El próximo domingo, el Evangelio nos habla de la «indignación» de Jesús cuando ve a los mercaderes en el Templo. Es probablemente, la única ocasión en que vemos al Nazareno con furia, echando a aquellos que comerciaban en la casa de su Padre. Hoy, como entonces hay muchas razones para sentirnos indignados. También en la Iglesia.
Y, como siempre, somos muchos los que pataleamos, nos quejamos… y no hacemos nada. Para criticar, para «indignarse», son suficientes pocas razones. Pero siempre es mejor hacerlo con la fuerza que da el propio ejemplo. Eso es lo que, a diario, hacen millones de personas en todo el mundo, comprometidas (desde la fe o desde otras razones) para hacer de la Tierra un lugar más habitable y pelear contra la injusticia. Eso es lo que ayer planteó el padre Ángel: indignarse, dando el primer paso.
Mensajeros de la Paz lleva 50 años trabajando por mejorar las condiciones de vida de niños, ancianos y personas sin recursos. Ayer, su fundador, desalojó su sede central en Madrid, y ha montado un comedor para los que están padeciendo la crisis. Y, después de dar ejemplo (pongan toda la demagogia que quieran los críticos, pero lo ha hecho), puso la guinda de la crítica: que si las catedrales también deberían convertirse en comedores, que si los recortes sociales no tienen razón de ser, y menos en esta situación. «Que tengan cuidado, que el hambre es muy mala consejera», declaró.
Y, sobre los anunciados recortes de un 25% en ayudas sociales: «¿Un 25% de qué? ¿Qué quieren, que le quite una mano? ¿Que no les dé de comer? ¿Que apague la luz día y noche? Dígame usted cómo bajo el 25% y yo estaré de acuerdo, pero no sin dar una explicación. Que intenten buscar cómo lo pueden bajar pero no quitando de comer, porque eso es lo que supone quitar los servicios sociales».
Ejemplos como el del padre Ángel no son tan visibles en una sociedad donde los que trabajan por los demás suelen hacerlo de manera callada, como también dice el Evangelio (que tu mano derecha no sepa lo que hace la izquierda). Pero de vez en cuando conviene dar un puñetazo sobre la mesa. Indignarse. Y, si es posible, hacerlo después de dar un paso hacia adelante. Enhorabuena, pater.
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