En las últimas semanas hemos conocido de los sucesos acontecidos con el sacerdote católico Jon Sobrino, sometido, nuevamente, a la mirada escrutadora y al análisis minucioso de su quehacer teológico por parte de las autoridades -aunque, sería más preciso señalar, de un sector de la jerarquía- vaticana.
Siempre vía e-mail -no hemos conocido de los sucesos a través de comunicados emitidos por la jerarquía católico-romana en Cuba; tampoco hemos visto referencias a estos en sus publicaciones- supimos de las ?sospechas?? que pesan sobre el padre Sobrino respecto a privilegiar al Jesús histórico sobre el Jesús divino. Todo trabajo intelectual es una abstracción, que, si es asumida como ciencia social, como antropología -religiosa o no-, precisa tener una contextualización, unos referentes históricos; o sea, es subjetividad que parte de la situación objetiva y que, únicamente se concreta o se socializa, retornando a esta. Entonces: ¿Es lógico reclamar la supremacía de un Jesús divino sobre un Jesús histórico? ¿Es que no son uno? ¿Acaso Dios no nos envió a su hijo/Jesús divino para redimirnos y, en ese acto de responsabilidad mayor y generosidad sin límites le percibimos como Jesús divino e histórico?
Según el teólogo Javier Vitoria Cormenzana, los textos de Sobrino ?sobre Jesucristo nos pueden parecer peligrosos, justamente porque ponen en entredicho nuestros privilegios y nuestra indiferencia. Pero precisamente en ese peligro se encierra la oferta salvífica de Dios y de Jesús de Nazaret, su Hijo, el de la misma naturaleza que el Padre, que se expresa en este axioma: ?fuera de los pobres no hay salvación??. (F. Javier Vitoria Cormenzana. EL CASO J. SOBRINO: OTRO ABUSO ECLESIASTICO DE PODER.) Por su parte, Frei Betto considera que Roma -la jerarquía católico-romana-: ?Habla de la divinidad como si fuese contraria a la humanidad??. (Frei Betto. Sombras de la inquisición.)
Quienes, además de estudiosos de las religiones somos religiosos; quienes como religiosos profesamos el catolicismo; quienes somos católicos en el Tercer Mundo, específicamente en América Latina, y, aún más, en nuestro Caribe, tan hispano como afro y?? más, quizás estemos en condiciones particularmente más propicias para entender y percibir la presencia tan divina como histórica de Jesús. Nuestras condiciones económicas, culturales, políticas??, sociales, nos sitúan en condiciones de asumir el mensaje del Evangelio, su anuncio de la realización del Reino de Dios desde el amor fraternal, en la diversidad y pluralidad que desde nuestros fundantes orígenes étnicos nacionales ostentamos como pueblos de Dios. La convocatoria a la inculturación que hiciera a la Iglesia Juan Pablo II, popularmente es realidad en esta parte del mundo, que sin dejar de conformar la civilización occidental, es postmoderna desde sus raíces.
No ha de extrañarnos entonces que el padre Jon Sobrino, tan español como salvadoreño, tan europeo como latinoamericano y, sobre todo, tan comprometido con la realidad de su pueblo de adopción, destaque la presencia del Jesús histórico, que no deja de ser divino. Como en toda institución, la Iglesia católico-romana -que, reafirma desde sí a manera de calificación, no es democrática- tiene sus espacios de poder; consecuentemente, también libra sus luchas por este. Sobrino lo ha dicho: ?no me siento ´en casa´ en ese mundo de curias, diplomacias, cálculos, poder, etc. Estar alejado de ´ese mundo´, aunque yo no lo haya buscado, no me produce angustia. Si me entiende bien, hasta me produce alivio??. (Sobrino, Jon. CARTA DE JON SOBRINO AL P. GENERAL DE LOS JESUITAS.)
La Congregación para la Doctrina de la Fe -lamentable heredera del Santo Oficio, de triste recordación por su búsqueda casi policíaca de herejes y la condena a estos (incluidos población autóctona americana y africanos traídos a estas tierras en condición de esclavos)-, que hoy como antes le violenta en su integridad identitaria de religioso y estudioso, desafortunadamente no se manifiesta como espacio para el intercambio y la búsqueda de caminos de comprensión. Dicha Congregación, celosa guardiana de una verdad única e inamovible, pareciera ?obsesionada por encontrar cualquier limitación o error, o por tener por tal lo que puede ser una conceptualización distinta de alguna verdad de la fe??. (Sobrino, Jon. Ob. Cit.)
En los albores del siglo XXI y en vísperas de la realización del V Consejo General del Episcopado Latinoamericano, no deja de resultar preocupante la situación creada con el padre Sobrino que algunos -puede que apresurados- identifican como otro sórdido ataque a la Teología (latinoamericana) de la Liberación. ?Os que mais parecem defender a igreja são os que a condenam á morte, enquanto os que a criticam querem sua vida??, ha dicho el teologo brasilero Eduardo Hoornaert. (MAIS UM CAPITULO NUMA DOLOROSA HISTORIA QUE JA VAI LONGE: A ?PENIT?NCIA PERPETUA? IMPOSTA A JON SOBRINO.)
¿Falta de percepción de la realidad latinoamericana y caribeña? ¿Prejuicios hacia su población y sus iglesias locales? ¿Luchas por espacios de poder culturales/religiosos? ¿Manifestación de fundamentalismo? ¿Falta de disposición para el diálogo? ¿Abandono de la inculturación del mensaje evangélico? ¿Despego de la esencia de este? Muchas pueden ser las interrogantes. El ?caso Sobrino?? apenas es una de las partes visibles de las contradicciones que actualmente se suscitan al interior de la Iglesia. De que la jerarquía vaticana consiga mostrar más autoridad que poder tal vez dependa la continuidad del catolicismo- romano -sólo una manifestación del catolicismo; la que ostenta el poder y, está demostrado, se empeña en hacerlo valer a como dé lugar-, más o menos inculturado en las realidades de las naciones en las que -muchas veces por la fuerza- a enraizado.
Entre los católicos cubanos, que lamentablemente no tenemos, actualmente, un teólogo como el padre Jon Sobrino, muchos seguimos a la espera de que el pontífice Benedicto XVI -no nos queda claro si subjetivamente ha dejado de ser el cardenal Ratzinger, Prefecto de la Congregación para la Doctrina de la Fe- y la congregación vaticana encargada de ello declaren, finalmente, la santificación de nuestro presbítero Félix Varela, de quien se dice que ?nos enseñó a pensar??, quien en el Siglo XIX -época colonial- apostara por la nacionalidad cubana y, obligado al destierro, finalizara su vida entre los pobladores más pobres de Nueva York. El fallecido Juan Pablo II, que a tantos llevó a los altares, y cuyo proceso de canonización ya se inició, continuó demorando la santificación del cubano cuyo busto, al otro extremo del suyo, preside la Basílica de nuestra patrona nacional, la Virgen de la Caridad del Cobre.