Uno a veces siente el privilegio de leer o escuchar palabras tan profundas, de ver acciones tan comprometidas, que parecen estar destinadas a perdurar en el tiempo. Hoy ha sido para mí uno de esos días, al leer el texto ‘Pido la palabra‘ en el que Joxe Arregi nos describe una de las decisiones, sin duda, más difíciles de su vida.
Joxe Arregi fue condenado en enero, discretamente, a permanecer en silencio durante unos meses, por una disputa ante el nombramiento del obispo Munilla. Acató la orden religiosamente. Hoy nos enteramos, por una carta suya, que el obispo ha dado un paso más, pidiendo a las autoridades franciscanas que silencien a Arregi de una forma más definitiva, enviándole al destierro de ultramar. En su opinión, Arregi es «agua sucia que contamina a todos». Esta vez, el humilde franciscano ha dicho ‘no’.
Joxe Arregi muestra, con esta decisión, el desapego que solamente una espiritualidad sólida y bien enraizada puede ofrecer. Sin duda, sabe perfectamente la inestabilidad que dicha decisión puede acarrear a su vida, y a la de otras personas que le rodean; y se pone en las manos de Dios para ser fiel a sus creencias más profundas. Como él mismo afirma, ha tomado esta decisión «en nombre de lo que más creo: en nombre de la dignidad y de la palabra, en nombre del evangelio y de la esperanza, en nombre de la Iglesia y de la humanidad que sueña. En nombre de Jesús de Nazaret, a quien amo, a quien oro, a quien quiero seguir».
Las comunidades cristianas pedimos una explicación al obispo Munilla; queremos que nos aclare si es cierto que ha hecho esa petición al superior de los franciscanos. Es grave, y muy poco cristiano, que se quiera castigar con el silencio a una persona que no ha faltado a la verdad en ningún momento, y que simplemente expresa sus opiniones en temas espirituales y teológicos. Pero es aún más grave que este castigo se quiera hacer de forma escondida, ocultando las verdaderas razones, disimulándolo bajo un cambio de misión, y buscando además que sea otra persona (el superior provincial de los franciscanos) quien dé la cara en este asunto.
Lo que está aquí en juego no es solamente la dignidad de una persona. Que no se equivoque nadie; lo que está sobre la mesa, el fondo de la cuestión, es simple y llanamente la espiritualidad cristiana. Una espiritualidad que la Iglesia Católica parece haber abandonado para dejarse llevar por la inercia, evitando los grandes retos que las religiones deben afrontar en estos tiempos, y refugiándose en esa falsa seguridad que la autoridad y el dogma parecen proporcionar. La espiritualidad de aire fresco y agua limpia, optimista, amorosa, creativa, cercana, que tanto necesita esta humanidad dolorida, debe buscarse a oscuras, y son más necesarios y útiles que nunca aquellos profetas valientes que se adentran en océanos inexplorados y vuelven para mostrarnos el fruto de su experiencia.
Esto no es una pugna entre dos personas, Joxe Arregi y Munilla. Mucho menos un conflicto entre nacionalistas y no nacionalistas, como seguramente muchos medios nos querrán hacer creer a partir de mañana. Quizá no haya, en realidad, ningún conflicto, sino simplemente un cambio, el germen de un cambio que, lento como la Historia, se está desarrollando y fluye ante nuestros ojos.
La palabra Pascua quiere decir ‘paso’, es decir, pasar de una orilla a otra, abrirse a lo nuevo. La Pascua de la que nos habla el Evangelio es a veces dar ese pequeño paso en la oscuridad que nos describe John Henry Newman en las últimas líneas del texto de Joxe Arregi: «Guíame hacia adelante, guarda mis pies. No pido ver el horizonte lejano, un paso me basta».
Borja Aguirre.
(El autor agradece la difusión por cualquier medio de este texto.)
PostData. Hay otros pasos que dar. En los próximos días seguramente aparecerán iniciativas de apoyo a Joxe Arregi en varios lugares de internet como Atrio y Redes Cristianas. Veremos manar más aguas limpias.