Levante
El sábado vendrá a España el Sumo Pontífice de la Iglesia Católica y predicará a sus fieles, con todo su derecho, contra el matrimonio homosexual: sus fieles gays harán bien en obedecerle y no casarse. No es que la Iglesia no tenga homosexuales, es que los quiere célibes. Pero toca la casualidad de que el que por nombre sagrado tiene el de Benedicto XVI se llama en la tierra Josep Ratzinger, y es Jefe del Estado Vaticano, y desde esa otra vertiente de poder terrenal no debería inmiscuirse en los asuntos internos del país soberano que le recibe. Ya sé que esto de ser encarnación de Dios y del César al mismo tiempo es complicado, y que Jesús no tenía esos problemas, pero allá el Papa, que no es evidentemente Jesús. Ahora bien, no sé si su hijo bien amado, Antonio Cañizares, es súbdito o no del Vaticano y se atiene a las leyes de tal monarquía, pero como residente en Toledo, en cuyo censo de habitantes figura, ha de respetar las leyes del Reino de España, que esta sociedad se da a sí misma por medio de sus representantes libremente elegidos y no por sus confesores. Además, esta es una ley que no obliga a casarse, con lo que espero que ni a él ni a ninguno de sus próximos termine por afectarle. Pero eso no significa que carezca del derecho a considerar injusto el matrimonio homosexual, que iguala a unos ciudadanos con otros ante la ley, como ayer hizo en Valencia. Puede incluso insinuar, igual que ayer, que la ley puede y debe ser cambiada; otra cosa es que se le haga caso. Pero que abogue, como abogó ayer igualmente, por el incumplimiento de la ley, de esta o de otra cualquiera, en función de lo justa que a él pueda parecerle, instando así a la insumisión, es situarse fuera de la ley, lo cual tiene un nombre impropio de quien aspira al decoro. Sólo faltaba que aquí cada cofradía, secta, gremio o asociación de vecinos se dispusiera a incumplir las leyes que nos damos por considerarlas injustas y se fuera de rositas. A Arzalluz, que también vistió traje talar, no le parece justa la Constitución, pero la acata. Y hay muchos otros como él, algunos peligrosísimos. Cañizares va más allá: a la desobediencia civil. Por ahí se empieza. Voy a tener que rezar por Cañizares.