JERARQUÍAS. Dolores Aleixandre

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Alandar

Aparte de otros síntomas que no voy a ponerme a contarles, noto que me estoy haciendo mayor en que me sobresalta cada vez más la velocidad de transición de unos temas a otros en los telediarios: con los rostros de los inmigrantes en el cayuco aún en la retina, pasamos a la catastrófica afonía de Mike Jagger, seguida de imágenes de gente gorda comiendo patatas fritas, mientras nos avisan de que los españoles tenemos cada vez más sobrepeso; luego se pasa a otra explosión en un mercado de Bagdad y se remata todo con la aparición en carne mortal del Capitán Alatriste, entrevistado en la TV 1 como si fuera el Secretario General de la ONU. ¿Le produce agobio también a alguno de Vds. que sea joven? Reconozco que eso me consolaría bastante y confirmaría mi sospecha de que hay en los ritmos informativos una dinámica perversa contra la que hay que precaverse.

Querría también aclararme de si puede ser otro indicio de senilidad el que los nombres y rostros de señoras y señores que aparecen en las portadas de las revistas del corazón me sean, no sólo absolutamente indiferentes, cosa que espero le pase a más gente, sino desconocidos en su casi totalidad. Me inquieta un poco que no pongan sus apellidos ni se den más datos sobre ellos porque a lo mejor es que todo el mundo los conoce y soy yo la única que no los identifica, lo mismo que mi madre a mi edad no creo que supiera quién era John Lennon. Por ejemplo: ?Gema encuentra un nuevo amor?? (y no puedo congratularme del buen estado afectivo de la tal Gema, a no ser que me compre la revista y busque más datos en su interior). ?Cuidado, Eugenia?? (y tampoco especifican si el aviso a esa joven es por las medusas del Mediterráneo, o para que no tome mayonesa en los chiringuitos de playa, por lo de la salmonelosis). Y me pregunto: ¿me convendría ver Salsa Rosa con alguna frecuencia para no convertirme en una extraterrestre? ¿Tendría que ir más a la peluquería para leer esas revistas e informarme con más rigor y de forma gratuita de los avatares de los famosos? ¿O es que, a falta de otras inquietudes, o porque nos da miedo o pereza enfrentarnos con nuestra propia vida, preferimos que nos la okupen historias ajenas?

Puede que tenga principio de cataratas, pero cuando leo declaraciones episcopales sobre ?el hedonismo consumista de nuestra sociedad??, no consigo ver detrás los rostros de mujeres amigas que trabajan con horarios desquiciados para llegar a fin de mes y pagar el alquiler de una habitación en vivienda compartida. Y a lo mejor no son mis cataratas, sino que a quienes andan tan preocupados por semejantes lacras, que no niego que existan, les hace falta darse una vuelta un sábado por la mañana por algún supermercado tipo LiDL del Sur de Madrid y completar su visión con el gentío de inmigrantes de todo color, raza y lengua que van buscando, presas de un desenfrenado hedonismo, que el kilo de pollo les salga un euro más barato.

Así que me voy inclinando a pensar que no son cosas mías, sino que la información que consumimos nos llega en un estado de distorsión caótica y hay que aplicarse con tesón a filtrarla y a ordenarla para que sus algarabías, estruendos y falsedades no nos desenfoquen la mirada y nos alejen del modo de sentir la realidad que propone el Evangelio.

A esta necesidad de establecer orden y jerarquía es a lo que quería referirme con el título. ¿O es que se imaginaban que iba a hablar de otra cosa?