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Jesús es el único buen pastor en la Iglesia Católica -- Pbro. Eugenio Pizarro Poblete

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Enviado a la página web de Redes Cristianas

(Leer Evangelio del Buen Pastor: Juan 10, 27-30)).
Escribo ante la experiencia que he vivido en estos días de crisis de la Iglesia, especialmente
de la Iglesia chilena. Es numerosa la cantidad de personas que me han mostrado su
desilusión e incluso su falta de creencia en la Iglesia. Me han dicho: “Creo en Dios pero
ahora no estoy creyendo en la Iglesia”. La Iglesia de abuso de poder y de conciencia, de
abusos sexuales, de afición al dinero – mostrándose con riquezas ante tanta pobreza –
está alejando a muchos de la Iglesia. Se duelen que las palabras del Papa Francisco al
llegar a su pontificado: “Quiero una Iglesia pobre y para los pobres” no han pasado a los
hechos reales. Dicen: “Del dicho al hecho hay mucho trecho”; “Obras son amores y no
buenas razones”; “La fe sin obras es fe muerta”; “Hechos y no palabras”. En fin, hay otros
hechos y estructuras, que para la gente no reflejan el Espíritu de Jesús y su Evangelio en la
Iglesia Católica.

En este escrito quiero expresarme positivo y con mucho amor a la Iglesia Católica.
Las palabras de Jesús en el Evangelio que les recomiendo leer son parte de su discurso del
Buen Pastor. En él se nos presenta como el único pastor de los cristianos, de la Iglesia, en
la cual todos los demás pastores son instrumentos y figura del único pastor que es Cristo.
Se nos presenta como pastor bueno, comprometido con su gente, con los pecadores y
especialmente con los más pobres y postergados de la sociedad, hasta dar la vida por
ellos, y haciéndose uno de ellos; se muestra como conocedor de todos y siguiéndolos
personalmente. Aquí, a reglón seguido quiero citar a la Conferencia Episcopal de Puebla
en el número 681 hasta el 684 y hago estas citas diciendo con respeto, pero con verdad,
que creo que este documento de Puebla como el de Medellín, de la Evangelii Nuntiandi,
del Vaticano II, no están saliendo de sus páginas ni de la Iglesia para encarnarse en la vida
real y concreta de este mundo actual, poco me falta, tal vez por pudor, decir que falta vivir
el Evangelio y seguir al “Camino” (Jesús):

“El ministerio eclesiástico, de institución divina, es ejercido en diversos órdenes por
aquellos que ya desde antiguo vienen llamándose Obispos, presbíteros y diáconos”(LG 28).
Constituyen el ministerio jerárquico y se reciben mediante la “imposición de las manos”, en
el Sacramento del Orden. Como lo enseña el Vaticano II, por el Sacramento del Orden –
Episcopal y presbiteral- se confiere un sacerdocio ministerial, esencialmente distinto del
sacerdocio común del que participan todos los fieles por el Sacramento del Bautismo (Cfr.
LG 10); quienes “según sus funciones”, “pastores” en la Iglesia. Como el Buen Pastor (Cfr.

Jn.10, 1-16), van delante de las ovejas; dan la vida por ellas para que tengan vida y la
tengan en abundancia; las conocen y son conocidas por ellas (P.861).
“Ir delante de las ovejas” significa estar atentos a los caminos por los que los fieles
transitan, a fin de que, unidos por el Espíritu, den testimonio de la vida, los sufrimientos, la
Muerte y la Resurrección de Jesucristo, quien, pobre entre los pobres, anunció que todos
somos hijos de un mismo Padre y por consiguiente hermanos(P. 862).
“Dar la vida” señala la medida del “ministerio jerárquico” y es la prueba del mayor amor;
así lo vive Pablo que muere todos los días (Cfr. 2 Cor.4-11) en el cumplimiento de su
ministerio (P. 863).
“Conocer las ovejas” y ser conocidos por ellas no se limita a saber de las necesidades de los
fieles. Conocer es involucrar el propio ser, amar como quien vino no a ser servido sino a
servir (P. 864).

En las palabras evangélicas de Jesús, su rebaño, redil, es la Iglesia Católica. Es verdad que
Él tiene también “otras ovejas que no están en este redil, y que Él tiene que traer” (Jn.
10.16), pero en el Evangelio citado en este escrito, Él nos habla de su relación con la
Iglesia, la comunidad de sus discípulos congregada por el Espíritu Santo después de su
Resurrección. Porque el fruto de la Pascua es el don de la Iglesia a los hombres.
Las palabras del Evangelio deberían fortalecer nuestra fe, nuestra confianza y nuestro
compromiso con la Iglesia y no nuestra desilusión y pérdida de credibilidad en la Iglesia. La
Iglesia que nos da el Evangelio, nos da la Eucaristía, y sobre todo nos da a Jesucristo. No se
entiende una Iglesia sin Jesús. Y aquí, creo conveniente citar nuevamente a Puebla desde
el número 226-231):

“El mensaje de Jesús tiene su centro en la proclamación del Reino que en Él mismo se hace
presente y viene. Este Reino, sin ser una realidad desligable de la Iglesia (LG 8a),
trasciende sus límites visibles (Cfr. LG 5). Porque se da en cierto modo donde quiera que
Dios esté reinando mediante su gracia y amor, venciendo el pecado y ayudando a los
hombres a crecer hacia la gran comunión que les ofrece Cristo. Tal acción de Dios se da
también en el corazón de los hombres que viven fuera del ámbito perceptible de la Iglesia
(Cfr. LG 16; GS 22e; UR 3). Lo cual no significa, en modo alguno, que la pertenencia a la
Iglesia sea diferente (Cfr. Juan Pablo II, Discurso inaugural I, 8. AAS LXXI, p. 194)”. (P. 226).
“De ahí que la Iglesia haya recibido la misión de anunciar e instaurar el Reino (Cfr. LG 5) en
todos los pueblos. Ella es su signo. En ella se manifiesta, de modo visible, lo que Dios está

llevando a cabo, silenciosamente en el mundo entero. Es el lugar donde se concentra al
máximo la acción del Padre, que en la fuerza del Espíritu de Amor, busca solícito a los
hombres, para compartir con ellos – en gesto de indecible ternura- su propia vida
trinitaria. La Iglesia es también el instrumento que introduce el Reino entre los hombres
para impulsarlos hacia su meta definitiva” (P. 227).

“Ella “ya constituye en la tierra el germen y principio de ese Reino” (LG 5). Germen que
deberá crecer en la historia, bajo el influjo del Espíritu, Hasta el día en que “Dios sea todo
en todos” (1 Cor. 15,18). Hasta entonces, la Iglesia permanecerá perfectible bajo muchos
aspectos, permanentemente necesitada de autoevangelización, de mayor conversión y
purificación (Cfr. Ibid. 8c)”. (P. 228).
“No obstante, el Reino ya está en ella. Su presencia en nuestro continente es una Buena
Nueva. Porque ella – aunque de modo germinal – llena plenamente los anhelos y
esperanzas más profundos de nuestros pueblos” (P. 229).

“En esto consiste el “misterio” de la Iglesia: es una realidad humana, formada por hombres
limitados y pobres, pero penetrada por la insondable presencia y fuerza del Dios Trino que
en ella resplandece, convoca y salva (Cfr. LG 4b; SC 2)”. (P. 230).
“La Iglesia de hoy no es todavía lo que está llamada a ser. Es importante tenerlo en cuenta,
para evitar una falsa visión triunfalista. Por otro lado, no debe enfatizarse tanto lo que
falta, pues en ella ya está presente y operando de modo eficaz en este mundo la fuerza
que obrará el Reino definitivo”. (P. 231).

Y siguiendo con lo que decíamos antes de las citas recientes de Puebla, cuando decíamos
acerca de que la Iglesia nos da el Evangelio, que nos da la Eucaristía, y sobre todo nos da a
Jesucristo, diremos:
Jesús nos da el verdadero sentido de nuestra vida y de nuestra muerte, y nos trasmite la
ley del amor fraterno y de la libertad, y nos ayuda a vivirla en lo concreto de nuestra vida y
de nuestro compromiso con los demás, preferencialmente con los pobres.

En este tiempo de crisis eclesial, nos preguntamos, no pocas veces, en medio de la crisis y
de tantas fallas que se han juntado en los católicos, especialmente en los sacerdotes y
representantes de la Iglesia, si será auténtico lo que esta Iglesia de hoy nos trasmite. ¿Será

auténtico? Y nos preguntamos, si una Iglesia con tanta crisis, confusiones y claudicaciones
de sus miembros, abusos sexuales, abusos de poder y conciencia; y tantos laicos con
beligerancias en contra de jerarquía, sacerdotes e Iglesia misma, generalizando y
“metiendo a todos en el mismo saco”, nos preguntamos, repito, si Iglesia puede darnos
eficazmente a Jesús y a su Evangelio. Si puede ser realmente un instrumento de
liberación. Si puede realmente hacer un éxodo esperanzador.
Las palabras de Jesús en el Evangelio nos dan una respuesta a nuestra angustiante
interrogación, también nos ayudan a recuperar la credibilidad en la Iglesia: “yo les doy la
vida eterna, no perecerán para siempre y nadie los arrebatará de mi mano… Mi Padre
me ha dado las ovejas… nadie puede arrebatarlas de la mano de mi Padre…”.

La garantía de la Iglesia, de su fidelidad en conducir a los hombres a la vida de Cristo
Resucitado y al Evangelio del amor y la libertad, es que no está en mano de pastores
humanos. Éstos son sólo un instrumento necesario e imperfecto, del Único Pastor que
guía y guiará a la Iglesia, quien además suple las fallas de los católicos (pastores y laicos)
por el Espíritu Santo que no envió y sigue enviándolo. Esto nos da la vida, nos ayuda a
seguir a Cristo, y a salir del “Arca Actual” cuando pase el “Diluvio”, y salgamos haciendo
una Iglesia santa, sin mancha ni arruga ni nada semejante”. Este Espíritu enviado nos
ayuda a seguir a Jesús y a ser fieles a su Evangelio para su animación interior, vital,
independiente de las previsiones y fallas de los hombres de Iglesia. (Leer nuevamente
Puebla 231).

La causa de nuestra fe, confianza y amor a la Iglesia es que esto está en las manos de Dios.
Nadie se la puede arrebatar. Formamos parte de una comunidad de hermanos, con
muchos defectos, en nosotros y en nuestra jerarquía, pero que a causa de que Jesús
Resucitado es nuestro Pastor, estamos seguros de que en esta Iglesia lo seguimos a Él, y
que nos conduce a la vida eterna. Entonces, con fuerza invito a amar a la Iglesia Santa y
Pecadora. Esto no significa que nosotros nos quedamos de manos cruzadas, sin hacer
nada, dejándolo todo sólo al único Buen Pastor: Jesús. Aquí termino con un dicho chileno:
“Nadie debe esperar de la higuera la breva pelada en la boca”.
Con cariño, fe, esperanza y caridad para todos.

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