El mes pasado presenté a Job, protagonista del libro bíblico que lleva su nombre, y a Jesús de Nazaret como Indignados.
En este y en sucesivos artículos analizaré las causas de la Indignación de Jesús así como las instituciones y autoridades con las que se indigna.
Hoy voy a centrarme en el poder político.
En un sistema teocrático, religión y política son inseparables. En el modelo judío de dominación romana de los tiempos de Jesús de Nazaret, se dan conexiones estrechas entre las instituciones
religiosas y las políticas, y una mutua colaboración entre unas autoridades y otras.
No son muchos los datos en los evangelios canónicos sobre la actitud de Jesús ante el poder político. Y los que tenemos están condicionados por la intención teológica de cada evangelista.
Pero hay dos que resultan fiables: Jesús es condenado a muerte de cruz y la crucifixión era el castigo aplicado a los acusados por motivos políticos.
En el caso de Jesús la condena responde a su resistencia a las autoridades religiosas y al poder político invasor (Imperio romano). El horizonte ético en el que se movía, la libertad con la que actuaba, el enfrentamiento con el poder y su praxis de liberación de los oprimidos constituían una amenaza contra el orden del Imperio.
Por eso fue acusado de alterarlo y de soliviantar a las masas.
Tal acusación no fue un error, como creía Bultmann, para quien la crucifixión no respondía a su actuación pública, sino a un malentendido del poder romano. A mi juicio, respondía al ser y actuar subversivos del profeta.
Los evangelios de Mateo, Marcos y Lucas ponen en boca de Jesús una severa crítica del poder de la que no se libra ningún gobernante,
y menos los del Imperio, que oprimían a los ciudadanos de Palestina con todo tipo de extorsiones –económicas, sociales, religiosas, culturales–: “Sabéis que los que fi guran como jefes de las naciones
las dominan, y que sus grandes les imponen su autoridad”. La alternativa es el servicio: “No ha de ser así entre vosotros; al contrario, entre vosotros, el que quiera hacerse grande ha de
ser servidor vuestro, y el que quiera ser primero, ha de ser siervo de todos” (Mc 10,42-45).
El texto no recoge las mismísimas palabras de Jesús. Es una elaboración posterior, que tiene en cuenta el ejercicio despótico del poder por parte de Nerón, bien conocido y sufrido por los destinatarios del evangelio de Marcos, pero recoge la actitud del
Jesús histórico ante el poder político.
Los dirigentes de los pueblos son propensos a sobrepasarse en el ejercicio del poder, siguiendo el viejo adagio de que “el poder corrompe y el máximo poder corrompe máximamente”. Al abusar de su poder imponen la dialéctica opresores- oprimidos. El movimiento de seguidores y seguidoras de Jesús, sin embargo, no se rige por
esa dialéctica, sino por la actitud de servicio.
Jesús mantiene choques, directos o indirectos, con las autoridades. Conflictiva es su relación con Herodes Antipas, quien le asocia con
Juan Bautista. Herodes temía que el pueblo, movilizado por Juan Bautista, se levantara contra él. Por eso manda ejecutarlo. El mismo temor sentía hacia Jesús, a quien le llega un recado de que abandone el territorio de Tiberíades, porque Herodes quería matarlo (Lc 13,31). Pero Jesús no se pliega ante la amenaza, sino que le llama
“don nadie” (Lc 13,32, versión de Juan Mateos) y prosigue su camino y su actividad liberadora.
A Jesús se le tienden trampas para enfrentarle con el poder político. La de más difícil salida es la de la legitimidad o no de pagar el tributo al César (Mc 12,13-17). Si se declaraba partidario de la legitimidad, estaría justifi cando la invasión y se
colocaba en contra del pueblo judío. Si se mostraba contrario al pago, corría el peligro de ser detenido por desacato a la autoridad.
Su estrategia desconcierta a sus adversarios. En primer lugar, él no lleva moneda alguna (dinero) como prueba de desprendimiento y de no dependencia del emperador, mientras que sus adversarios sí la llevan, lo que significa que utilizaban la moneda imperial y reconocían la soberanía del emperador sobre Israel. En segundo lugar, Jesús no responde a la pregunta de si hay que pagar o no el tributo. Lo que dice es que devuelvan la moneda al César. Con ello quiere significar la renuncia a reconocer al emperador como señor y,
en consecuencia, a su dependencia económica.
¿Qué hacer, entonces? Ser fi eles a Dios, que está por encima del César y no explotar al pueblo.
Pero quizá el momento de mayor tensión es el de la actividad de Jesús en torno al Templo, y más en concreto la escena de la –mal llamada– purificación del Templo, que fue uno de los actos de mayor indignación de Jesús.
El Templo ejercía importantes funciones religiosas, políticas
y económicas: era casa de oración y lugar donde se pagaban los impuestos y se ofrecían sacrificios por el emperador y el pueblo romano.
Era lugar de cambio de moneda y de comercio legitimado religiosamente. Operaba como vehículo de explotación económica. El gobernador de Judea supervisaba las finanzas y jugaba un papel importante en el nombramiento del Sumo Sacerdote. Los delitos contra el Templo eran perseguidos por las autoridades religiosas y políticas.
Ello explica el carácter desestabilizador y desafiante, incluso para el poder político, de las invectivas de Jesús contra el templo. La indignación de Jesús contra el Templo y contra quienes lo habían convertido en un mercado constituye uno de los motivos decisivos para su detención y ulterior condena a muerte