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Tres años después del comienzo de las negociaciones entre Washington y Bruselas para la firma delTransatlantic Trade and Investment Partnership (TTIP), todo indica que el proceso está a punto de ser abandonado. Aunque la Comisión Europea insiste aún en que la creación de un mercado común de 800 millones de personas con la renta per cápita más elevada del mundo podría concretarse antes de fin de año, la fuerte oposición al acuerdo a ambos lados del Atlántico no alienta el optimismo.
El proyecto sufrió un golpe demoledor cuando WikiLeaks filtró detalles de las negociaciones, que mostraban cómo EEUU buscaba la claudicación de la UE en puntos claves de la agenda negociadora como el acceso a los mercados agrícolas europeos, las políticas de excepción cultural y la derivación al arbitraje internacional de cualquier tipo de litigio económico entre las partes.
Tras la filtración, cerca de 3,2 millones de personas firmaron una petición para que se acabaran las negociaciones, la mayor reclamación de ese tipo firmada nunca en Europa. Paralelamente, se multiplicaron las manifestaciones de protesta contra el tratado, sobre todo en Alemania y Francia.
Los críticos del TTIP denuncian que su firma conllevaría el práctico desmantelamiento del modelo social europeo para adaptarlo al “capitalismo salvaje” de la superpotencia, la masiva transferencia de poder desde los ciudadanos y los Parlamentos nacionales a las multinacionales y la invasión de los mercados europeos de productos transgénicos y carne hormonada.
Pese al apoyo de la canciller Angela Merkel al TTIP, Sigmar Gabriel, líder del SPD y vicecanciller, ha declarado que las negociaciones han fracasado, una opinión con la que coincide el primer ministro francés,Manuel Valls. El propio presidente François Hollande ha denunciado que el tratado pretende “desregular la agricultura”, un anatema en Francia.
El problema de fondo es que el TTIP no es un tratado de comercio centrado en rebajas de aranceles y tarifas aduaneras, ya relativamente bajas, sino que busca implantar un nuevo marco regulatorio basado en la estandarización de las barreras no arancelarias. Las dificultades para la aprobación del tratado no se limitan, por otra parte, a Europa. En EEUU la campaña presidencial ha dejado en evidencia un creciente proteccionismo entre los electores.
El ya firmado Trans-Pacific Partnership (TPP) tiene aún pendiente su ratificación en el Congreso. Y dado que los dos candidatos a la presidencia, Donald Trump y Hillary Clinton, se oponen a su firma, es muy improbable que Barack Obama logre sacarlo adelante en los meses que le quedan de mandato. No es extraño. Mientras que Trump es el candidato presidencial más proteccionista desde los años treinta del siglo xx, Clinton, que apoyó el acuerdo como secretaria de Estado, no puede permitirse perder el apoyo de los sindicatos y los trabajadores de la industria manufacturera, tradicionalmente reacios a ese tipo de acuerdos. A Clinton le preocupa que el TPP liberalice las licitaciones de compras y obras públicas (procurement markets) y la emisión de visados. La suma de esos factores supone una barrera casi infranqueable para la Casa Blanca.