Yo me siento un privilegiado por haber recibido el magisterio de Jon Sobrino , el jesuita cuyas enseñanzas acerca de Jesucristo acaban de ser condenadas por la Congregación para la Doctrina de la Fe. Fue justo en 1989, el mismo año en que asesinaron en San Salvador a los cinco miembros restantes de su comunidad religiosa.
Junto a los jesuitas, fue asesinada también la empleada doméstica Elba Ramos , y su hija Celina , de 16 años. Entre aquellos mártires de aquel fatídico 16 de noviembre se encontraba el filósofo Ignacio Ellacuría , quien fuera discípulo de Xavier Zubiri . A él, a Jon Sobrino, no le tocó entonces padecer el martirio por la Fe en Jesús de Nazaret , ya que por aquel entonces se encontraba transmitiéndola por Europa, y en concreto, por aquellos días, en Granada.
Jon Sobrino me transparentó al Jesús de los pobres, al Jesús de los que no poseen techo, a ese Jesús de los sin tierra que tanto impacto ha tenido y tiene en la realidad latinoamericana a través de la llamada Teología de la Liberación. Jon Sobrino, aparte de ser un hombre sumamente inteligente, sumamente religioso y que vive en profundidad la espiritualidad cristiana, es un hombre de Fe. El problema de la Fe, aparte de su inmensa oscuridad como afirmaba San Juan de la Cruz (La Fe –decía el místico– es la más oscura de todas las noches), radica en su traducción a la realidad histórica que a cada uno nos toca vivir.
La Fe en Europa, sobre todo en Europa Occidental, para que nos entendamos, parte, en líneas generales, de una experiencia fundamental: que todos, más o menos, tenemos el estómago cubierto. Por tanto, el mensaje de Jesús está situado encima de la frontera que separa el poseerlo todo del poseer la nada. Sin embargo, existen realidades muy distintas a la de este occidente europeo, realidades como Latinoamérica, donde el mensaje cristológico tiene que descender por debajo de esta frontera para transmitir en primer lugar el consuelo, a veces inútil, de que los bienaventurados no son otros que aquellos que sufren por cualquier causa, aquellos que son perseguidos, aquellos que son marginados, aquellos que mueren aún hoy en el nombre de Jesús de Nazaret.
Cuando alguien transmite esta buena noticia de liberación siempre corre el riesgo de ser interpretado y las interpretaciones pueden ser dispares y peligrosas, hasta tal punto que algunos han decidido que tomar las armas es la única solución para recuperar la posesión de la tierra.
Jon Sobrino jamás ha transmitido un mensaje de violencia, su palabra es una palabra serena, aprendida parece de Celaya que dijo aquello de que la poesía es un arma cargada de futuro. Ahora, la Iglesia ha decidido desposeer a Jon Sobrino de su propia palabra, seguramente porque no se ajusta al espacio que está en la parte superior de la frontera. Yo seguiré apostando por la palabra de este jesuita vasco cercano ya a los setenta años de edad porque aunque vivo encima de la frontera, sé perfectamente y creo que Jesús de Nazaret vino precisamente a eliminar cualquier línea divisoria entre los hombres.