sentó a la mesa con sus discípulos y les abrió los secretos de su corazón. Fue entonces cuando les dijo: he deseado ardientemente que llegara esta hora para comer con vosotros la comida pascual antes de ser entregado a la muerte.
Si hoy recordamos estos gestos de Jesús lo hacemos para proclamar bien fuerte que Jesús sigue vivo entre nosotros por su amor, y que su vida y su palabra son nuestro alimento espiritual como lo es el pan y el vino en los que vemos significada su donación total.
Hoy se hace presente para nosotros su entrega cuando en la última Cena con sus discípulos, tomó el pan, lo bendijo, lo partió y se lo dio diciendo:
“Tomad y comed todos de el, porque esto es mi Cuerpo,
que sera entregado por vosotros”.